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miércoles, 16 de agosto de 2017

El hilo conductor

por Marcelo Calvente

marcelocalvente@gmail.com

    La historia del Club Atlético Lanús es un recorrido atípico y singular,marcado para siempre por dos jornadas legendarias: el descenso del 49, cuando padeció el despojo más brutal y anunciado; y la derrota de los Globetrotters ante River en 1956, una desconcertante actuación de aquel equipo maravilloso que recibió la unánime e injuriosa reprobacióneterna del pueblo de Lanús. Ante loinexplicable, “Vendidos” fue la sentencia. Desde entonces, los hinchas de Lanús tuvieron dos facetasbien distintivas: amantes del fútbol ofensivo y bien jugado por un lado, peroinflexibles ante lo que interpretan como falta de entrega y compromiso de los futbolistas, técnicos y dirigentes por el otro. Ocho años después de los carnets rotos, cuando Lanús se había alejado por completo del esplendor futbolístico de los años 50 y pugnaba en el ascenso
por volver a la “A”, de Chacarita llegó Ángel Manuel Silva. Tenía 22 años, y aún no había debutado en Primera.
Manolo Silva fue un extraordinario jugador de ataque, uno de los más talentosos que alguna vez vistiera la casaca Granate. Flaco, alto,de movimientos poco atléticos, jopo rebelde y una personalidad humildey sin estridencias, en la cancha solía transformarse en el receptor de todas las miradas. Genio y figura del segundo mejor elenco granate del siglo pasado, tan armador de juego como goleador, cuentan que en la mañana en que conoció al Baby Acosta, en el primer entrenamiento, apareció el entendimiento que los llevaría a la fama. Los llamaron “Los Albañiles”,juntos levantaron las mejores “paredes” que se recuerden, y fueron la dupla más famosa del fútbol argentino. Con la partida de Acosta a mediados de 1969, y de De Mario seis meses después, Silva perdió motivación.Necesitaba ganar algo de dinero y pidió en vano cambiar de aire. Entonces no había representantes, y los dirigentes de Lanús eran gente de buena verba pero de poca palabra. Silva seguía siendo un crack, pero se lo se notaba desganado.El público granateempezó a alternarovaciones con insultos. “¡Apático!” le gritaban, extraño calificativo que ya pasó al olvido. De su paso por Lanús queda el recuerdo de sus grandes actuaciones; su talento y efectividad eran intermitentes, pero cuando se encendía,él solo te ganaba el partido. Sobre todo ante los equipos grandes y en cancha de Lanús, donde el Racing Club fue su víctima preferida. La última gran actuación de Manolo antes de emigrar fue un miércoles gris y lluvioso, el 10 de junio de 1970, en el que Lanús venció a la Academia por 4 a 1 y él, con un desempeño memorable, hizo tres goles. Esa tarde, nunca lo olvidaré, vi mucha gente de Racing, personas grandes, salir llorando de la cancha por el baile que Manolo, su verdugo eterno, le acababa de pegar a su equipo. 
Mientras Acosta estuvo en Lanús, Silva vistió la camiseta de la SelecciónArgentinaen siete oportunidades, y fue pretendido por varios clubes grandes. Recién al finalizar el año 1970, cuando ya tenía 28 años de edad, Lanús aceptó una buena oferta deNewell’s, que por entonces empezaba a conformar el mejor equipo de su historia, y se llevó a Silva y Cabrero. Ésta vez fue el “Mono” Obberti, como antes había sido el paraguayo, quiencon lasasistencias de Manolose consagró goleador y fue transferido al Gremio de Porto Alegre. En el 73 fue perdiendo terreno, en el 74 pasó por Banfield y en el 75 volvió a Lanús, que pugnaba infructuosamente por regresar a la máxima categoría. Silva fue la gran figura del equipo: jugó 35 partidos y convirtió 18 goles, pero llegó desgarrado a la final por el ascenso con San Telmo.A pedido de su técnico, sus compañeros y los dirigentes del club, jugó infiltrado, se perdió varios goles, Lanúsfue derrotado y él se fue de la cancha insultado por los suyos.El “Vendido” volvió a escucharse en la dolida tribuna granate.A la edad de Cristo,el bueno de Manolo Silva fue crucificado por el rencor de los hinchas del club donde se consagró, del que había sido ídolo indiscutible, y al que su nombre y su figura simbolizarán para siempre. No volvió a jugar. Aquel infausto 13 de diciembre de 1975 Ángel Manuel Silva derramó sus lágrimas en el pecho de José Luis Lodico, el centrojás y capitán  del equipo, que recibió su legado y condujo a Lanús a la consagración de 1976.
“¡Vieja, el sábado debuto en Primera! ¡Voy a jugar con Lodico!”, entró a su casa gritando el pibe apodado “Pelé” en agosto de 1980, con 18 años recién cumplidos. Formado en el peor momento del club como la mayor esperanza, Héctor Enrique fue la revelación de un gran equipo juvenil Campeón de la “C” que logró el ascenso a la “B” en 1981. Ese año jugó 35 partidos y convirtió 9 goles, yse dio el gusto de jugar junto a su ídolo, José Luis Lodico, conductor de aquel Lanús del Viejo Guerra.  Como a Silva, a Pino Lodicolo pretendieron muchos equipos, entre ellos los dos grandes, y como a Manolo, la suerte no lo ayudó. Dos enormes exponentes de entonces que fueron perjudicados por la crisis institucional y la dirigencia. Dos extraordinarios futbolistas que tenían como objetivo comprar su primera casa o un auto usado y, mientras estuvieron en Lanús, no lo pudieron conseguir.
Mejor le fue al Negro Enrique:deslumbró en Primera B durante el torneo de 1982, y a los 21 años fue transferido a River sin escalas. Lo demás es historia mundialmente conocida. Lleno de gloria, se dio el gusto de volver a mediados del 91 para iluminar con su estrella el retorno definitivo de Lanús a la división mayor, y se retiró en julio del 93 como ídolo indiscutido de la parcialidad granate, siendo además hasta hoy el único futbolista formado en el club que levantó la Copa del Mundo. Como Manolo y Pino, Enrique volvió a Lanús por la camiseta. De ellos desciende el Laucha Acosta, el gran emblema del presente, el único jugador de elite de nivel internacional que en su plenitud deportiva prefirió perder mucho, pero muchísimo dinero, para defender los coloresque viste desde niño. Es creer o reventar, pero Lanús es un club inigualable.