lunes, 18 de julio de 2016

De la movilización a la organización

por Omar Dalponte

omardalponte@gmail.com 
  
A poco más de doscientos días de haber asumido la representación de la mitad de los argentinos con derecho a voto, el macrismo estuvo obligado a beber el trago amargo que, tantas veces, hubo de ingerir el kirchnerismo en las épocas en que fue gobierno. Sin dudas la importante y ruidosa movilización del 14 de julio es un paso importante en la contraofensiva que se debe llevar a cabo contra el neoliberalismo que, sin pausa y redoblando apuestas, empuja cada día un poco más al pueblo a las proximidades del abismo.
La movilización popular fue altamente positiva pero si se quiere avanzar seriamente hacia la reconquista del gobierno, ésta manifestación masiva que un par de días atrás  ganó las calles, debe traducirse en organización política para constituir una fuerza electoral con posibilidades de triunfo para el 2017. Si esto no se hace, si no se canaliza la protesta social en dirección a la concreción de un dispositivo político que permita recuperar terreno al campo popular en las próximas elecciones, habrá una consolidación del macrismo que, a pesar de todo, puede
llegar a los comicios del año que viene no demasiado anémico.
Estamos frente a un enemigo poderoso y feroz que, independientemente de las limitaciones  de Mauricio Macri, sabe moverse con inteligencia en la utilización de los grandes recursos con que cuenta para influir en el pensamiento y manipular las decisiones de una franja no pequeña de la sociedad. Macri, en el esquema de poder de los monopolios, en definitiva, no es mucho más que el payaso del circo.
Somos partidarios de las movilizaciones porque sabemos que la presencia del pueblo en las calles y plazas, es la mejor garantía para la defensa de sus sagrados intereses. Pero si la vitalidad de las concentraciones populares no se transforma en base y punto de partida para la construcción de una herramienta política con capacidad de triunfar, quedará nada más que como una postal de bronca y bochinche pasajeros. El kirchnerismo dejó escurrir el poder como agua entre los dedos después de 12 años de gobernar muy bien a la Argentina. En el 2015 perdimos una elección que era necesario ganar para seguir produciendo políticas de progreso en nuestro país. Las causas de esta derrota son muchas y es bueno reflexionar sobre ellas sin causar más desgarramientos internos pero señalando nuestras debilidades  y errores. Teniendo en cuenta, aunque duela, que en nuestras filas medraron no pocos sinvergüenzas y abundaron los incapaces que hicieron mucho daño al proyecto iniciado en el año 2003.
Perdimos porque, entre otras cosas, muchos no estuvieron a la altura de sus obligaciones ni de la responsabilidad y la ética necesarias que requería un proceso de cambios, con inclusión social, de la magnitud que pensó Néstor Kirchner y que intentó llevar adelante Cristina Fernández. Ahora, hay que evitar que quienes no supieron, no quisieron cuidar lo que costó el sacrificio de millones de argentinos y no pusieron toda la voluntad posible en conservar las conquistas obtenidas para impulsar la profundización de un proyecto de liberación nacional en la Argentina, nos confundan y nos dividan frente a un enemigo que pretende atomizarnos para dominarnos. En algunos sectores, especialmente en el peronismo y particularmente en el Frente para la Victoria, se vive un momento de centrifugación política que no es saludable. Esto, indefectiblemente, ocurre cuando en un movimiento nacional no se ha definido  una conducción que represente a la totalidad de la militancia y sus encuadramientos.    Anhelamos que esta dispersión sea momentánea y que cada sector, como ha ocurrido tantas veces, desde su parcialidad encuentre las propuestas y los comunes denominadores para la unidad futura que, ante el peligro que hoy amenaza a la Patria, resulta imprescindible.
Desde el movimiento obrero organizado, por suerte, vienen vientos esperanzadores que nos acercan a la unidad de la Confederación General del Trabajo. Veremos cómo queda la cosa después del reparto de barajas previo al 22 de agosto, fecha emblemática en el calendario de los grandes acontecimientos nacionales. 
  (*) De Iniciativa Socialista