martes, 19 de enero de 2016

La increíble historia del primer despojo

por Marcelo Calvente


Lecturas de verano- Capítulo 7  

En 1949 Lanús recibe el primer revés de su historia: de manera injusta y arbitraria es condenado a la B en una particular definición ante Huracán. Ambos equipos habían igualado la última posición con 26 puntos, uno menos que Tigre y Boca. Fue la primera final por un descenso de la historia. Se decidió jugar dos partidos en cancha neutral -el primero en San Lorenzo el 18 de diciembre, con ajustado triunfo de Huracán por 1 a 0, y el segundo en Independiente, amplia victoria granate por 4 a 1, encuentro disputado increíblemente la tarde del ¡24 de diciembre! a estadio repleto, sin que valga la diferencia de gol. Al no haberse pensado antes de qué forma se jugaría un hipotético desempate, la AFA decide la disputa de un tercer encuentro, que se jugó en San Lorenzo el 8 de enero de 1950, una vez más con estadio a reventar de espectadores, varios de ellos simpatizantes de otros equipos convocados por tan dramática  e interminable definición de la permanencia en Primera. Nadie imaginaba que el equipo del poderoso militar amigo de Perón pudiera perder con el humilde cuadro del suburbio de Lanús. Tomás Adolfo Ducó, por entonces presidente de Huracán por quinta vez, desde las sombras del poder manejaba también la AFA con mano dura. Tan dura que no necesitaba pedir un favor. Pero no tuvo en
cuenta que los árbitros ingleses tenían aún muy arraigado el sentido de justicia, y aunque sufrían incontables problemas con el idioma, ignoraban todavía el interés que había detrás de tal o cual divisa. Habían llegado por vez primera al país a fines del 43 convocados ante los sospechosos arbitrajes de los jueces argentinos, luego de que en Rosario el árbitro Osvaldo Bossio fuera providencialmente salvado por tres soldados, cuando un nutrido grupo de hinchas de Newell’s estaba a punto de lincharlo en el Parque Independencia. Una historia que merece ser contada.

El 27 de Octubre de 1946, durante la década dorada del fútbol argentino, cuando se jugaba a estadios repletos de hinchas apasionados por los colores que no sentían  encono alguno por el rival, y en las tribunas ambas parcialidades se ubicaban sin sectores divididos según el club al que adherían, el humilde Newell’s recibía al mejor equipo de San Lorenzo de todos los tiempos, el de Farro, Pontoni y Martino, al que todos querían vencer y que terminaría ganando el torneo. En un intenso partido, San Lorenzo se fue al descanso ganando 2 a 0 con mucha comodidad. En el complemento el local reaccionó y al minuto de juego descontó, para lograr la igualdad a los 8’. A partir de allí el partido ganó en emotividad, los dos equipos buscaban el gol aunque Newell`s estaba más cerca. Faltando dos minutos, el joven Ramón Felipe Moyano, el mismo que años después, luego de un breve paso por River Plate, se integraría al equipo de Los Globetrotters granates, se filtra en el área, elude al arquero Blazina y marca un golazo que hizo explotar a la parcialidad Leprosa. En medio de la algarabía, el árbitro Osvaldo Cossio anuló el gol por un supuesto off-side de otro delantero de Newell’s. Mientras los jugadores locales lo rodeaban, San Lorenzo puso rápidamente la pelota en movimiento y con tres largos pases casi sin oposición marcó el tercer gol para el equipo porteño. La situación se desbordó: de los cuatro costados los parciales invadieron el campo en busca del juez y los futbolistas visitantes, que fueron brutalmente agredidos. Cossió corrió desesperado hacia los vestuarios, pero al ver que estaban también invadidos buscó un camino lateral y salió a toda velocidad hacia el Parque Independencia. En un camino interno se tiró encima de un auto con la intención de que se detuviera y lo levantara, pero el conductor aceleró y lo atropelló. Bossio rodó por el suelo. Siempre vestido de árbitro, el atuendo del condenado, intentó seguir corriendo, hasta que una veintena de fanáticos enardecidos lo alcanzaron, y después de molerlo a trompadas y patadas, lo empezaron a colgar de un árbol con un cinturón. Con la víctima a punto de patalear pasaron tres soldados, quienes con un par de oportunos tiros al aire pusieron en fuga a los improvisados verdugos y le salvaron la vida al juez, que pasó varios días internado en el Hospital Británico con numerosas heridas cortantes y hematomas, pero afortunadamente vivo. Algo había que hacer, y en 1948 llegarían a la Argentina los árbitros ingleses, que podían equivocarse y mucho, pero no se permitían la mínima duda para sancionar o no una falta, fallando siempre con imparcialidad y sin tener en cuenta la conveniencia del poder de turno, hasta que sus cualidades se interpusieron a los intereses de Tomás Adolfo Ducó, y a punta de revolver comprendieron mejor la situación.   

