martes, 13 de septiembre de 2016

La diáspora peronista

por Omar Dalponte

omardalponte@gmail.com

Lo de siempre. Cuando el peronismo triunfa la gran mayoría se alinea detrás,  más o menos disciplinadamente, del que se quedó con el pan y con la torta. Cuando ocurre una derrota, inmediatamente después vienen los pases de  factura, la dispersión y la instalación de diferentes carpas desde las cuales se procura alcanzar un posicionamiento político que permita disputar poder internamente. A veces se ha logrado reunificar a la fuerza y alcanzar importantes victorias. Otras veces no y el peronismo, en más de una oportunidad, fue representado electoralmente mediante varias fracciones. En las ocasiones en que el peronismo participó electoralmente en unidad contando con una conducción sólida tuvo mejores resultados y pudo
permanecer largo tiempo en el poder. Dividido, sin una conducción reconocida y acatada por la mayoría, siempre, a la corta o a la larga, tuvo dificultades serias aún ganando alguna elección o perdiéndola por escasa diferencia. También, hubo momentos como el previo a la derrota de noviembre de 2015, que los tironeos internos produjeron disgustos y fracasos.
    Aún así, no está demás tener presente que en las últimas elecciones la diferencia entre el macrismo y el Frente para la Victoria fue mínima y no se exagera si se dice que el resultado final fue un empate. Pero eso ya pasó y ahora hay que barajar y dar de nuevo sabiendo que la historia no comienza ni termina en un momento. El Peronismo es carne y sangre de nuestro pueblo. Es la expresión política que tiene en su haber la mejor y más apasionante historia de las organizaciones políticas de la República Argentina. Con idas y vueltas, con contradicciones, con grandes aciertos y profundos errores. Pero con una historia inigualable en todo el mundo. Es desde aquí, desde el reconocimiento a nuestra identidad, el respeto a nuestros mártires y la valoración a las grandes realizaciones del peronismo donde debemos plantarnos proponiendo unidad y organización para adelante.
    Claro que hay quienes, dentro del abanico peronista pretenden ser originales y proponen algún tipo de renovación. Están en su derecho como nosotros también lo tenemos para preguntar de qué renovación hablan. Si es de la “renovación” al estilo “cafierista” como en 1985/87 respetuosamente nos permitimos decirles que les atrasa el almanaque. Aquella renovación de la cual formaron parte los Menem, De la Sota y alguno más como Carlos Grosso, que terminó eyectado y procesado, no sirvió para otra cosa que para allanarle el camino al menemato, a la más aberrante entrega del patrimonio nacional, a quebrar la moral de gran parte de los argentinos  y al hundimiento de nuestra República.
   Acá el último y gran renovador indudablemente fue Néstor Carlos Kirchner. Nadie como él, excepto Juan Perón, fue capaz de plantarse frente a los poderes económicos y financieros nacionales e internacionales, devolver la dignidad a los trabajadores, enamorar a la juventud, ejercer la autoridad presidencial en plenitud y con coraje tal como quedó demostrado cuando le hizo descolgar cuadros de dictadores asesinos al mismísimo comandante en jefe del Ejército. Nadie como él, en todo el período democrático iniciado en 1983, salvo Cristina Fernández, pudo culminar su mandato rodeado del cariño de una enorme parte del pueblo. Sin dudas fue Kirchner el hombre con capacidad de renovar la política con visión transformadora desde su aparición en la escena nacional y para ejercer un liderazgo fuerte  hasta su fallecimiento.
   Hoy el Movimiento Peronista se encuentra deliberando en parcelas y nadie –hasta ahora- tiene el respaldo y la fuerza suficientes como para conducir al conjunto. Es decir que el Peronismo, hoy por hoy, carece de una conducción capaz de encolumnar y dirigir a la totalidad de los peronistas. Scioli, heroicamente, pudo recolectar nada menos que el 49 por ciento de los votos en la última elección. Después hubo de conformarse con la vicepresidencia del Partido Justicialista y de aquí en adelante veremos cómo queda parado definitivamente. Cristina Fernández, con gran respaldo de sectores juveniles, de la corriente camporista y de importantes grupos aliados, es la jefa indiscutible del sector kirchnerista químicamente puro. Sector con poder de movilización y dirigentes valiosos pero que no deja de ser una parcialidad. Por si sólo, así como están las cosas en la actualidad, ese espacio no tiene posibilidades de ganar con amplitud las próximas elecciones. Cualquier aventura que se anime a realizar en soledad conduciría, sin lugar a dudas, a un fracaso estrepitoso. En los demás campamentos, diferentes organizaciones como el Movimiento Evita y gobernadores e intendentes de distinto pelaje, deliberan y buscan caminos sin grandes figuras –por el momento- que despierten la simpatía de las grandes mayorías. Florencio Randazzo sigue deshojando margaritas pero si no se decide a salir a la cancha pude perder el tren nuevamente. Si se calza los botines está en condiciones de hacer algún ruido. Por el lado del Frente Renovador donde también hay que reconocer que hay peronismo, se empiezan a escuchar voces que proponen poner blanco sobre negro. Facundo Moyano, por ejemplo, dice que “el massismo quedó pegado al macrismo en iniciativas que no sirven para nada” y reclama la necesidad de “definir la identidad” de ese Frente para que juegue un rol verdaderamente opositor.
  Por el lado de los trabajadores organizados, que tradicionalmente fueron parte esencial del Peronismo, no se advierte voluntad de acatar ninguna conducción que no sea propia del sindicalismo. Uno no se imagina a ningún referente de la política partidaria  con posibilidades de encuadrar y conducir  al movimiento obrero. Habrá que ver de que manera el peronismo vuelve a su forma de organización dentro de la cual los trabajadores jugaron un rol preponderante. Porque sin los laburantes.......    
  El siempre bien ubicado y confiable Carlos Heller, en un lúcido artículo publicado este domingo 11 de septiembre, manifiesta que “Hoy, cuando el proyecto neoliberal comienza a mostrar sus efectos perversos, con miles de nuevos desocupados y nuevos pobres, con destrucción de las industrias y el avance sostenido de la exclusión y la desolación de los argentinos, el compromiso con la unidad y con el reagrupamiento de fuerzas detrás de un proyecto que recupere lo mejor de los doce años de transformaciones populares e incorpore lo que faltó o lo que no se hizo bien, no es sólo una necesidad sino también una obligación. Se trata de unirse. Pero no de cualquier modo: unirse detrás de un proyecto de transformación”. Si se tienen en cuenta palabras como estas puede ser que comencemos a definir el borrador de la partida de defunción del neoliberalismo. Esperemos que así sea.
  (*) De Iniciativa Socialista