jueves, 10 de agosto de 2017

No hay club más perjudicado por AFA que Lanús

por Marcelo Calvente

marcelocalvente@gmail.com

Misic, de parte de Grondona
A propósito de Riestra-Comunicaciones

En 1984, con un joven Ramón Cabrero en el banco, Lanús jugaba el hexagonal final por el segundo ascenso, para acompañar a Primera al Deportivo Español, el holgado campeón. Después de una campaña irregular, llegó a esa instancia en racha positiva: seis partidos sin derrotas, con cuatro victorias y dos empates. Luego de despachar a Nueva Chicago en la primera llave, en el camino a ese objetivo se cruza Racing, el recién descendido, con un muy pálido equipo pero acompañado por una multitud y la prensa especializada.

  La cuestión había empezado en Liniers, donde Racing solía ser local: el equipo dirigido por Agustín Mario Cejas venció a Lanús por 2 a 1 en un partido chato y sin emociones. El Grana fue local en la revancha el 12 de diciembre de 1984, en cancha de Independiente, donde el juez del partido, Emilio Misic, a los 7 minutos de juego, vio una mano de Schamberger que la rudimentaria imagen televisiva de entonces demostró que no existió, y cobró penal contra Lanús. Pensemos que la mano la cobró por
intuición, ya que no puede haber visto lo que no sucedió. Pero por la reacción del equipo perjudicado, por la cara de los jugadores del equipo beneficiado, un árbitro de ese nivel no puede no darse cuenta de que se equivocó. La atajada de Perassi a Caldeiro le permitía reparar su error. No señor. Lo hace volver a patear señalando una invasión que tampoco se percibe en las imágenes, una falta que por entonces normalmente se omitía sancionar. Ésta sumada a la otra y a la otra condenan a Misic y encienden la mecha de una tribuna que pronto iba a explotar. Porque después del gol de Caldeiro, anotado en la segunda ejecución, el Grana se fue en busca del arco rival, mientras los ánimos de sus parciales estaban más que encendidos con el referí. Poco antes del final de la etapa empiezan a llover piedras y Misic da por terminado el primer tiempo. Su gesto arrogante al salir de la cancha enerva aún más a los hinchas granates, y la policía, hombres, perros y gases hermanados, entran en acción. Cuesta encontrar en la historia del fútbol argentino una represión de tal violencia en las gradas de un estadio como la que se desató aquella noche bajo la visera de la popular local de la vieja cancha de Independiente, ocupada por hombres, mujeres, ancianos y niños sufriendo tanta ferocidad contenida por la floreciente democracia recién recuperada. Misic había ido demasiado lejos, podía pasar cualquier cosa. Como uno de los árbitros asistentes había recibido un proyectil, el juez decidió suspender el partido y quedarse en el vestuario con 45 minutos por jugar.
  Ocho días después, el 20 de diciembre, el partido prosiguió en cancha de Atlanta dividido en dos tiempos, uno de 22 y el otro de 23 minutos. Con resultado parcial adverso y apretado por el reloj, Lanús sale con todo al ataque. A los 16 minutos, Nigretti anota para poner el encuentro empatado en uno. El segundo se hizo esperar más de la cuenta: recién a los 12’ del minicomplemento, Villagrán convierte y deja al equipo a un gol del pase a la final con once minutos por jugar más el descuento. Silencio en el estadio, sólo los estoicos granates que habían llegado hasta Villa Crespo a mitad de semana, en clara minoría, alentaban al equipo que estaba a un paso del tercero. Con todo lo hecho en su conciencia, y advertido mejor que nadie que Racing no aguantaba la pelota y que, como un boxeador groggy, descubría el mentón, Emilio Misic se desespera por lo que ve venir y toma la decisión que lo hundirá para siempre en la deshonra pública: el mismo árbitro que tanto había perjudicado a Lanús en Avellaneda, cuando faltaban tres minutos por jugar en Villa Crespo, cierra los ojos y pita el final sin marcar tiempo agregado.
  Iban 42 minutos. Cabrero salió disparado e increpó al juez de línea más cercano. El entrenador de Racing, que obviamente también tenía los ojos clavados en el reloj, rápido de reflejos les indicó a sus hombres que arrojen las camisetas a su tribuna, la lateral que da al ferrocarril. Advertido de la maniobra antirreglamentaria, y visiblemente indignado, Ramón Cabrero le señala la irregularidad a Misic, quien sobrepasado por los acontecimientos que él mismo había desencadenado, reconoce su “error involuntario” e indica la prosecución del partido, a lo que Cejas, con su mejor cara de inocente, se disculpa alegando que no tenía un segundo juego de camisetas. El final estaba cantado y fue al día siguiente en la sede de la Asociación del Fútbol Argentino y de la manera más previsible, dando el partido por terminado y condenando una vez más a Lanús de manera injusta.
Supongamos que sea verdad que no tenían otro juego de ropa, algo descabellado para el fútbol rentado; la AFA no castigó al club que infligía la regla Nº 4 del Reglamento del fútbol, que señala que la indumentaria es responsabilidad de cada equipo, y la AFA, sin inmutarse, le dio el pase a la final al equipo infractor. Una vez más, la indignación y el dolor por la injusticia es para el pueblo Granate. “Mientras sigan adelante con el juicio, ustedes no van a ascender en su puta vida” retumban las palabras del presidente de la AFA, que ya no puede defenderse, en los oídos de uno de los principales dirigentes de Lanús, esa misma noche, cuando intentó pedir explicaciones.
Aquel avaro equipo que Iturrieta había armado para el año 1984, con Perassi; Vattimos, Demagistris, Schamberger y Ramírez; Attadía, Mamberto y Vicente; Nigretti, Lebioso y Villagrán, con Molteni, Sicher, Juan José Sánchez, Bárzola, Cristaldo, Toledo y Marcelo Fuentes para el recambio, al pasar a manos del gran Ramón Cabrero encontró sintonía, y se fue prendiendo de a poco en la lucha por el segundo ascenso. No era más que los cinco o seis que pelearon el torneo hasta el final pero tampoco era menos. El accionar de Emilio Misic, tanto como el de los árbitros ingleses del ‘49, como Jorge Álvarez, dando un tiempo adicional record en el ‘66 ante el mismo rival, como Roberto Barreiro en el ‘77 ante Platense, significó uno más de los duros obstáculos que el club debió ir superando a lo largo de toda su existencia, y que sumados demuestran que en la historia del fútbol argentino no hay club más perjudicado por la AFA que el Club Atlético Lanús.