domingo, 5 de julio de 2020

El asadito

por Marcelo Calvente

marcelocalvente@gmail.com

    Designado el 21 de marzo de 1979, el flamante presidente del club Lanús,  Juan Carlos Seguer, era pariente de Carlos Radrizzani, quien había sido intendente de Avellaneda entre 1968 y 1971. A instancias de Seguer, Radrizzani intercedió ante Grondona, con quien lo unía una larga amistad, para que solucione el conflicto con el club argumentando que era una entidad muy importante y muy necesaria en el distrito por las instalaciones y los espacios verdes que disponía. A mediados de 1979, mientras Lanús jugaba su primer año en la C, Grondona lo cita a Seguer y le hace un ofrecimiento concreto: devolverlo por decreto a la divisional B para disputar el campeonato de 1980 y entregarle además una suma de dinero como para reforzar parcialmente al equipo. En la reunión de Comisión Directiva, el presidente comunicó el ofrecimiento con una sonrisa triunfal, pero se encontró con la negativa de los abogados del club, Carlos González y Emilio Chebel, los mismos que habían iniciado las acciones legales sin haber agotado las instancias administrativas, quienes argumentando que la proposición era la prueba de que el juicio contra la AFA estaba ganado convencieron a la mayoría de los asistentes de no aceptar la oferta. Hasta el día de hoy hay varios periodistas, socios y simpatizantes que creen que Lanús recibió un resarcimiento económico por aquel descenso viciado. Ese resarcimiento nunca llegó porque el club no lo aceptó, como tampoco se aceptó que le devolvieran una categoría de las dos que había perdido, porque los abogados sostuvieron que al terminar el juicio, cosa que para ellos iba a ser muy pronto, el resarcimiento iba a ser mucho mayor  y la AFA iba a tener que devolverlo a la primera división.
    Según el minucioso trabajo del historiador Néstor Daniel Bova, en la página 255 de la obra “96 años…”, se explica con claridad que, efectivamente, la demanda había tenido resultado favorable en primera instancia, lo cual fue notificado con fecha 24 de mayo de 1979: “…haciendo lugar a la demanda, decretando así la nulidad de la resolución recaída en el expediente Nº 17.556 dictada el 18/11/1977, en cuanto determinado dar curso a la protesta planteada por el Club
Atlético Lanús, presentada el 12 de diciembre de 1977. En consecuencia, condenándose a la entidad demandada para que por intermedio del órgano correspondiente -Tribunal de Disciplina- dicte pronunciamiento al respecto…”. Sin embargo la Asociación de Fútbol Argentino apeló la medida, y tiempo después, ante la certeza de que recibiría una sentencia de Cámara desfavorable y varias circunstancias ajenas a lo deportivo que explicaremos más adelante, Lanús desistió de continuar activando la causa.
     Juan Carlos Seguer se hizo cargo de la grave situación. Debido a su trabajo tenía relación con Sasetru, y fue fundamental para lograr un primer acercamiento con la empresa y comenzar a renegociar la deuda. El primer indicio de que la cuestión iba a ser complicada se tuvo durante ese año, en una reunión a la que asistieron los socios granates Fito Papini y Roberto Rotili, dos experimentados dirigentes, hombres de recursos económicos y destacadas relaciones, quienes tuvieron un diálogo con el almirante Carlos Lacoste. El marino había sido el presidente del EAM 78 y buscaba ocupar la vicepresidencia de la FIFA. Con el estilo de los que conocen la dimensión de su poder, Lacoste les recomendó a los dirigentes de Lanús que den por terminada la demanda. Sorprendidos por sus palabras, éstos le respondieron que sería una locura hacer algo así cuando acababan de recibir un fallo favorable en primera instancia. “Tuvieron ese fallo porque hasta hoy no me metí yo. Ahora les estoy comunicando que si siguen adelante con el juicio se las van a tener que ver conmigo”. Informados los responsables del estudio jurídico, los letrados Carlos González y José  Emilio Chebel, que habían iniciado el juicio trabajando ad honorem,  entendieron que había un solo camino a recorrer. Sin embargo, de manera oficial, la demanda nunca se retiró.
