viernes, 15 de abril de 2016

Lanús, con el sello de su historia

por Marcelo Calvente

marcelocalvente@gmail.com

La verdad es que a esta altura decir que lo de Lanús es sorprendente, es quedarse demasiado corto. Hay que remitirse apenas unos meses atrás, al último verano, a las malas noticias que acompañaron el cambio de autoridades, cuando los socios se desayunaron que tras el último mandato de Alejandro Marón, en el que Lanús se desprendió de sus principales figuras y embolsó una suma que supera los treinta millones de dólares, el club no tenía el dinero necesario como para encarar el 2016 sin sobresaltos. La primera decisión de la nueva
conducción fue la no continuidad del cuerpo técnico encabezado por Guillermo Barros Schelotto: “El club no puede ofrecerle ni la mitad de lo que está ganado hoy” dijo con claridad el presidente entrante, Nicolás Russo. Y por supuesto omitió decir que el plantel respetaba al cuerpo técnico pero la mayoría ya no lo quería. Algunos por lo despiadado de Valdecantos para trabajar, otros por el planteo táctico de los entrenadores. Más rápido que volando, Nicola presentó a Jorge Almirón, y destacó sus virtudes, no sin dejar de señalar que además, resulta mucho más barato que su antecesor. Con nada para vender, con pocas incorporaciones para realizar, ni la celebrada vuelta del goleador amado, el Pepe Sand, alcanzaba para ser optimistas de cara al futuro. En el mundo Lanús, al comenzar la competencia, era el tiempo de celebrar la nostalgia por el tan postergado retorno, y no mucho más había demasiado entusiasmo por el posible equipo.

Cosa de Mandinga, a seis fechas del final del torneo, Lanús no sólo es el que más puntos logró; tampoco se discute que se trata del mejor equipo del fútbol argentino de hoy, que es lo mismo que decir uno de los mejores de América. Los periodistas de los medios nacionales lo afirman con resignación. Es que habían soñado un torneo peleado por los grandes, ahora que por fin volvieron a ser grandes, pero no, no pudo ser. Boca, River, Racing y San Lorenzo pierden con cualquiera mientras tratan de avanzar en la Copa. Independiente no juega ningún torneo internacional pero tampoco da pie con bola. El propio Central ya no parece ser el mismo, Godoy Cruz perdió de local el partido clave con San Lorenzo, que se acercó, y se perfila mejor para ganar la zona A, aunque también se prendió Arsenal, armado en principio para defender, de a poco empezó a sumar. Por el lado de Lanús, sólo la tenaz persecución de Estudiantes y Huracán, ambos avanzan aunque medio a los tumbos. En las dos fechas que se vienen, el Grana juega ambos de local, mientras el Pincha tiene dos visitas muy complicadas: ahora va San Juan, y en la siguiente enfrenta al Lobo en el bosque. Todo indica que puede extenderse la ventaja de tres puntos que Lanús le lleva, y del mismo modo puede alejarse aún más de Huracán -ya le sacó cinco- que también tiene dos visitas de las bravas: a Newell’s y a San Lorenzo.  

En los amistosos previos -y también en los tres primeros partidos oficiales, que Lanús ganó con lo justo y sin brillar-  el primer cambio que se advirtió fue la firme decisión de no tirar pelotazos. Aún en las circunstancias más apremiantes, los jugadores granates intentaban, con determinación y valor, buscar a un compañero, pero la empresa no era sencilla y el circuito no prosperaba tan fácilmente. Hasta ahí, lo mejor era el rendimiento de tres de los refuerzos: José Luis Gómez, Marcone, y el Pepe Sand, demostrando la vigencia de sus cualidades de hombre de área, le dieron el salto de calidad individual que el equipo necesitaba. Todo lo demás es decisión táctica, y es mérito del entrenador, que ordenó el cambio de planteo tan obvio como necesario, y de los futbolistas, que lo siguieron con esmero y convicción.

Todo comenzó a principios del 2014, después del zapatazo maldito de Wilmar Cabrera. Fue el principio del fin de aquel gran equipo campeón de la Sudamericana 2013 de Guillermo, que se fue deshilachando con las partidas de Romero, Pizarro, el Pulpo González, Marchesín, Goltz e Izquierdoz. Guillermo no supo o no pudo suplantarlos: Lanus se fue quedando sin ideas, sin juego y sin equilibrio. Tan largo, que su única manera de llegar al área rival era el pelotazo frontal de los zagueros. Tan distante entre líneas, que su única manera de defender era retrocediendo sin presionar, a veces hasta pararse en la puerta del arco. Medio equipo para atacar, la otra mitad para defender, el famoso golpe por golpe que ya tanto habíamos padecido con Luis Zubeldía.

Jorge Almirón logró convencer a sus jugadores que podían volver a ser un equipo corto, y que para lograrlo era necesario asegurar el balón. Y por supuesto, cuando la tiene el rival, todos a presionar para recuperarla. Nada del otro mundo, y a la vez algo tan difícil de conseguir en este fútbol argentino tan competitivo. De la cuarta fecha en adelante Lanús comienza a superar a todos sus rivales a fuerza de confianza en la tenencia y vocación ofensiva, lanzando a los dos laterales al ataque e imponiendo superioridad en la zona de gestación, mientras Marcone retrocede y se mete entre los dos centrales como último hombre, tratando de plantarse lo más cerca posible de la línea media. Con los aportes destacados de Velázquez y José Luis Gómez, con el toque y la pausa del mejor Román Martínez, con el vértigo del paraguayo Almirón, el Laucha imparable y el Pepe en la definición, Lanús fue superando a todos sus rivales, incluso a Racing, que lo venció aprovechando dos yerros defensivos, y a San Martín de San Juan, con el que empató luego de quedarse con un hombre menos. De local, ganó todo lo que jugó. Con un record de ocho victorias, un empate y un solo revés en diez partidos disputados y con apenas seis por jugar más la final, líder de punta a punta, se trata de una campaña nunca vista para un equipo de los llamados chicos en la historia del profesionalismo.

El Grana se apresta a asumir sus dos próximos compromisos en su mejor momento, primero con Rafaela y luego otra vez con Banfield, ambos en La Fortaleza y a estadio lleno, mientras sus perseguidores deberán sumar de visitantes para no perderle pisada. En el fútbol, dicen, siempre hay sorpresas. Pero por lo visto hasta hoy, son pocos los equipos capaces de oponerle alguna resistencia y parece más que difícil que alguno de ellos pueda arrebatarle el primer puesto de su zona. Su hinchada, acostumbrada a ganar jugando bien al fútbol, no piensa todavía en festejos. Quiere seguir disfrutando de lo que está viendo. Lo quiere ver jugar hasta el final como, según le contaron, jugaban los Globetrotters y Los Albañiles, y como los tres campeones: el equipo de Cuper del 96, el de Ramón Cabrero 2007 y el de Guillermo 2013. Lo quiere ver jugar de galera y bastón como lo marca su historia, y con ese sello, lo quiere ver campeón una vez más.