domingo, 28 de julio de 2013

¿El Papa, en clave de K?

por Omar Dalponte

nuevospropositos@hotmail.com

"A los jóvenes les digo sean transgresores, opinen, la juventud tiene que ser un punto de inflexión del nuevo tiempo". Así se dirigía Néstor Kirchner a la juventud argentina en uno de sus últimos discursos.
"Espero que salgan a las calles y que hagan lío. Los jóvenes tienen que salir a la calle, tienen que hacerse valer". Así exhortó a la juventud el Papa Francisco a los jóvenes en su reciente visita a Brasil.
Expresiones coincidentes, seguramente impulsadas por el deseo de no repetir errores del pasado, preparar adecuadamente el presente e imaginar y proyectar el futuro. La Argentina, hasta hace diez años, venía en caída libre desde 1955 y en el transcurso de más de cuatro décadas, hasta llegar al año 2003, gran parte de nuestra juventud no sólo había sido marginada sino también muchas veces perseguida, torturada y asesinada. Ser jóven, por muchos años, en la mente reaccionaria de quienes hicieron trizas a nuestro país, fue sinónimo de pecado. Por eso las persecusiones por parte de las varias dictaduras cívico militares que sufrimos. Por eso, también, la falta de oportunidades durante gobiernos cipayos, entregados a los poderes económicos y financieros nacionales e internacionales. Las clases dominantes siempre pretendieron contar con una masa de jóvenes sin estudio y desocupados, disponibles como mano de obra barata. Y en varios tramos de nuestra historia avanzaron bastante en esa pretensión. Se procuraba que la instrucción en todos los niveles no estuviese al servicio del pueblo, sino que únicamente esté reservada para las capas privilegiadas de la sociedad. La universidad debía ser solamente para los ricos. El pico, la pala y el hambre exclusivamente para los pobres. Ese era el criterio de la oligarquía. Ese es el criterio de los actuales neoliberales. Mirando hacia atrás, el ascenso de los jóvenes en forma real pudo producirse durante el primer gobierno peronista y ahora a partir del año 2003. En el medio, la juventud hubo de abrirse camino a fuerza de sufrimientos y de lucha, teniendo que pagar con sangre e innumerables sacrificios su derecho al progreso y el bienestar.
El papel heroico de nuestro jóvenes obreros y estudiantes resistiendo las agresiones de los
dueños del poder, quedó registrado en jornadas memorables de lucha iniciadas en 1955 y prolongadas hasta el 2003. Con el advenimiento del kirchnerismo y principalmente a partir del fallecimiento de Néstor Kirchner, el protagonismo juvenil recobró entidad y pudo recuperar las viejas ilusiones de los años sesenta y setenta que parecían perdidas para siempre por la nefasta acción del neoliberalismo reinante en la década del noventa. Hoy ese protagonismo se ve y se palpa en la militancia, en las calles, en la responsabilidad que exige la función pública y la representación política. La exhortación de Kirchner mediante palabras que han sido grabadas con letras de oro en la inteligencia colectiva, no ha respondido a las maneras de un discurso circunstancial sino al firme convencimiento de que ya no se puede confiar en los viejos recursos de la politiquería ni en cierta dirigencia caduca que mucho tuvo que ver con los desastres que hemos padecido. Sólo basta ver los rostros y los nombres de quienes nos entregaron a las apetencias de los usureros internacionales, rebajaron sueldos y jubilaciones, desprestigiaron al país ante los ojos de todo el mundo y aún pretenden, en una muestra de caradurismo sin igual, reaparecer libres de culpas. Kirchner advirtió este nuevo tiempo de voluntades nuevas y de frescas inteligencias.Y supo transmitir el mensaje adecuado.
La Iglesia, por su anquilosamiento, su maridaje y complicidad con la derecha recalcitrante y la estrecha relación mantenida con las dictaduras por conspicuos hombres de sotana, perdió gran parte de su activo. No pudieron los jóvenes y queridos sacerdotes del Tercer Mundo revertir la distancia que separa a la Iglesia de los sectores más necesitados. Tampoco los curitas de pueblo que entregaron sus vidas por la causa de los humildes. Ni los sacerdotes y seminaristas palotinos asesinados en la iglesia de San Patricio aquel trágico 4 de julio de 1976. Ni las monjas masacradas. Ni el padre Mugica ni el obispo Angelelli, ultimados por ser fieles a Cristo.  El Papa Francisco que, como dice un cura rockero se mudó del barrio de Flores al barrio de Dios, hoy, desde la cúspide de la Institución sabe, como siempre supo, que la Iglesia de Jesucristo no tiene nada que ver con los viejos príncipes que pronuncian sermones exhibiendo lujos irritantes.
El llamado del Papa a los jóvenes no es producto de un arrebato causado por la emoción ante la cercanía de miles de argentinos que acudieron a Brasil para acompañarlo. A Francisco, con toda su experiencia acumulada, en esta nueva etapa de su vida seguramente no se le escapa que para cualquier renovación que se pretenda, dentro y fuera de la Iglesia, es imprescindible la participación activa de la juventud. También, sin dudas, tiene en claro que dicha participación no será suficiente si se reduce a formulaciones teóricas dentro de lugares cerrados o en templos vacíos. Por eso reclama salir a la calle y pide que hagan lío, que se hable en voz alta y se produzcan movilizaciones proponiendo los cambios que, en todos los órdenes, los nuevos tiempos requieren. La presencia de los pueblos en la calle es el mejor reaseguro para los intereses populares. Y viene bien que haya coincidencias en las palabras de dos hombres importantes del presente.