sábado, 31 de marzo de 2018

La ley de la memoria

por Marcelo Calvente

marcelocalvente@gmail.com

Es ciertamente paradójica la cuestión de los medios en la era de los medios. Alejados de cualquier intento de desarrollo artístico y cultural, el pulso lo marca el rating y el mensaje es llano, austero y masivo. Los medios tienen la manija. Orquestan las nuevas construcciones políticas basadas en su poder económico, disciplinan al resto de los sectores de afinidad -y a toda nueva oposición surgente-con la amenaza tácita: Te difamo, te acuso y hago que te encarcelen jueces que desoyen las más elementales garantías procesales.
Los diarios nacionales y la mayoría de los medios audiovisuales minimizan u omiten marchas opositoras multitudinarias. Es noticia sólo lo que ellos dejan que lo sea, y son cada vez menos frecuentes las filtraciones y sorpresas. La función del periodista ya no es contar fielmente un determinado suceso, hoy se requiere abordarlo de la manera más conveniente al interés editorial, y que resulte más creíble para la mayor cantidad de personas posibles.
En este marco, y estrechamente ligada a lo antedicho, surge una polémica en torno a la plaza que se inauguró en la Universidad Nacional de Lanús, y que llevará el nombre de Santiago Maldonado. Un buen número de ciudadanos alzan su voz de desacuerdo en las redes sociales. ¿Reprueban que sea recordado un joven militante solidario que halló tan horrible fin a causa de una represión oficial cómo no veíamos desde mucho tiempo, desaparición y muerte de ribetes insólitos que tuvo en vilo al país durante meses?¿Están en desacuerdo con que la memoria de ese pibe sea honrada en una plaza? Sí, aunque no lo entiendan de ésta manera.
 Tengo amigos y conocidos, todas personas de bien, entre quienes exigen no politizar la inauguración de una plaza. Varios de ellos proponen otras alternativas: “¿Por qué no le
ponen el nombre de un ex combatiente de Malvinas, o el de Favaloro? ¿ O el de alguno de los próceres de la independencia?¿Qué hizo este pibe para tener una plaza?”
  Sería un error fatal que nos inclinemos a pensar que la muerte de Maldonado es apenas una circunstancia política y no un delito grave que merece ser juzgado con rigor. Más bien es la certeza de que todavía no hemos advertido correctamente en dónde está el poder y qué es capaz de hacer para sostenerse. E independientemente de quien ponga la cara en la pantalla, sería grave considerar que los medios están al servicio de un sector político determinado. Es exactamente al revés: son ellos, los más dinámicos exponentes del capitalismo actual, los que tienen las riendas. Lo han demostrado largamente. Y son temporarios -y cada vez más lo serán- los diferentes actores de la política nacional que circunstancialmente operen a su favor. Ojo. Sólo una orden de arriba pudo propiciar la inmediata y disparatada comedia de Chocobar. Y sólo  el imperio de la Ley y la Justicia podrán salvarnos.
  Debemos seguir con atención lo que ocurre en Brasil. Lula fue tiroteado, y una figura pública que representa a las clases populares y sus intereses, Marielle Franco, fue acribillada en las calles de Río de Janeiro de la misma forma en que fue ejecutado el diputado argentino Rodolfo Ortega Peña en la tarde del 31 de julio de 1974, en el centro de Buenos Aires, el primero de los miles de asesinatos previamente anunciados que la Triple A cometería al amparo de un gobierno peronista elegido por 62% del electorado, anticipando la masacre que se venía. Noticias como la del asesinato de Marielle, como el crimen de Santiago y como tantos otros no pueden pasar de largo hacia el olvido.
Porque si en la Argentina crispada de estos tiempos caer muerto por cualquier motivo nos empieza a parecer natural, si además vemos que la justicia ya no es justa ni independiente, que el periodismo hace tiempo que dejó de ser veraz, y que quien vista uniforme puede asesinar impunemente a quien le plazca, no es difícil imaginar que las balas estatales surcarán por miles el cielo de la patria. Entonces, cuarenta años después -una vez más-la vida no valdrá nada. Los argentinos sabemos de fratricidios y tragedias, y tenemos un compromiso asumido en la memoria colectiva: Nunca más.