miércoles, 26 de agosto de 2020

Memoria Granate: Veranos de color grana

por Marcelo Calvente

marcelocalvente@gmail.com

Con el descenso de 1970, con 55 años de vida, Lanús se aproximaba a su hora más difícil. Los hinchas volvieron a sentir la misma decepción no exenta de bronca por un nuevo retroceso, el mismo sentimiento con que habían contemplado indignados el robo del 49, la furia por la derrota de Los Globetrotters del 56 y la resignación ante el previsible descenso del 61. Esa hinchada Granate sufrida y castigada como pocas acompañó a Los Albañiles por su fútbol virtuoso, en tiempos en que los cinco equipos grandes y también Estudiantes, Vélez y los dos elencos rosarinos contaban con extraordinarios jugadores. Esa hinchada seguidora que vio venir la caída de 1970 como algo lógico, asumió con pena que el sueño de aquel equipo llegaba a su fin sin haber podido alcanzar la tan soñada conquista de un título de campeón, sabiendo que había que barajar y dar de nuevo. Por tercera vez en su historia Lanús volvía a jugar en la “B”, y a verse las caras con los humildes Nueva Chicago, Los Andes, Temperley, Morón, Almagro, All Boys y Deportivo Español, entre otros clubes característicos del ascenso. Era el inicio de una década de graves problemas políticos y sociales en el país y el resto del continente, que la entidad del sur sufriría particularmente.
    Tres años antes, en 1967, Lanús se había embarcado en la obra más ambiciosa de las hechas hasta entonces. Había recibido más de 40.000 metros cuadrados y estaba construyendo la Ciudad Deportiva, complejo que incluía una tercera cancha de fútbol con pista de atletismo, un playón para handball, una gran pileta tipo balneario, un amplio sector de camping con parrillas y varias mejoras edilicias en el estadio. Se había diseñado la venta de un Bono Patrimonial que generaba una categoría distinta de socio, que le otorgaba una
platea vitalicia al comprador, y los asociados estaban respondiendo muy bien a la iniciativa, haciendo el mayor esfuerzo para pertenecer a la nueva elite societaria. Perón todavía era un recuerdo bien guardado en la conciencia de los trabajadores, mientras que en Lanús era el tiempo de la Cruzada Renovadora Granate, la agrupación formada por los socios que se alineaban con la figura del General, avanzaba con viento en contra. El vice 1º, Osvaldo Ferrari, se había hecho cargo de las obras y con orden y austeridad administraba el dinero que ingresaba. El Club tenía como objetivo cumplir con lo prometido y construir la Ciudad Deportiva, y pese a que la economía del país se complicaba día a día, Ferrari estaba abocado a eso con dedicación exclusiva. Muchos inconvenientes que fueron surgiendo, como la construcción de la pileta a cargo de la empresa CODELA, a la que le subían las napas, que además traían restos de petróleo de la vieja laguna, debían resolverse con más astucia que recursos. Tal era la cantidad de combustible esparcido por las entrañas de aquellos terrenos, que al subir las napas  quemaba los nuevos árboles, algunos adquiridos al hoy centenario vivero Cuculo de Chivilcoy, y otros que el escribano Alberto Aramouini había conseguido en forma gratuita del vivero de la Provincia de Buenos Aires. Todos los inconvenientes eran resueltos por Osvaldo Ferrari y Alejandro Solito, destacados integrantes de la nueva comisión directiva Granate, cuyo presidente era Bartolomé Chiappara, que había reemplazado de apuro al legendario Antonio Rotili, quien no pudo terminar de cumplir su último mandato. En esos años fue creciendo la figura de don Tito Montenegro, quien a tal punto se comprometía con todas las obras, que decidió mudarse a una pieza ubicada en el predio del club, que el hombre amobló con austeridad para estar disponible a toda hora. En una oportunidad, ante un apuro financiero de los que suelen tener que afrontar los clubes chicos, Chiappara le sacó el dinero que Ferrari había juntado para seguir con las obras y lo aplicó para pagar los sueldos. Por el disgusto, Osvaldo Ferrari sufrió un ataque que lo dejó postrado hasta su fallecimiento. No era fácil por entonces, como no lo es ahora ni lo será nunca, ser dirigente del club Lanús y tener a cargo la suerte o la desdicha de tantos socios, empleados y  vecinos. Uno y otro amaban a la entidad y querían lo mejor para Lanús, pero el dramático desenlace de una cuestión de gestión, a uno le llevó la vida y el otro cargó con la culpa hasta el final de sus días. Salvo muy pocas excepciones, ese tipo de sacrificados dirigentes, y circunstancias de tal dramatismo, fueron una constante en la vida del club.
