jueves, 20 de febrero de 2014

Consumidos por el consumo

por Alejandro Chitrángulo

La ciudad se ha convertido en un gran hipermercado. Cada día unos mil mensajes nos incitan a comprar artículos que no necesitamos. Estamos inmersos en el consumismo que se alimenta de la influencia de la publicidad y ésta se basa en ideas tan falsas como que la felicidad depende de la adquisición de productos.                                                                                 Consumir quiere decir tanto utilizar como destruir. En la sociedad de consumo no sólo sentimos cada vez mayor dependencia de nuevos bienes materiales y derrochamos los recursos, sino que el consumo se ha convertido en un elemento de significación social. Se compra para mejorar la autoestima, para ser admirado, envidiado y/o deseado.
El peligro de querer todo Ya
Lo peligroso del consumismo según alertan los expertos, es que las necesidades básicas pueden cubrirse pero las ambiciones o el deseo de ser admirados son insaciables. En la sociedad de consumo encontramos tres fenómenos que le son propios y que juntos producen lo que se ha denominado adicción al consumo.                                                                                       Por un lado, la adicción a ir de compras. Hay quien se habitúa a pasar su tiempo en el shopping o mirando vidrieras como fórmula para huir del tedio. Esta tendencia puede estar o no asociada a la compra compulsiva. En segundo lugar, un deseo intenso de adquirir algo que no se precisa y que, una vez adquirido, pierde todo su interés. Esta inclinación se relaciona con situaciones de insatisfacción vital.
Por último, y asociada a la compra compulsiva, está la adicción al crédito, que impide controlar el gasto de una forma racional. Las tarjetas de crédito y otros instrumentos de pago que nos invitan a comprar cuanto se nos antoje y producen un sobreendeudamiento facilitan esta adicción. Un claro ejemplo de esto lo podemos ver en la Navidad, una fecha espiritual
que se ha mercantilizado de tal manera, que produce en la mayoría de los bolsillos de los argentinos un  sobreendeudamiento, que en el mejor de los casos hace que el mes de enero se haga totalmente cuesta arriba.
El espacio en que vivimos se ha transformado, en un lugar para el consumo y a la vez el consumo se ha introducido en nuestra subjetividad de tal forma que parece que es la única vía de integración social, el factor de cohesión social por excelencia, aquello que todos tenemos en común.                                               
 El capital impulsa la migración del campesino hacia la ciudad, para que allí se apiñe y se conecte con el espacio económico global. Y así estamos concentrados en la ciudad, dependiendo del mercado hasta para cuidar a nuestros hijos y mayores; para divertirnos, viajar, comprar salud, amar o practicar el sexo; para obtener la comida, para cubrir nuestras necesidades más básicas.
En este sistema consumista ya no resulta tan necesario que todo el mundo produzca, sino más bien que todo el mundo consuma. La teoría es que con los sueldos mantengan los altos niveles de consumo que moverán la economía al absorberse volúmenes siempre crecientes de producción. La bajada en el precio de las hipotecas y la flexibilización de las condiciones de pago de ésta y otras formas de dinero bancario permiten que hoy circule en el mercado el dinero que ganaremos en el futuro. Esto permite que la economía -el consumo- crezca sin que haya mayores salarios.
Esto hace que a pesar  que los adelantos técnicos permiten la mecanización de gran cantidad de actividades y la reducción del trabajo manual, se trabaje cada vez más. Se generan nuevas necesidades de consumo, por lo que debemos conseguir más dinero para poder vivir, y nos vemos endeudados hasta las orejas, produciendo bienes que no son imprescindibles, formándonos continuamente para un mercado laboral arrogante y caprichoso que nos puede expulsar en cualquier momento. Y, desde luego, el circuito siempre comporta grandes fugas en forma de ganancias para los propietarios del capital. Y a los trabajadores nos queda poco más que mucha prisa, cansancio, inseguridad y nuevas necesidades insatisfechas.
El apetito consumidor no sólo ha perjudicado por igual la vida de ricos y pobres, sino que mantiene un ritmo insostenible, acarrea graves consecuencias para los ricos y no contribuye a resolver los problemas de los sectores más indigentes. Las enfermedades del consumismo, entre ellas la obesidad, han afectado gravemente a los sectores de mayores recursos.
El mundo consume productos y servicios a un ritmo insostenible, con resultados graves para el bienestar de los pueblos y el planeta.
Los mayores índices de obesidad y deuda personal, escasez crónica de tiempo y degradación ambiental son síntomas de un consumo excesivo que reduce la calidad de vida para mucha gente.