por Marcelo Calvente
Todo pintaba de la mejor
manera. Lanús tenía que ganar para subirse a la punta, y superaba a Godoy Cruz
con cierta suficiencia. Había abierto el marcador a los 40 minutos del primer
tiempo, después de muy buenas combinaciones de ataque, con Romero, Acosta y un
renovado Pelado Silva bien afilados. Estamos en el arranque del complemento,
cuando Silva marca el segundo, luego de una extraordinaria jugada colectiva
entre los tres de arriba, iniciada brillantemente por Acosta y Romero con una
pared precisa, y cerrada por el Pelado por el palo opuesto con el arco a
su merced. Iban apenas 2
minutos, y como en la semana hay que volver a jugar, Guillermo tenía que cerrar
el partido y rotar jugadores hasta el pitazo final. Pero mientras el entrenador
pensaba, su equipo en la cancha empezaba a aflojar el pie,
cediendo demasiado espacio a los volantes y delanteros rivales. Como si
pensara que el partido estaba terminado, Lanús siguió buscando el tercer gol y
empezó a no volver bien. Y en cada respuesta, Godoy Cruz encontraba más y más
facilidades.
La delantera granate había sido imparable en
la primera etapa, en un partido de trámite interesante y de ida y vuelta. Pero
en el complemento no jugó con la misma intensidad, y empezó a perder el
mediocampo. Los laterales de Godoy Cruz se sumaban al ataque sin oposición y
agarraban desguarnecidos a los laterales granates. Así, los problemas se
encadenan: delanteros y volantes que no vuelven marcando, superioridad numérica
del adversario en la zona media, inevitable retroceso de los del fondo,
respuestas cada vez más esporádicas, siempre largas, y su consecuente pérdida
de precisión ofensiva. Si no te avivás y equilibrás el medio, el rival te lleva
por delante como efectivamente sucedió. Lo raro es que
esta secuencia no fue en
los quince finales, cuando al que pierde no le queda otra. Esto empezó a pasar
a los cinco minutos del complemento. Eso es lo llamativo, lo que hace pensar
que se trató más de relajación que de cansancio, más por defección propia que
por virtud del rival. No es la primera vez que Lanús no puede sostener una
doble ventaja para llegar al cierre sin sufrimiento. Las primeras dos victorias
granates, ante Belgrano y Estudiantes, fueron con parto al final, igual que
ante Banfield por la 7ª fecha. Lanús llegó cómodo al cierre ante Racing y
Quilmes 3 a 1 y 2
a 0 respectivamente. River se lo empató, con Central jugó
bien y ganó con justicia pero volvió a sufrir al final. Y lo de anoche, que fue
insólito. Estando
Van cinco minutos del complemento y Somoza ya
no hace pie, Ayala está perdido, Ortiz golpeado y fundido, se nota que no puede
correr, y el fondo que deja de dar respuestas expeditivas. Al contrario, en
inferioridad numérica por las bandas, aflojan las marcas y se van metiendo cada
vez más cerca de Ibáñez. Cosa infrecuente, a los diez minutos, y con el 2 a 0
arriba, se impone meter dos cambios, sacar a Ortiz y a un delantero, y poner
dos volantes. Guillermo, un tanto lento de reflejos, piensa el primer cambio.
Lo más parecido a un volante defensivo que tiene en el banco es Pasquini. A los 14’, el técnico se inclina por el
Pulpito González por Ortiz, y el cambio no surte efecto. A los 15' el gordo
Ramírez marca el descuento. Mayor se da cuenta de la situación: a los 19 mete
un doble cambio ofensivo, y a los 20, uno de los recién ingresados, el moreno
Ayoví, marca el previsible empate. Y como si todo esto fuera poco, Braghieri se
va expulsado luego de tirar un planchazo brutal en la medialuna del área
granate.
Guillermo duda: Todavía no resolvió el medio
y ahora tiene que rearmar el fondo. Todavía estaba en eso cuando llegó el
tercer baldazo, a los 28, con un remate desde donde debía estar quien releve a
Braghieri, y donde no había nadie, con el que Aquino fusila a Ibáñez, que en
todo este breve y diabólico segmento de 25 minutos sacó un par de goles más.
Quedaban quince por jugar, a todo o nada. Ahora Lanús era pura desesperación.
Enseguida Lautaro Acosta encabeza un ataque por izquierda y le da un pase
perfecto, a media altura, para que un muy despierto Romero toque al gol por el
segundo palo, ante la mirada impotente del arquero Moyano. El empate
presagiaba más emociones. Iban 32 del complemento y Lanús estaba
nuevamente en pelea. Sin embargo, el hombre de menos se empezó a hacer notar.
Con el Laucha como abanderado, el Grana era puro corazón pero hacía agua por
todos lados. A los 40, Godoy Cruz estaba mas cerca, el empate peligraba. Y
Guillermo, uno imagina que con algo de culpa, hizo el único cambio que podía
hacer a esa altura: Sacó a Acosta, al límite de sus fuerzas, y puso a
Monteseirín para, por fin, armar la línea de cuatro y cerrar el partido. Tarde
piaste.
En una noche que empezó de la mejor manera,
Lanús terminó dejando esa vieja y conocida sensación de bronca en sus
parciales. Muchos apuntaron al entrenador por su escaso poder de reacción,
otros a la repentina falta de predisposición para la lucha de los tres del
medio, y otros a la falta de rigurosidad de los del fondo para aventar el
peligro cuando así se impone. Hubo un poco de todo. También quedó evidenciado
que el ataque granate es de lo mejor del torneo, que Acosta y Romero confirman
partido tras partido su buen entendimiento, y que Silva, además de
reencontrarse con el gol, se viene acoplando cada vez mejor. Resulta
preocupante la falta de recambio de cara a la doble competencia que se viene,
sobre todo en la zona media, donde la partida de Barrientos dejó un espacio
vacío que no pudo llenar la llegada de Bella. Cuando la noche pintaba para
fiesta terminó en fastidio, y los hinchas granates se fueron con esa conocida
sensación de frustración, porque se dejó pasar tontamente una oportunidad
inmejorable y ante su público. Esa cruz que lo acompañó durante toda su existencia,
de la que nunca, ni en su hora más gloriosa, termina de despegarse
definitivamente.