      En 1970 fue inaugurada la pileta del Polideportivo, una obra que generó una verdadera revolución en los meses de verano, donde el predio del club se convertía en un lugar de esparcimiento indispensable para la familia, la niñez y la juventud de la zona, y una nueva fuente de recursos para la institución, que hasta ahí debía enfrentar los recesos estivales a pura pérdida. Se trataba de un verdadero balneario, con cuatro grandes pentágonos de diferentes profundidades, ninguno de más  de 2 metros, otra pileta para niños, un amplio espacio de césped bien cortado, con mucho lugar para tomar sol y una cancha de vóley sobre arena, bien playera. Todos los jóvenes dirigentes se hicieron cargo del nuevo fenómeno institucional. José Villamil, un experto en gastronomía, se puso al frente de la flamante confitería y restaurant estrenada debajo de la nueva platea de cemento inaugurada un par de años antes. Pichi Solito al frente de la pileta, incluso a veces cumpliendo el rol de bañero, con varios de sus de sus amigos como Teto, el menor de los Passeri, y Roly Peragallo colaborando en los vestuarios, y cuando el verdadero facultativo estaba ausente y no había más remedio, no faltaba el atrevimiento de ponerse el guardapolvo para realizar la “revisación médica” de rigor. El negro Bouzas se ocupaba de mantener el pasto bien cortado. El dinero recaudado en el verano con el trabajo a destajo de la nueva camada de dirigentes del club resultó fundamental para que el receso ya no fuera más deficitario. Además, sin olvidar del rol social que como institución debía cumplir, desde la inauguración, la entidad comenzó a otorgar pases gratuitos para que miles de chicos carenciados del distrito, en tandas bien ordenadas, pudieran también disfrutar de las instalaciones de la pileta balneario. El nuevo boom de diciembre a marzo fue una iniciativa de los socios Rubén Cacace y Néstor Camiño: la Colonia de Vacaciones Verano Granate, un éxito absoluto. En los meses del verano de aquellos años iniciales de la gran pileta de la Ciudad Deportiva, durante el largo receso estival, los micros escolares surcaban la ciudad mañana y tarde repletos de pibes cantando la canción de moda: “Tomala vos, dámela a mí, en la Colonia nos vamo’ a divertir…” 
        Para afrontar el torneo de ascenso de 1971, con una nueva conducción electa de la Cruzada Renovadora Granate encabezada por el doctor Carlos María Bosso, Hipólito Tinelli y Aníbal Villanueva, Lanús se desprendió de dos de sus mejores valores: Silva y Cabrero, por quienes Newell’s Old Boys pagó 20.000.000 de pesos que le dieron aire a una tesorería muy necesitada. En parte de pago llegó Alfredo Veira, un joven volante ofensivo, casi un delantero, y de Colombia volvió al país el veterano Norberto Raffo, goleador consagrado en Independiente y Racing, donde se coronó Campeón Intercontinental en 1967, un vecino ligado afectivamente a Lanús desde su infancia. Ambos futbolistas tendrán enorme relevancia en la campaña de 1971, convirtiendo 20 y 8 goles respectivamente, en un equipo que contaba con pocos sobrevivientes de la última versión de Los Albañiles, como Piazza, Capurro, Suárez y Carnevale, y una larga lista de valores del club que respondieron mejor de lo esperado, como Cornejo, Pont, Albasetti, Juan Carlos Rojas y el Loco Lencina, un wing izquierdo veloz que convirtió 5 goles. El arquero fue Hugo Pini, quien había llegado a préstamo de Banfield. Con esa base y con Benicio Acosta como entrenador, Lanús se consagró campeón con una muy buena campaña de 17 victorias, 7 empates y solo 4 derrotas en 28 encuentros disputados, con un poderío modesto y sin grandes figuras terminó siendo claramente superior al resto de los competidores y logrando volver a Primera al cabo de un año.
    La alegría poco duró, porque el paso de Lanús por la división mayor en 1972 fue uno de los peores de su historia. En 34 presentaciones en el Metropolitano, obtuvo sólo 3 victorias y 6 empates, con los que sumó apenas 12 puntos, la mitad que su perseguido, Ferro Carril Oeste, que con 24 unidades mantuvo la categoría sin contratiempos. En medio del torneo se produjo la venta de Osvaldo Piazza al Saint Etienne, algo que se discutió mucho porque la oferta era muy buena y permitía poner la economía al día, pero a la vez era una condena anticipada para bajar a la B. Piazza tuvo el gran gesto de donarle al club su 15%, un flamante derecho que acababan de lograr los futbolistas, y se resolvió venderlo. En marzo de 1973, con Lanús nuevamente en Primera “B”, el país volvía a las urnas y Perón al poder. Después de 18 años de proscripción y exilio, Juan Domingo Perón finalmente pudo volver al país en noviembre de 1972, año en que Lanús tuvo una breve estadía en Primera. En un mes, el General visitó su futura casa y tejió el armado final de las listas del FREJULI que encabezaría Héctor J. Cámpora, decisión que se iba a dar a conocer una vez que el líder hubiera emprendido el retorno a España. El gobierno de facto lo había mandado llamar como última alternativa para frenar el derramamiento de sangre. Y Perón, que quería volver, puso algunas condiciones premonitorias acerca de sus principales inquietudes: el pago de sus sueldos atrasados,  la restitución de su grado y su uniforme, y sobre todo, la devolución del cadáver embalsamado de Evita, la pintura cumbre de un tiempo demencial. Perón no pudo ser candidato por una última chicana de Alejandro Lanusse, que en verdad lo odiaba. Vino, tuvo reuniones políticas, armó un frente opositor integrado por un variopinto listado de candidatos y en la Navidad de ese año, cuando Lanús acababa de irse al descenso, el General se dispuso a seguir los acontecimientos desde Madrid junto a su caricaturesca compañía de su esposa Isabel y el Brujo López Rega.