lunes, 5 de noviembre de 2018

De xenofobia, odios y jugarretas amarillas

por Omar Dalponte

omardalponte@gmail.com  

   El abanico opositor al macrismo se halla como las cuentas de un rosario antes de ser enhebradas. Hasta estos primeros días de noviembre, lo que se ve, es como se revolean candidaturas pero nada que preocupe seriamente al oficialismo. Por su parte, lo que se dice oposición  pero en realidad anda arrastrándose en las antesalas de los despachos amarillos, tampoco define cosas novedosas. Algunos que no terminan de acomodarse en el tablero político como los Alfonsín, Stolbizer y compañía, poco y nada influyen en el ánimo de la gente cuyas preocupaciones son mucho más terrenales y serias que las de quienes habitan o sobrevuelan el mundo de la política. La llama que sigue encendida es la de los mecheros sindicales, aunque  ahora, por la readecuación de paritarias en algunos gremios claves, ha disminuido a un estado de “fuego corona”. Veremos si quienes firmaron acuerdos por más del cuarenta por ciento de aumento para sus afiliados continúan proponiendo acciones  de lucha como hace quince o veinte días atrás.  En algunos campamentos del sindicalismo se ha decidido bajar el tono de la protesta por aquello de que, “panza llena corazón contento” y los demás que sigan ladrando. No obstante este bajón en los ímpetus guerreros de los que ya sacaron tajada y de aquellos siempre dispuestos a vender el alma al diablo,  la Confederación Argentina de Trabajadores del Transporte (CATT) planteó la necesidad de proponer, para dentro de 15 días, un plan de lucha que incluya una huelga a nivel nacional del sector, en contra de las políticas de ajuste. El aviso de la organización cuyo titular es el ex triunviro Juan Carlos Schmid, tiene como destinatario tanto al Gobierno como a la conducción de la central de los trabajadores en la cual, muchos de los miembros de la
CATT, integran el consejo directivo de la CGT. Son cosas de los muchachos de los gremios que, siempre, encuentran recursos para amagar, pegar y esquivar según “venga la mano”. Lo muy claro es que si no funciona el transporte, no hay paro ni huelga que fracase. Y esto lo sabe todo el mundo.
En el territorio de las redes sociales que, en tanto herramientas de comunicación masificadas podrían ser utilizadas (por lo menos mientras se nos permita hacerlo) para proponer formas de organización y difundir ideas, abundan las puteadas, las alegrías personales, los lamentos profundos,  los chistes de mal gusto, el autobombo, los álbumes familiares, perros, gatos, jardines florecidos, amores, odios y en medio de ese barullo, griterío vacuo y pérdida de tiempo inútilmente, el neoliberalismo aprovecha para avanzar, embrollarnos, alambrar los terrenos conquistados y preparar su continuidad en el poder.
Convengamos que en  la política nuestra de cada día, a nivel de dirigentes hay una pobreza intelectual notable. Pero observemos también que en el seno de nuestra sociedad existen en abundancia criterios disparatados, acciones y reacciones que, precisamente, no están orientadas a sacudir el yugo macrista que nos oprime. Vaya un ejemplo, elegido entre otros que se pueden comentar: En los medios de transporte donde viajamos quienes por el hecho de pertenecer a la clase menos afortunada de la sociedad deberíamos ser más solidarios entre nosotros, se escuchan voces discriminatorias y se observan actitudes que producen asco. Para no pocos, a los inmigrantes de países hermanos habría que sacarlos a patadas y  “los negros” no tienen derecho a una vida digna. Síntesis: para estos racistas mentalmente subdesarrollados, unos y otros no tienen por qué ser considerados personas “como uno”. Aberrante. Un dato deplorable de nuestra triste realidad.
Sin dudas, como consecuencia de decisiones electorales tomadas por otros pueblos que permitieron el acceso al poder de personajes como Donald Trump en Estados Unidos, Sebastián Piñera en Chile y  Jair Bolsonaro en Brasil (a este último hasta ahora sólo lo conocemos por lo que dijo y no por lo que hizo) han envalentonado a quien hoy ocupa la Casa de Gobierno en la Argentina. En varias ocasiones Macri vomitó algunas palabrejas discriminatorias que lo pintan de cuerpo entero. Mauricio Macri es el peor presidente de nuestra historia y merece el más absoluto repudio. Sin embargo, lamentablemente, aún cuenta con el apoyo de un considerable porcentaje de futuros votantes. Los sociólogos del presente parece que no encuentran respuesta a este fenómeno que muestra la existencia de una buena porción de argentinos partidarios del suicidio colectivo. Ya llegarán los que puedan hacerlo una vez que nuestro país, o lo que quede de él, haya superado la epidemia amarilla.
El macrismo ha demostrado, hay que reconocerlo, su habilidad para producir jugarretas, hacer tragar sapos a muchísimos incautos, ganar voluntades en los sectores sociales que desprecian a la gente por su procedencia o por el color de su piel. Estos sectores, no pequeños en la sociedad argentina, son deslumbrados fácilmente con el mundo de fantasías que pintan en el aire los sirvientes de los medios de comunicación, y es en sus parcelas donde brotan y crecen la xenofobia y el odio hacia todo aquello que signifique un ascenso de los humildes.
En la acción  preparatoria para lograr la reelección de Macri presentándolo como un ganador de la política, una de las últimas bribonadas que han intentado instalar como maniobra de distracción es la “pelea” entre la gobernadora de la provincia de Buenos aires y el ocupante de la Casa de Gobierno. Nada más lejos de la realidad. Macri es un hombre de escasísima preparación para gobernar, pero es poderoso,  pícaro y cuenta con el respaldo de quienes, desde lo más alto del poder real, insisten en imponer un gobierno de pocos que administre un país colonizado en perjuicio de muchos, postrado ante el imperio. Mauricio Macri es el líder indiscutido de Cambiemos. Es quien decide y ordena. También el que, seguramente, algún día habrá de pagar los platos rotos. María Eugenia Vidal no es más que una empleada calificada con excelentes condiciones para la tarea política y dueña de un atractivo que le permite mantener una buena imagen frente a la mirada de muchos bonaerenses. Pero nada más. Es la chica del barrio de Flores que acata disciplinadamente las funciones que le asigna su patrón: Mauricio Macri Blanco Villegas. Todo bien. Pero “cada carancho en su rancho” decía la abuela. Aquí no es como en el cuento. La Cenicienta no tiene chanches.
   (*) De Iniciativa Socialista