Volvemos a la definición del 49, al momento de disputarse el tercer partido. La AFA había decidido que la cuestión no podía extenderse más y por eso en caso de empate al cabo del tercer partido se jugaría un alargue de 30 minutos. Fue el 8 de enero de 1950 en el Gasómetro de Avenida La Plata, un emotivo y cambiante cotejo con empate parcial en tres goles, cuando a dos minutos del final los jugadores de Huracán abandonaron el terreno por orden de Ducó, desconformes con la anulación de un tanto a su favor. Imaginemos la escena: En diciembre se jugaron dos partidos, en enero se disputa un tercero, el resto de los equipos no tiene competencia, y todos los ojos del fútbol argentino apuntan sobre la controvertida final. Los jugadores del Globo, encabezados por el poderoso dirigente de su club, no entienden ni aceptan el fallo del inglés Bert Cross. La decisión arbitral había sido tomada a expensas de uno de sus jueces de línea, Parker, quien alzaba insistentemente su banderín desde antes de la conversión para informar una posición adelantada de un delantero de Huracán en el inicio de la maniobra. De esta manera, el juez principal le anula al Globo el gol que inicialmente había convalidado. Ofuscados, despreciando además el empate parcial y el tiempo complementario, los futbolistas del Globo se retiran del terreno ante 60.000 personas, cometiendo de esa manera una infracción que desde el inicio del fútbol y hasta hoy se pena indudablemente con la pérdida inmediata del partido.

El dramático encuentro prosigue de manera insólita. Pese a la ausencia de rival, los jugadores granates reciben con asombro la orden del árbitro de poner la pelota en movimiento desde el lugar donde se había cometido la infracción señalada. La empiezan a llevar hacia el arco contrario sin oposición –aunque también con poca convicción- porque la escena es francamente absurda. Se muestran desorientados ante la insólita circunstancia, pero igual avanzan sobre la desguarnecida valla rival. Sin embargo, en el momento que Daponte ejecuta el remate final,  el árbitro Cross, vaya uno a saber que le pasó por la cabeza a este hombre en ese instante crucial, qué repentino temor o arrepentimiento lo animó a tomar tal decisión, inesperadamente hizo sonar el silbato y suspendió el partido antes de que la pelota transponga la línea de gol del arco de Huracán, para después encerrarse en su camarín y tratar de repensar la situación. Hay quien dice que en el camino vio un arma, otros que directamente fue amenazado de muerte, y otros sugieren que ante la inconcebible circunstancia y el idioma casi desconocido, el extranjero fue superado por la situación y se confundió. No es difícil imaginar lo que pasó puertas adentro del vestuario cuando redactó el informe ante la presencia del propio Ducó.
  
Los espectadores permanecieron en el lugar durante casi una hora más esperando que se juegue un alargue que, luego de la suspensión, anunciaron los altoparlantes del estadio, y que finalmente no se disputó. Insólito. A partir de ese inesperado informe del juez se van a aferrar Valentín Suárez –hombre de confianza de Ducó, histórico dirigente de Banfield y entonces flamante presidente de la AFA- y sus secuaces de los clubes grandes, los que votaron en contra del reclamo de Lanús, que exigía se le adjudique la victoria y la permanencia en la categoría, como claramente indica el reglamento. Nada de eso ocurrió. De forma descarada beneficiaron al equipo que desconoció un fallo arbitral, que no quiso seguir jugando y que abandonó el terreno. Luego de varias semanas de dilaciones, en lugar de castigar a Huracán con la derrota y el descenso que merecía, desvergonzadamente ordenaron un nuevo partido.


(Continuará)