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martes, 14 de mayo de 2013

No confundir el síntoma con la enfermedad


por Nestor Grindetti*

El enfermo vuela de fiebre, tiene una infección que le está tomando gran parte de cuerpo. Muchos facultativos han dado su diagnóstico: hay que aplicar antibióticos urgentes, bajo peligro de una septicemia que pone en riesgo la vida del paciente. Frente a este panorama, el médico de cabecera dice que el termómetro miente, lo destroza de un golpe y ordena paños fríos. La fiebre baja por unas horas, la infección no se cura, el enfermo empeora....
Si ahora hacemos una analogía: el cuerpo es la economía, la fiebre es la inflación, la infección es la política económica, los paños fríos son el control de precios, el termómetro es el INDEC, los facultativos son los economistas independientes y el médico de cabecera es el gobierno nacional. Creo que el ejemplo es claro, la economía empeora día a día.
Como hay inflación, la gente no quiere tener pesos ni en su bolsillo ni en el banco, porque sabe que día a día, hora a hora, esos billetes van perdiendo poder adquisitivo. Con lo que hace un mes compraba un kilo de pan hoy compra menos. Eso lo sufre todo el mundo, y todo el mundo sabe que el control de precios se termina algún día, por eso todos corren a comprar cosas para sacarse de encima esos pesos que pierden valor con el paso del tiempo. Entre las cosas que la gente busca para protegerse de la inflación está el dólar. Esto explica por qué la demanda de dólares aumenta. Porque la gente no quiere tener pesos. Esta actitud indica que se le tiene más confianza al dólar que al peso y eso es porque la expectativas que los ciudadanos tienen respecto de la economía yanqui son mucho mejores que las que tienen respecto de la economía vernácula.
Así las cosas, y como el gobierno argentino no emite dólares y si emite -y mucho- pesos; la demanda de dólares aumenta y los dólares van desapareciendo. 

Las reservas del banco central bajan 
Algún genio inventa el cepo y saca un bando al estilo medioeval que prohibe comprar dólares. Qué sucede entonces: cuando la gente quiere con desesperación algo, lo busca, donde sea y como sea. Entonces aparecen los vivos que tienen dólares, pero en vez de venderlo en las casas de cambio, porque ello está prohibido, lo venden por el pasillo de al lado, obviamente a un precio más caro que el oficial. Un nuevo canal comercial está abierto, hay riesgo porque ello está penado por la ley, y entonces hay abusos con el precio que aumenta día a día. La reacción del gobierno es la negación del fenómeno (recordemos al médico que rompía el termómetro). Las macanas en política económica siguen, las instituciones se deterioran, el círculo vicioso funciona a pleno. Más desconfianza, más cepo, más controles, aumento de precios, más quiere la gente comprar dólares.
El deseo de la compra de dólares es un síntoma, la enfermedad es la inflación (la infección). El gobierno ataca el síntoma, el enfermo empeora.
A la suma de desatinos y en una suerte de reconocimiento que el problema existe, (se ha tirado tanta tierra debajo de alfombra que ya se nota mucho), otro genio tiene una nueva y “brillante” idea: “¡Hagamos un blanqueo de capitales!”. 
¿Quë significa? Que todos aquellos que tengan dólares guardados, ya sea en el colchón,en la caja de seguridad, dentro o fuera del país, lo pueden ingresar al circuito blanco sin ningún tipo de penalidad. Otra vez una medida coyuntural, tomada a las apuradas, que no ataca el fondo de la cuestión, que perdona a los que no han pagado impuestos, y está lejos de asegurar una mejora en la situación de la economía.
Insisto, el problema no es dólar, el problema es la inflación y su efecto nefasto sobre el valor de la moneda nacional. El más perjudicado, como siempre, es el asalariado que no puede protegerse del incremento cotidiano de los precios frente a su salario que sólo se ajusta una vez al año.
  ¿Qué habría que hacer? En lugar de seguir emitiendo dinero para financiar el gasto público, habría que dar, hacia adentro y hacia afuera del país, señales serias y creíbles de que las cosas van a cambiar: independencia del banco central, comienzo de negociaciones con el Club de París, resolución de los conflictos internacionales en materia de cumplimiento de contratos, rediscusión seria de la coparticipación federal, funcionamiento pleno del sistema republicano con la imprescindible independencia de los tres poderes, plan de recomposición del parque energético, ordenamiento y transparencia del INDEC y eliminación sistemática de los impuestos regresivos. Con estas medidas se podría lograr ayuda financiera internacional que permitiría fomentar la oferta para no tener que deprimir la demanda. La economía así saldría disparada hacia adelante, generando nuevos puestos de trabajo. El complemento sería un plan de obras públicas licitado con transparencia que evitara los sobreprecios. Si se hicieran todas estas cosas, tal como lo están haciendo Brasil, Uruguay, Chile, Perú y Colombia (nótese que pongo de ejemplos países muy cercanos, no hablamos aquí de Noruega, Suecia, etcétera), a no dudarlo que el círculo vicioso se transformaría en virtuoso.
El gobierno debe dejar de lado los dogmas caprichosos y pensar más en la gente. La política y el ejercicio del poder tienen que hacer foco en un solo objetivo: el bienestar de la gente.
   (*) Ministro de Hacienda de Buenos Aires