    El notable esfuerzo de estos Granates de ley muy pronto generó simpatías y fueron muchos los socios que decidieron aportar lo suyo, algunos más, otros menos, toda la ciudad se integró para ayudar.  El dirigente Coco Garrido había presentado la idea de la rifa, y resultó ser un éxito absoluto, se llegaron a vender miles de números y se entregaron todos los premios, entre ellos varias decenas de autos 0 km. Tal vez como nunca hasta ahí, el pueblo de Lanús se comprometió con el club. Si muchos compraron las rifas fue porque también fueron muchos los que se arrimaron para salir a venderla. La primera cuota de cada número era la comisión que cobraba el vendedor. Garrido se ocupaba de que la gente recibiera todos los premios, cuidaba con mucho celo que se cumpliera con lo prometido en todos los aspectos. En una reunión realizada en el Grill Omar, un tradicional restaurante del socio Granate José Armando Fracchia, a mediados de diciembre de 1979 y muy disgustados por el ascenso que se escapó en las últimas tres fechas, los dirigentes le exigieron a Néstor Díaz Pérez que entregara el dinero recaudado por las rifas para aplicarlo a la contratación de futbolistas de categoría y así dejar de una vez por todas y para siempre la Primera C. La respuesta generó una catarata de improperios: “Ni en pedo les doy la guita, esa plata es para pagar las deudas que avalaron los socios con sus propiedades. Si yo les doy la guita para comprar jugadores y a estos tipos les rematan la casa, me tengo que pegar un tiro”, dijo Néstor, e inmediatamente se fue de la reunión en medio de los insultos cruzados sin haber alcanzado un mínimo acuerdo entre los que estaban a favor y en contra de su postura. Pero en su cabeza quedó dando vueltas el asunto. El club estaba asumiendo cuantiosas deudas, y lo que ingresaba nunca era suficiente. Había que pensar en generar más dinero. Esa noche de insomnio le surgió la idea de organizar un asado para cuatro mil personas sin poner un peso.
    Cuando a la mañana siguiente visitó a los hermanos Carlos y Agustín  Velazco, dueños del frigorífico Gorina, y les pidió que donen la carne para esa cantidad de comensales, en las caras de asombro de sus dos amigos, Granates de corazón, encontró la negativa absoluta. Saludó, se fue y de inmediato descartó la idea del evento, iniciativa que hasta a él mismo le pareció un delirio. Cuatro días después recibió el llamado de uno de los hermanos Velazco, quien le dijo que lo habían charlado bien y que habían llegado a la conclusión de que ambos sentían la obligación de ayudar al club, ya que nunca lo habían hecho. Néstor volvió a creer en la idea. Con la carne resuelta, poco a poco fue consiguiendo lo demás. La soda la donó “El Esquimal”, cuya planta modelo estaba en Basavilbaso y Eva Perón; la verdura Pezzuto y Giampaolo, mayoristas del mercado central. El vino lo puso Squartini, que fraccionaba y distribuía en el Parque Industrial. La vajilla, las sillas y las mesas fueron gentileza de El Trébol. D’Angiola prestó las carpas gigantes, también se consiguió el pan: varias panaderías colaboraron con una parte de lo que se necesitaba. Todo había sido logrado sin poner un peso, sólo se gastó en la contratación del grupo de asadores, y la venta de las tarjetas se iba haciendo a muy buen ritmo, por lo que se intuía iba a resultar un enorme éxito. A cuatro días del asado, mientras repasaba punto por punto los detalles de organización del evento, Díaz Pérez se dio cuenta que había omitido el tema de los mozos. Casi contra reloj, le pidió consejo a los que sabían, e invariablemente le decían que necesitaba al menos 200 mozos, y ese costo iba a recortar los dividendos de manera determinante. Y entonces, como siempre ocurrió, de la nada surgió en su cabeza la inspiración alocada pero salvadora: llamó un oficial de alto rango del Batallón Viejobueno, el teniente coronel Celso Vaca, vecino de Lanús y amigo de Néstor, que además era furioso hincha del Grana.
   Aquella mañana de marzo de 1980 en la nueva pista de atletismo se llevó a cabo el asado, los más de 200 improvisados mozos bajaron de los camiones de la guarnición militar de Monte Chingolo. Vestidos de fajina y con la enorme alegría de escapar a la monotonía del cuartel, los colimbas sirvieron aquel almuerzo memorable que permitió pagarles a los jugadores los sueldos y los premios atrasados, reforzar el equipo que iba a afrontar la segunda campaña consecutiva en tercera división del fútbol argentino, e incluso se ganaron sus buenas propinas. Y tanto Néstor Díaz Pérez, como varios de sus amigos y allegados que no podían creer lo que estaban viendo, comprendieron que sacar al club del pozo no era un imposible. Solo hacía falta generar iniciativas, porque la predisposición de socios, hinchas y vecinos para colaborar con el heroico salvataje era ilimitada.