martes, 29 de abril de 2014

El juego de Riquelme

por Marcelo Calvente

marcelocalvente@gmail.com

La historia de Boca se detuvo en Riquelme. El mayor ídolo xeneize de la era moderna sigue jugando al fútbol, y cuando la agarra, bastante bien. Tiene treinta y cinco años y quiere seguir. Su nuevo entretenimiento es condicionar al prójimo. Con goles desde lejos -porque juega lejos- obnubila a la monada más fervorosa, la mayor parte de los cincuenta mil abnegados que pese a lo mal que juega Boca van a la cancha, y que no tan preocupados por el futuro del equipo como por la renovación de Riquelme, atemorizan y maniatan a una dirigencia que ya mostró su debilidad ante la voz de la Bombonera, cuando le exigieron la salida de Falcioni, que lo sacó campeón invicto del Apertura 2011 y que de los tres torneos jugados en el primer semestre de 2012, disputó dos finales y ganó una, para que llegue Bianchi y con él, siga jugando Riquelme, cuando no está padeciendo alguna recaída de su lesión misteriosa que le impide entrenar. Después de la única actuación aceptable de Boca en lo que va del año, victoria por 4 a 2 ante Arsenal con un gol de penal del astro, ovacionado por sus fieles, Riquelme ganó el juego que le encanta jugar. El que perdió fue Boca.
Hay mil maneras de argumentar que es así. Riquelme renovará su contrato por una suma impredecible cuando no está en condiciones de jugar en la máxima categoría, y con él se repetirán los folletines de cada año. Como un pacman se devoró a Palermo, a Falcioni, a Erviti, a Silva, a Somoza y a todos los jugadores con personalidad que no le rindieron pleitesía. El vestuario de Boca -que como todo Boca, él dirige- es un templo de la obediencia. Él no entrena, el resto se cuida de no entrenar demasiado. Él no corre, el resto corre para  alcanzársela. Él les da órdenes para las cámaras -y para que todas vean como los tiene
cagando- y los demás articulan bien clarito el “Si, Román”. Así, el Boca de Riquelme y Bianchi, aunque puede ser cualquier otro entrenador que no se atreva a discutir quién es el que manda en Boca, se hunde sin remedio por los caprichos de un ex jugador que hace que juega, aunque en realidad sólo patea al arco de media distancia o desde el punto del penal. Y eso lo sigue haciendo bastante bien. Es maquiavélico, tanto que obnubila multitudes. Boca no pelea campeonatos, no participa de ninguna Copa, y ni siquiera gana le gana a River de local. A la mayoría de los boquenses de alma que van a la cancha poco le importa, solo exigen que no toquen a Riquelme. Un ex compañero, el mundialista José Basualdo, declara sin sonrojarse: “A Riquelme hay que hacerle contrato hasta cuando él quiera…”
Para el próximo ciclo anual que se iniciará en agosto, después del Mundial de Brasil, Boca  perderá 76 puntos en el acumulado, los que paradójicamente había obtenido con Falcioni en el banco. Arrancará el Inicial 2014 en la mitad de la tabla tan temida -más lo que sume de los nueve puntos que hay por jugarse hasta el final- a más de 20 unidades de Lanús y Newell’s, los holgados punteros de la que además es la  tabla más certera. Para lograr un lugar entre los cinco o seis representantes argentinos en las competencias internacionales, de las que Lanús, Vélez y Newell‘s son abonados, hay que tener un plantel conformado por jugadores de primer nivel –que no son precisamente los representados por el hijo del entrenador- y con un cuerpo técnico a la altura, capaz de apostar a los  jóvenes de la cantera que pugnan por sumarse a un grupo de profesionales serios y  acostumbrados a jugar por cosas importantes, sin individualismos ni liderazgos desmedidos. Y para todo eso hace falta dirigentes con capacidad para hacer lo mejor para la institución, cosa que en diciembre de 2012 Angelici no hizo, al no cumplir su palabra de renovarle a Falcioni, obediente a los insultos de la exigente Bombonera. Así les fue. 
La componenda entre Bianchi y su hijo, causante de la llegada a Boca de varios jugadores impresentables, es algo inaceptable, motivo más que suficiente para la rescisión del contrato que lo une al club por un año más. Los dirigentes de Boca saben que con Riquelme en el plantel esa medida no la pueden tomar, tanto como saben que si le renuevan el vínculo a Román -su contrato vence en semanas- a tono con el veredicto popular de la monada que va a la Bombonera, seguirán jugando al perverso juego mediático del futbolista y el club seguirá a la deriva. También saben que cuando pase lo que va a pasar, ya no estarán ni Bianchi ni Riquelme para cargar con la culpa que la monada, veleta como siempre, depositará irremediablemente en sus espaldas al grito de yo no fui. Así y todo, parece que ésta vez tampoco van a animarse a ponerle fin a esta locura. Curiosa forma de democracia la de las tribunas. 50.000 fanáticos deciden, varios millones de hinchas se agarran la cabeza y el resto del país se caga de risa, y todo por culpa de los dirigentes de Boca que no se animan a contradecir la voluntad obstinada de la monada boquense.