jueves, 20 de julio de 2017

Granates desde la cuna

por Marcelo Calvente


Tengo un amigo que se llama Osvaldo, hombre grande, debe andar por los 85 años pero está entero y bastante lúcido. Dice que es feliz, muy feliz, porque nunca hubiera imaginado que íbamos a ganar tres títulos en un semestre. Y se ufana de haber visto el legendario partido del 56 entre Lanús y River. Dice que se acuerda patente el baile que le dimos en el primer tiempo. Asegura que en los tiros libres vio jugadores de River persignarse, que hubo media docena de pelotas en los palos, que Ovejero sacó goles con las pantorrillas y que sus compañeros se fueron al descanso llorando. Del segundo tiempo no se acuerda mucho. Pero jura que los futbolistas de Lanús dejaban pasar a los rivales, que jugaron cagándose de risa, que se guiñaban un ojo entre sí. Y se ufana de que él fue uno de los que rompió el carnet. Dice que la cola era de media cuadra, que la pila de carnets rotos era enorme, como de dos metros de
alta, que había decenas de miles. Que cada uno que pasaba al frente, al romperlo, recibía el aplauso de los que esperaban su turno. Incluso afirma que vio muchos carnets de otros cuadros, también rotos en solidaridad. Asegura que él vio a una señora mayor y a un pibe de pocos años que no podían y él, que siempre fue muy atento, se ofreció a rompérselosY vive orgulloso de sus recuerdos. Ojo, es buen tipo y es bien de Lanús, pero la tiene con eso.
En realidad el que es más amigo mío es Ernesto, el hijo. Nos criamos juntos, en el mismo barrio. No era muy bueno para el fútbol pero no faltaba nunca. Y ojo con sacarlo, que armaba cada quilombo. Pero buen pibe, muy buen pibe, un carácter muy parecido al del viejo pero un poco más bruto. Me acuerdo que en el 75, cuando perdimos el ascenso con San Telmo, se la pasó puteando a Manolo Silva todo el partido. Peor fue en el 78, cuando nos fuimos a la “C”. Durmió en la 2ª con otros muchachones por romper los vidrios de la confitería del club a piedrazo limpio. Estaba indignado. Con el tiempo se fue alejando un poco de la cancha. No lo acompañó en la “C”, ni cuando ascendimos a la “B”, en ese tiempo se lo vio poco y nada. Pero en las malas, cosa de Mandinga, en las malas siempre estuvo. En el 89 se le dio por ir al Chaco, y en el viaje de vuelta se juró que no pisaba otra vez una cancha en lo que le quedara de vida. Pero no cumplió, es más fuerte que él, es un granate de ley. En el 91 estuvo en cancha de Banfield contra Platense, la noche que suspendieron el partido por la bomba a Serrano, y hay quien dice que la tiró él. Y estuvo en La Fortaleza ante Vélez por el Clausura 2009, el día del penal de Facioli, y por lo bajo, su hijo me dice “él le gritó ‘¡bájalo!’, yo estaba al lado y, te juro que vi que Facioli lo escuchó y le hizo caso…”
El pibe se llama Ramiro, prácticamente lo vi nacer. En los asados siempre estaba corriendo como loco detrás de una pelota. Vivían en un departamento y,pobrecito, veía verde y se desbocaba. Cuando pegó el estirón dejó de venir. Vivía sentado en la computadora. Mucho jueguito paro poca calle. Conoció una piba por internet y se casó enseguida. Eso sí, en los foros de discusión la rompe, con los emoticoneses un capo. Vuelta a vuelta lo leo, y la verdad es que es hijo y nieto de tigre. ¡Cómo critica! Si ponen a tal o sacan a cual, él nunca está conforme, y además desconfía de todo. Hace las cuentas así, por arriba. “Turros, vendimos por 9 millones de dólares, espero que los tengan bien guardados” dice, sin tener en cuenta los enormes gastos que ocasiona mantener un equipo como el que tenemos, uno de los mejores del continente. Lo lindo es que cuando alguien que es hincha de otro cuadro lo felicita por el gran momento del club, el tipo responde canchero, como si fuera obra suya. En los recesos se pone loco, cada día pide un jugador distinto. Hace un par de días escribió: “¡Inútiles! ¿Qué carajo están esperando para ir a hablar con Tévez? ¿No saben que está podrido de comer arroz?”
El otro día me cruce con la mujer de Ramiro. Buena piba, jovencita, debe andar por los 25 años y estudia psicología. La vi venir con un pibito de la mano, tendría unos siete u ocho años, que ya de lejos me hizo acordar a la manera de caminar del padre. La cara, sin embargo, era la de Ernesto, era idéntico al abuelo. Y, más de cerca, le vi los mismos ojos saltones de don Osvaldo, el bisabuelo. Nos cruzamos unas frases de cortesía con la piba, y al nene le pregunté el nombre. “Ramón” me dijo. “Ahhh, ¿seguro que sos hincha de Lanús, como tu viejo, tu abuelo y tu bisabuelo, no?”le dije, y muy desenvuelto, me respondió “nooo, rajá, yo soy de Los Ángeles Lakers”.