miércoles, 6 de abril de 2016

Perón y el Tratado del Río de la Plata

por Omar Dalponte* 

omardalponte@gmail.com
  
(Segunda nota)
En noviembre de 1973, en circunstancias de la firma del Tratado del Rio de la Plata, Perón fue recibido en Uruguay como un gran demócrata,  con todos los honores, por una multitud a la que saludó junto al presidente uruguayo Juan María Bordaberry desde el balcón de un edificio ubicado en una de sus plazas principales.
En su discurso frente al pueblo uruguayo Perón se mostró como un enorme estadista dispuesto a cerrar viejas heridas. Quedaba atrás el tiempo en que Uruguay acogía a cuanto “exilado” del “régimen” peronista cruzaba el río para ladrar desde la otra orilla. Los asesinos que bombardearon Plaza de Mayo el 16 de junio de 1955 con un saldo de casi 400 muertos y cientos de heridos, aterrizaron en tierras uruguayas y allí buscaron refugio.
Catorce toneladas de explosivos se lanzaron aquel trágico día habiendo sido el primer y único
bombardeo a una ciudad abierta realizado en el mundo (en una ciudad neutral, libre de guerra alguna o conflicto armado) con el agravante de haber sido realizado por sus propias fuerzas armadas. Por aquella época, Radio Colonia, emisora uruguaya, mediante la voz del conocido periodista Ariel Delgado no ahorraba adjetivos calificativos para difamar y atacar al “régimen” peronista y especialmente a su líder.  Pero Perón era Perón y como gran estadista supo pronunciarse en una nueva y diferente realidad política.
1973 fue un año de grandes e importantes acontecimientos en nuestro país, en la región y en el mundo. El 11 de marzo el peronismo volvió a gobernar tras 18 años de proscripciones. Perón seguía proscripto y por tal motivo la fórmula justicialista fue encabezada por Héctor J. Cámpora que se impuso en forma contundente con el 49,5 %de los votos seguida por el radical  Ricardo Balbín con el 21.3%.  Las Pautas Programáticas propuestas por Cámpora significaban un programa profundamente nacional que, de haberse impuesto hubiese transformado a la Argentina colocándola en la senda del progreso, tal vez definitivamente. Pero la “primavera camporista” duró un suspiro. El 13 de julio, el hombre más leal a Perón tuvo que renunciar a consecuencia de las fuertes presiones de la derecha peronista. Raúl Lastiri, tercero en la línea constitucional por ser presidente de la Cámara de Diputados asumió provisionalmente la presidencia de la Nación. El dispositivo constitucional fue interferido por la influencia de López Rega, suegro de Lastiri y ministro de Bienestar Social, sacando del medio al Dr Alejandro Diaz Bialet, segundo en la línea sucesoria por ser vicepresidente provisional del Senado. A  Diaz Bialet se lo embarcó en un avión con destino a Europa para ponerlo a cargo de una misión inexistente. Así fueron las cosas. Lastiri asumió con el compromiso de convocar a nuevas elecciones, Alberto Juan Vignes reemplazó a Juan Carlos Puig en el Ministerio de Relaciones Exteriores y el 23 de septiembre, la fórmula Juan D. Perón–María Estela Martinez de Perón, triunfó con más del 60 por ciento de los votos.  Vignes fue confirmado por Perón en su cargo y finalmente acompañaría con su firma la aprobación del “Tratado del Rio de la Plata y su Frente Marítimo”.
La Operación Cóndor  ya estaba en marcha. Pensada por EE.UU como plan de coordinación de acciones y mutuo apoyo entre los regímenes dictatoriales de América del Sur se llevaba a cabo con precisión de relojería. El 27 de junio, luego de un pacto con las fuerzas armadas uruguayas, el entonces presidente Juan María Bordaberry disolvió las cámaras de Senadores y Representantes. Así, asegurada su continuidad, Bordaberry entregó el poder a los militares y policías argumentando que “la acción delictiva de la conspiración contra la Patria, coaligada con la complacencia de grupos políticos sin sentido nacional, se halla inserta en las propias instituciones, para así presentarse encubierta como una actividad formalmente legal”. Argumento falaz. La realidad mostraba claramente que en Uruguay había ocurrido, lisa y llanamente, un golpe de estado que anulaba las libertades democráticas. 
El 11 de septiembre de 1973 fue derrocado en Chile el gobierno de la Unidad Popular y asesinado su presidente Salvador Allende. A partir de esa fecha se instaló una dictadura brutal encabezada por el general Augusto Pinochet cuya consecuencia fueron miles de torturados y asesinados.
El 25 de septiembre, dos días después del triunfo electoral de Perón, un grupo comando asesinó al secretario general de la Confederación General del Trabajo (CGT) José Ignacio Rucci. Esta acción criminal fue un duro golpe para el ánimo de Perón y contribuyó al alejamiento definitivo del General con los grupos radicalizados del peronismo. Veamos que interpretación le dio al episodio el escritor Juan Gelman, que perteneció a la organización Montoneros: “No se pensó en la clase obrera sino en presionar a Perón. “Lo de Rucci no se hizo para despertar la conciencia obrera: se hizo en la concepción de tirarle un cadáver a Perón sobre la mesa, para que equilibrase su juego político entre la derecha y la izquierda. Atención a esto. Lo que quiero decir es que eso no formó parte de una concepción política con relación a las masas, sino de una estrategia cupular: hay concepciones políticas con relación a la masa que, por cierto, conducen al acto equivocado. Pero no es el caso de la muerte de Rucci, que no partió de ninguna concepción política de trabajo con la masa y, en verdad, sólo fue una jugada que nada tuvo que ver con la forma acertada de plantear la lucha”.
 En 1973, en otras partes del mundo, tampoco había un clima de paz y amor. En Yom Kipur –el día más sagrado para el pueblo judío- Egipto y Siria atacaron conjuntamente por sorpresa a Israel dando origen a lo que se llamó también la guerra del Ramadán,  guerra de Octubre o guerra árabe-israelí. Esa guerra duró desde el 6 al 25 de octubre y conmovió al mundo. Miles de muertos, heridos  y niños huérfanos fue su trágico saldo. Uno no inventa la historia. Eso es lo que pasó.
  (*) De Iniciativa Socialista