viernes, 7 de diciembre de 2018

Café, bar, billares

por Marcelo Calvente

marcelocalvente@gmail.com 

“No, eso no tiene nada que ver. Lo he soñado en invierno y en verano, en noches de luna llena y también en cuarto menguante. Lo raro es que el sueño siempre empieza igual: Estoy sólo, sentado frente al televisor, viendo muy conmovido por el silencio del Arena do Gremio cómo Lanús se adueña del balón. Se juegan los últimos minutos del primer tiempo, y el Grana dispone del segundo córner a favor. Firulete Silva lo ejecuta, y la escena pasa a cámara lenta: Braghieri que gana la posición en el aire, el cabezazo mortífero hacia abajo, y la mano peluda del Demonio que la saca en la línea…” 
  El Negro Raúl siempre tiene algo para contar. Los muchachos lo respetan y lo escuchan con atención. El bar está semivacío. Un veterano de traje ensaya carambolas en el paño verde, solo como un hongo. Una pareja charla tomada de la mano en una mesa contra la ventana más distante.
   “Lo sueño seguido. Y cuando eso ocurre me despierto sobresaltado, siempre con el mismo pensamiento obsesivo: ¿Qué hubiera sido de nosotros si le ganábamos a Gremio?”, dice el Negro, y se queda pensando. Lito bebe un sorbo de café negro, tibio, intomable, pero sigue mirando con atención a su amigo, y le dice a modo de respuesta: “A veces tengo una sensación jodida, como que nunca más vamos a tener otra chance igual. Otras veces me
levanto con la certeza de que vamos a estar muy pronto de nuevo en los primeros planos, incluso con algunos de estos mismos jugadores. Y otras veces me desvelo por las noches pensando que con ese gol nos traíamos los tres puntos del Brasil, y nos quedábamos con la Copa ganando en casa sin contratiempos ¡Lo que hubiese sido esa Navidad!”. Lito dijo esas palabras disimulando el nudo en la garganta.   
   El Negro Raúl alza la voz y lo agarra del antebrazo al Monito, que abre los ojos exagerando un dolor que no siente. “¿Ustedes creen que si ganábamos la Copa hubiese sido todo muy diferente? ¿Qué los futbolistas se hubieran quedado? ¿Qué Almirón no se hubiese ido como se fue? ¿Ustedes creen que  el club habría salido a gastar guita en refuerzos? ¿O piensan que la gloria nos habría permitido dejar de ser un club deficitario?” Todos escuchan en silencio. Santiago duda, parece a punto de preguntar algo, pero no se anima. 
   El que responde es el Gitano, que es amigo lejano de un par de jugadores del plantel, amistad que no revela, y tiene su labia: “El tema es que Carboni tuvo que lidiar con el desguace, con las iras de los que debían irse y querían quedarse, y también con la mala leche de los que debían quedarse y querían irse. Eso sí, no sin antes tirar su fósforo sobre la nafta derramada por la derrota. Y la bronca creciente de muchos socios que no podían digerir la enorme frustración, que no aceptaban la inevitabilidad del fin de un ciclo, y en cambio exigían permanencias imposibles, refuerzos inalcanzables y resultados inmediatos. El Kely bajó los brazos ante semejante panorama: dejó el cargo horas después de la derrota ante Aldosivi por la tercera fecha de la Superliga 2018/19, luego de estar al frente del primer equipo en 26 encuentros de los que sólo ganó cuatro, con apenas un 32% de efectividad. Se fue el domingo 26 de agosto. El 18 de septiembre, 21 días después, firmó contrato con Argentinos. En cambio Lanús no tenía un reemplazante pensado de antemano”. La mesa se queda en un silencio espeso. Carlitos le señala a Maguila una morocha que pasa por la puerta de la calle lateral, Don Antonio levanta las cejas aprobando algo indefinido, que bien pueden ser los dichos del Negro como las curvas de la morocha. Andá a saber. De fondo retumba una carambola.
