domingo, 31 de enero de 2016

Peronismo a la carta

por Omar Dalponte

omardalponte@gmail.com

(Primera nota)
Para no perder la costumbre, el peronismo intensifica sus discusiones internas que, dicho sea de paso, son absolutamente necesarias para cumplir con su rol opositor y marchar hacia la reconquista del poder. Esta etapa agonal, que comenzó casi inmediatamente después  del resultado electoral adverso del 22 de noviembre pasado, estará llena de ruidos y es bueno que así sea. El peronismo no podría ser lo que es ni haber hecho lo que hizo si no hubiera conservado su esencia. En tanto expresión política eminentemente popular, reflejo genuino del pueblo con todas sus grandezas y miserias, no se caracterizó por sus buenos modales hacia las clases dominantes. Su rasgo principal no ha sido la docilidad, y su comportamiento rebelde frente a la prepotencia de los poderosos fue una constante en sus 70 años de existencia. Las formas de funcionamiento del peronismo, frecuentemente ásperas, han sido acaso una de sus mayores virtudes. Su “manera de ser”, a veces exageradamente sincera, lo ha diferenciado de la partidocracia tradicional y es, sin duda alguna, la principal causa de erizamiento de la piel de la “gente bien” que no soporta ni admite el ascenso en la escala social de los más humildes. A partir de septiembre de 1955, el peronismo desalojado del poder por la fuerza construyó su epopeya. Durante casi dos décadas, hasta el regreso de Perón, hubo de luchar contra los ataques de afuera y los traidores de adentro cuyo máximo exponente fue Augusto Timoteo Vandor. “Hay
que estar contra Perón para salvar a Perón” declaraba este dirigente metalúrgico. No tuvo suerte: el 30 de junio de 1969, un comando copó la sede de la Unión Obrera Metalúrgica y con unos cuantos balazos puso término a su vida. Se había concretado el Operativo Judas.        
Vandor –según Perón- había recibido dinero de la embajada americana y el General le había advertido: “A usted lo matan Vandor. Se ha metido en un lio y a usted lo van a matar. Está entre la espada y la pared. Si le falla al Movimiento el Movimiento lo mata, y si le falla a la CIA la CIA lo mata. Usted no es tan habilidoso como se cree, no sea idiota, en esto no hay habilidad, hay honorabilidad, que no es lo mismo”. Vandor lloró frente al jefe del Movimiento pero ya era tarde.
La pelea entre la izquierda y la derecha peronista no fue un hecho menor. Los años de plomo en que la violencia se había instalado en todo nuestro territorio, previos a la dictadura genocida que a su turno, durante 7 años, regó con sangre a la Argentina e instaló el terror, también habían dejado su marca. En 1983, recuperados los dispositivos democráticos, la sociedad, sensibilizada por las atrocidades de la dictadura cívico-militar y por el recuerdo de la época violenta anterior,  no había olvidado -por ejemplo- los 4 decretos de aniquilamiento dictados por el Poder Ejecutivo en 1975 durante el gobierno constitucional peronista. Mediante esos decretos se determinaba “neutralizar y/o aniquilar el accionar de los elementos subversivos”. El primero de ellos fue firmado por la presidenta María Estela Martinez el 5 de febrero de aquel año y los tres restantes rubricados el 6 de octubre por el presidente interino Ítalo Argentino Luder con el fin de ampliar a todo el país la política “antisubversiva”. El golpe de estado de marzo del 76 fue el final de una crónica anunciada y los militares se valieron de esos decretos, reemplazaron “neutralizar y/o aniquilar el accionar subversivo” por “aniquilar a los delincuentes subversivos” y así produjeron su orgía de sangre secuestrando, torturando y ejecutando a miles de personas.
Iniciada la década del 80, a la hora de votar, la mayoría del pueblo argentino apoyó a Raúl Alfonsín. Quien crea que el peronismo perdió en aquella oportunidad porque Herminio Iglesias quemó un ataúd de cartón, no tiene idea clara de como fueron las cosas. Por supuesto que inmediatamente después de aquella derrota, dentro del peronismo se desató una profunda crisis interna, afloraron infinidad de diferencias y se cruzaron innumerables acusaciones de unos hacia otros.  Entre diciembre de 1984 y julio de 1985 se realizaron tres congresos para la “unidad” del justicialismo: Teatro Odeón ( ciudad de Bs Aires) Rio Hondo (Santiago del Estero) y Santa Rosa (La Pampa).
Las aguas se dividieron: de  un lado el peronismo “ortodoxo” y del otro lo que se llamó la Renovación Peronista. En julio de 1985 María Estela Martinez de Perón fue designada presidenta del Justicialismo quedando Vicente Saadi, Alberto Rodriguez Saa y Jorge Alberto Triaca (padre) como vicepresidentes y Herminio Iglesias como secretario general. La  “renovación”, por su parte, tenían como principales referentes –entre otros- a Antonio  Cafiero, José Manuel de la Sota, Carlos Grosso y Carlos Saúl Menem. En ambos lados Abel y Caín se sentaban en la misma mesa. En el momento de gloria de la “renovación”  Cafiero fue electo diputado nacional en 1985 y gobernador de la provincia de Buenos Aires en 1987; pero su acción por edulcorar al peronismo tuvo un resultado funesto. En 1988, Carlos Menem, que había tomado otro rumbo, lo derrotó en la elección interna para la precandidatura a la presidencia de la Nación. Allí se dio el primer paso para la demolición de la Argentina. Sería bueno que algunos “prolijitos” actuales tomen nota de ciertos hechos históricos. Y los peronistas verdaderos también, pues los descamisados no toleran las camisas con apresto.  
  (*) De Iniciativa Socialista