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martes, 24 de diciembre de 2013

Los deseos de Navidad

por Alejandro Chitrangulo

La tecnología hace que dejemos de lado las postales navideñas, con los típicos dibujos de paisajes nevados, árboles y papás noeles, bien americanos  al mejor estilo  Coca-cola. Para suplantarlas con un frío mail o un whats App de compromiso o clásico compartir del facebook. Pero sea tarjeta y lapicera o teclado y pantalla, igualmente la idea es tratar de escribir algo que no sea repetitivo de otros años. Podría poner simplemente lo esperado, lo típico: feliz navidad y próspero año nuevo, ojalá el 2014 sea mejor que este 2013 etcétera... 
No importa si es en formato digital o la típica tarjeta. Lo realmente original es poder escribir algo que hiciese que mis amigos realmente sientan el espíritu navideño y los verdaderos deseos que uno tiene para ellos desde el corazón.
Pero, ¿dónde encontrar el espíritu navideño? Creo que algunos estarán de acuerdo en que hemos convertido la Navidad en una campaña de marketing desmedida donde compramos todo lo que las publicidades nos venden y hacemos que nuestros hijos esperen a un personaje gordo y abrigado que llega en trineo desde el gran país del norte trayendo en una bolsa roja muchos productos hechos en China que nosotros pagaremos en cómodas cuotas. Mientras los niños piden y piden, como piqueteros en la puerta de la municipalidad, por que a eso los acostumbramos. 
Pero en la realidad prácticamente olvidamos celebrar el nacimiento de Jesús, mientras nos dejamos llenar los oídos de mensajes dulcísimos, de esos que hacen subir la glucemia y logran que nos obsesionemos con adquirir productos para festejar el consumismo crónico.
  Si uno logra sobreponerse a todo esto se puede dar cuenta de que la Navidad debería existir sólo porque, a pesar de lo que hacemos todo el año, llega ese momento mágico en que
soñamos con un tiempo mejor, donde el amor sea la premisa fundamental, donde todos seamos más solidarios, tolerantes y compasivos. Y donde la ambición por el poder y la riqueza no sea el ejemplo de vida que queramos seguir. Eso debería ser el espíritu navideño. Es ese deseo que apenas aflora en la Navidad real el que nos persuade al fin y al cabo a pasar un año más entre los mortales. A comulgar con todo este montaje. A olvidarnos de casi todo, precisamente porque quizá si un día lográramos prolongar conscientemente ese deseo al resto del calendario, conseguiríamos sin duda comenzar a andar para mejorar el mundo en que vivimos.
Es precisamente por ello por lo que todos los mensajes y proclamas navideñas quedan desautorizados desde el principio. Porque quienes las lanzan son los que habitualmente están detrás de que nunca podamos mejorar colectivamente. Así, uno va buscando año tras año a quienes realmente merecen la pena.
¿Consumir o compartir?
Las fiestas de fin de año pueden disparar el estrés a niveles insospechados. Hay problemas que consideramos normales todo el año: las peleas por ese ascenso en el trabajo, los problemas de pareja, el colegio de los nenes, las cuotas del maldito préstamo, los resultados de los análisis, el auto… siempre se rompe, los malos vecinos, los buenos vecinos, la luz que se corta, la inflación, los impuestos, la lucha por llegar a fin de mes y muchos más.
   Es esa forma de vivir, la eterna carrera. Ir por la vida  contrarreloj, tratando de ser feliz, de tener esa bonita familia, de triunfar. A esa eterna prisa, la temporada navideña no solamente le suma actividades, también las complica. Reuniones y despedidas, los amigos, los del trabajo, los compañeros del curso, el grupo de los viernes, la familia de origen, la familia política. ¡Y los regalos! Para hijos, para padres, amigos, ahijados, compadres, abuelos, cuñados, nueras, yernos… días comprando.
Y la comida: la del 24, la del 25, la del 31, la dieta del primero. Con quien las pasamos, con quien no las queremos pasar. ¿Asado o lechón? ¿Tinto, blanco? 
Creemos que lo importante es lo que compramos y lo creemos de corazón. Que lo básico es lo que ofrecemos hermosamente envuelto a aquellos que queremos o con los que nos sentimos de alguna manera comprometidos. 
  Se nos olvida que todo regalo es únicamente un símbolo, por costoso, extravagante útil o interesante que sea, y los símbolos son objetos que tienen significación convencional, es decir que se establecen en virtud de la costumbre. 
En una sociedad donde el consumo se ha vuelto hábito donde los medios de producción y de comercialización están orientados para satisfacer necesidades diversas en muchos casos superficiales y superfluas: ¿podemos neutralizar esta parodia del afecto? ¿Será posible sustraerse a tan poderosos estímulos y compartir abrazos, historias, tiempo, cercanía, cariño verdadero, sin dejarse arrollar por la propaganda ni rendirse a la poderosa tentación del consumismo? Creo que sí.
Quizás, el espíritu navideño sea aprovechar esta época del año para decirle a los nuestros cuánto los queremos y tratar de envolver en un hermoso papel multicolor todo el afecto que podamos dar. No creo que exista mejor obsequio para ofrecer.
Después de estos pensamientos pude escribír los deseos, pero lo más importante,  creo que recuperé parte del famoso espíritu navideño, al menos en forma de sonrisa.