    “Quince días antes de la partida de Carboni, el 9 de agosto, en la ida de octavos de final de la Copa Libertadores, Cerro Porteño, dirigido por Luis Zubeldía, era derrotado por 2 a 0 en Asunción por el bravo Palmeiras.  Y diez días después, el 19 de agosto y por el mismo marcador, caía nuevamente en su estadio, ésta vez ante su clásico rival, Olimpia.” La posta la tomó Campitos, siempre crítico, siempre desconfiado: “… Y ahí apareció el único héroe de esta historia: Juan José Zapag, el presidente de Cerro, quien tomó de caliente la decisión de despedir a un entrenador que había dirigido a su plantel en 35 partidos, de los cuales apenas perdió 6, con 20 victorias y 9 empates, obteniendo más del 62% de los puntos. Gracias a él, Lanús tuvo la posibilidad de traer a Zubeldía, el técnico ideal para la tarea a realizar, formado en el club con una sólida pertenencia a los colores, definitivamente  proyectado al primer nivel continental…” 
  “A ese, a ese Zapag hay que hacerle un monolito”, dijo el Petaca, y estallan algunas risas, una de ellas la del muchacho de la pareja del fondo, que se reía con la chica,  pero de otra cosa.
    El Negro retomó el control de la conversación: “Todos sabemos que Luis la tuvo difícil. Que se encontró con un plantel que él jamás hubiera armado, con una condición física muy pobre, y con el ánimo por el piso. Sabemos que perdió los primeros tres partidos, y que los perdió bien. Recién empezó a sumar por la 8º fecha en Tucumán empatando en cero ante el encumbrado Atlético, y a partir de ahí, la capacidad de trabajo y la solidez profesional  de Zubeldía empezaron a dar sus frutos: dos triunfos (Patronato, Independiente) y una derrota inmerecida en casa (Huracán), tres empates justos de visitante (Tigre, Banfield, Estudiantes), una aceptable campaña de nueve puntos sumados en los últimos seis partidos. Fiel a su estilo de buscar en la cantera el diamante en bruto, Zubeldía está formando un equipo interesante, con muchos jugadores del club. Así debe ser siempre un plantel de Lanús: (Lautaro, Pasquini, Thaller, Herrera, Carrasco, Belmonte, Maciel, Lodico, Marcelino, de la Vega), más algunos que estaban y se acomodaron (Ibáñez, García Guerreño, Di Plácido), más otros que llegaron y se adaptaron (Torsiglieri, Quignón), y otros que aún no...” enumera el Negro mirando a los ojos a uno y a otro, buscando objeciones. No las hay.
    El Monito se pone de pie y antes de arrancar sin esperar respuesta de nadie, larga su sentencia: “Yo lo único que pido es que sumemos de a tres para alejarnos definitivamente del descenso. ¡Quién te dice que de tanto ganar para no descender no terminamos peleando el torneo!”
    “Ni hablar si viene el Pepe Sand…”, dijo Don Manuel que estaba detrás del mostrador. Todos lo escucharon y nadie dijo nada. Ni a favor, ni en contra de esa posibilidad. “Muchachos, me espera la patrona, la seguimos mañana…” dijo Petaca, ya casi desde la puerta. Doña María aprovechó para apagar las luces de la otra mitad del salón. Y Don Manuel tuvo reflejos para bajar de una a la cortina chica. La operación de cierre ha sido exitosa.
   En la calle no quedaba un alma. Campitos caminó por Oncativo hasta Arias, dobló hacia el este rumbo a La Fortaleza, y se topó con la nueva gigantografía de la famosa esquina donde la calle Arias, que pasó a llamarse Ramón Cabrero, se cruza con Héctor Guidi, que hasta los años ‘70 se llamó General Mariano Acha. Allí donde vive la historia del fútbol granate, entre las figuras del Nene y de Ramón, en un enorme cartel que cuelga a espaldas de la tribuna local sobresale la frase “Mi lugar en el mundo”. Y cada vez somos más –piensa en silencio Campitos mientras camina frente a la enorme producción gráfica- los que por encima de todo nos identificamos con ese pensamiento. Al llegar a Esquiú dobla para el lado del paredón, y finalmente se pierde de vista en la noche templada de diciembre.