domingo, 5 de octubre de 2014

Argentina: un estado teocrático

por Lisandro Martinez*

lisandromartinez47@yahoo.com.ar

La Iglesia Católica Apostólica y Romana (ICAR) nunca ocupó en el mundo y menos en la Argentina la vereda del progreso. Desde la conquista intervino en nombre del statu quo -el rey y dios- se opuso a las ideas de cambio e incluso impuso a los pueblos originarios la esclavitud. Con el “mitayo y la encomienda” se instaló en los virreinatos a sangre y fuego. Los jesuitas  –ejército de ocupación- disputaron con bandas de esclavistas portugueses armas en mano en la batalla de Mboro -marzo de 1641- la propiedad de los aborígenes a los cuales explotaban en las misiones. 
  Según Sergio Bagu en Economía de la sociedad colonial: “La esclavitud americana fue la fuente más rápida de multiplicación del capital en la era colonial”.
 La burguesía nacional ha dejado correr el bolazo que la ICAR apoyó la Revolución de Mayo. Y nada más lejos de la realidad: “La Bula de Pío VII del 30/1/1816 -en los momentos más difíciles de la independencia- dirigida a los pueblos americanos, hablaba contra el régimen de mayo en nombre de la cristiandad” (El clero católico y la lucha de clases de Leonardo Paso). Era la defensa de intereses feudales enfrentados a los burgueses. La ICAR fue y es en nuestro país propietaria mayoritaria de miles de hectáreas e inmuebles. 
Existieron “curas gauchos” outsiders del papado y no por eso progresistas y con la consolidación del régimen los más reaccionarios ocuparon puestos de poder. 
Con la llegada de obreros calificados y activistas entre 1850 y 1930 el laicismo ganó terreno,
la inmigración introdujo ideales socialistas y anarquistas, y así aparecieron los movimientos feministas.
La reacción de la ICAR fue armar el fachismo criollo, guardias blancas, “cajetillas” y rompe huelgas que asaltaban, incendiaban locales y mataban obreros. Entre esta porquería surgió Leopoldo Lugones, eximio torturador. Para respaldar al fachismo criollo, en 1934 se realizó el 32º Congreso Eucarístico Internacional (CEI) en B. Aires para “purificar a la Argentina del laicismo”. Presidió el dislate Pío XII quien luego fuera el Papa de Hitler y Mussolini. 
 El intento de que el globo terráqueo no gire sobre su eje tuvo su “remake” cuando en 1974 Bergoglio escribió la carta de principios de la Universidad del Salvador promoviendo una causa perdida: la “lucha contra el ateísmo”. 
 Una mala noticia para los padres del diablo: “El porcentaje de católicos cayó un 15%, al pasar del 90% en 1960 al 76% en el 2008 y la cantidad de practicantes se hundió al 20% de los fieles. Entre 2005 y 2012 los ateos crecieron un 5% llegando a ser un 7% de la población y en 2012 quienes no creían en cuentos eran el 30%”. (“Encuesta sobre creencias y actitudes religiosas en Argentina” de Conicet).
 Para revisar la sicopatía que gobierna la ICAR la última experiencia de curas obreros o del “tercer mundo” fue estimulada por el Vaticano ante la oleada revolucionaria de los ‘60 y ’70.  El movimiento creado por Pablo VI intentó contener a la juventud rebelde.
  El 1/10/2014 la burguesía nacional se dividió en la Cámara de Diputados, los opositores no criticaron el contenido reaccionario del Proyecto del Código Civil medieval presentado por “Francisco” y Cristina. En cambio señalaron que al no haber cumplido los requisitos formales no debía tratarse. El FIT, 1,3% de la Cámara, representó el punto de vista laico, socialista y revolucionario. La presidenta y sus monaguillos actuaron como bufones eclesiásticos acompañando posiciones regresivas y antinacionales del Estado Vaticano y las patronales a cambio de 20 monedas.      
En el siglo XXI vuelven al código clerical del dictador Onganía que otorga el status de “persona jurídica pública” a la ICAR, lo que liquida las más elementales libertades civiles y democráticas permitiéndole todo tipo de privilegios. Por ejemplo que los contribuyentes paguen salarios de jueces a los sacerdotes, que sus escuelas confesionales y contrarias a la ciencia continúen recibiendo $2.500.000.000 de subsidios para imponer sus fábulas. Se permite, código mediante, que pedófilos, estafadores u otros delincuentes que pululan en el Vaticano sean juzgados por el Código Canónico, un fuero medieval manejado por el propio clero, donde hasta Jack el destripador saldría libre con sólo rezar un: “Yo pecador”.
  Por obra y gracia del nacionalismo burgués, que en su estrepitosa caída accede a entregar a los buitres y al Vaticano todas las conquistas del pueblo, se arrasa con los derechos reproductivos de la mujer impidiendo el aborto, igualando el embrión a una persona, prohibiendo la fecundación in vitrio, no garantizando métodos de fertilización asistida. Es el femicidio premeditado por los misóginos de sotana. 
Se cercena el derecho a la educación laica y científica. Se elimina el derecho humano al agua potable. Se subordina la independencia nacional a los tribunales del Banco Mundial para dirimir diferencias. Se destruye a los Pueblos Originarios: si a la ICAR se la define como “persona pública” a los originarios se los discrimina como “personas de derecho privado”, exigiéndoles títulos de propiedad aunque  la Constitución reconozca la preexistencia de estos pueblos antes que el estado nacional. La modificación es expropiatoria y favorece a monopolios y terratenientes.
 El nuevo Código, rabiosamente capitalista, ataca al mundo del trabajo que retorna a la reforma menemista de 1998. El artículo 963 borra el derecho obrero a ser acreedor privilegiado en las quiebras según reza la Ley de Contrato de Trabajo. El artículo 1520 saca la responsabilidad empresaria en la tercerización (motivo del asesinato de Ferreyra). El artículo 1251 precariza afectando el concepto de remuneración en la locación de servicios, abriendo la puerta al fraude laboral. El artículo 1746 quita el derecho a la indemnización en caso de muerte o discapacidad en Accidentes de trabajo, reduciendo el pago a lucro cesante o salarios caídos.  
  La renuncia de Fabregat y que venga Vanoli a pagar a los Buitres es el fin del verso Nac&Pop, con una entrega colosal de las condiciones de vida de los trabajadores; no es novedad y sí la repetición de 1976. 
La instalación del estado teocrático es un brutalizador retroceso civilizatorio -crea ficciones y culpas, coaccionando a los sujetos- y sólo puede ser erradicado con la lucha por establecer un estado laico que separe la iglesia del estado, haciendo que la religión sea un asunto privado y que el sostén económico del sacerdotaje y la fe sea por voluntad de los fieles y no una imposición arbitraria a los contribuyentes.   
 (*) Miembro del Partido Obrero