Páginas

lunes, 23 de diciembre de 2013

La vida y la muerte, sin mordaza en la boca

por Alberto “Nacho” Biglieri*

www.biglieri.org

   Una crónica de un viaje que me contó Noemi Cambursano (pequeñísimo homenaje)

Entre sus experiencias en aquel viaje a Israel -me parece que la habían invitado de una organización internacional de juventudes políticas- le había quedado incrustada en la memoria la secuencia que compartió al acercarse a dos chiquitos colombianos, de unos 10 añitos de vida cada uno.
  Las jornadas en el desierto se impulsaban para que cada participante descubriera la importancia de la vida de cada ser en ese medio hostil. El menor insecto o una  pequeña hierba servía en la cadena alimentaria o se le atribuía alguna utilidad significativa para la supervivencia. Sin mayores elementos al alcance, cada organismo viviente era un material precioso. La vida, cualquier vida, gozaba de importancia y valor en esa inmensidad de arena y piedra donde el agua vale más que el oro, y del prójimo depende el minuto siguiente de tu propia existencia. 
   El coordinador del grupo, le había señalado a los dos niños caleños, para que Noemi pudiera hablar con ellos. En un encuentro multicultural  con tantos idiomas nativos distintos como los que implicaba una experiencia convocada en 50 países diferentes, el español no era el más común, ni de lejos. También le advirtió como era la relación y la experiencia que habían motivado traer a dos chicos del mismo país (todos los demás no repetían nacionalidad): uno de ellos había oficiado de "entregador" al identificarle a los sicarios del cartel local al padre
del otro. 
  Para los que la conocieron no haría falta pero para los que no, les comento que nada sorpresiva fue la elección del primer abordado. Se sentó al lado del chiquito, sobre unas rocas gigantes, entrada la noche en el kibutz, y mientras las piedras que tiraban no caían a ningún charco o estanque de agua, le preguntó directa  -también obvio, para los que la conocieron, y ahora para los que no- y seria: —¿Conocés a tu compatriota?  Sí, dijo el chico. No lo dejó pensar y siguió: —¿Es verdad que señalaste a su padre y luego lo asesinaron? Otro monosílabo afirmativo. —¿Y qué lograste con eso?  El pibe giró para mirarla a los ojos y le dijo: —100 dólares.
Unos segundos  de silencio le bastaron a Noemí para recuperarse: —¿Y de que te sirve que te den 100 dólares si por eso muere el padre de un amigo tuyo?  Respuesta: —A mi no me sirve de nada que el papá de él se haya muerto, pero a mi madre y a mi familia le servían los 100 dólares para comer.
    Ahora otro silencio más largo, y vuelta a la carga: —¿Pero ... por eso lo mataron?  Decime, en Cali la vida no vale nada? 
El pibe , cansado de recordar esa historia , su historia y la de su amigo , se paró para irse y le dijo: —Señora, ya le expliqué: a mí me dieron 100 dólares para no equivocarse. En Colombia la vida no vale nada, lo que vale es la muerte. 
  Narcopolicias, narcopolítica , narcojusticia, neologismos lejanos de una realidad cercana. Bertolt Brecht. 
Cuando me contaste esta historia no la podía creer, ni dimensionar. No puedo creer cómo importamos (o concebimos) tanta violencia. Ahora esta acá a la vuelta. 
Tampoco puedo creer que te hayas ido. Te vamos a extrañar.
  (*) Dirigente radical