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martes, 24 de noviembre de 2020

Una mirada sobre la prehistoria del fútbol argentino

 por Marcelo Calvente

De los viejos 18 clubes de fútbol de la primera división que en 1931 fundaron el profesionalismo, el Club Atlético Lanús es el más joven. Nacido el 3 de enero de 1915, fue una expresión algo tardía del boom futbolero surgido a fines de siglo XIX en los principales puertos del Plata y el Paraná. Los historiadores más serios no dudan en consignar las fechas con precisión: la primera asociación oficial entre clubes se organizó en una taberna londinense donde se reunieron representantes de varias universidades inglesas, cuyos estudiantes, con enormes disparidades de reglamento, practicaban un deporte que se jugaba con los pies, y algunos de ellos incluían además el uso de las manos. Aquella noche, después de largas e infructíferas discusiones, los jóvenes de Cambridge decidieron reglamentar el fútbol, en tanto los de Rugby se apartaron e insistieron en seguir jugando con las manos, con el resultado imaginado. Hablamos del 26 de octubre de 1863, fecha internacionalmente reconocida como el día que el fútbol se implementó por primera vez en todo el planeta como competencia, independientemente de que en distintas sociedades de todas las épocas pueda haberse jugado a algo parecido. Cuatro años más tarde, aquellos fundadores todavía estaban discutiendo normas básicas y modificando el reglamento. Recién a partir de 1868 se empezó a competir en Londres con cierta normalidad y se logró establecer una
reglamentación básica unificada, que de todos modos seguirá siendo modificada al ritmo de los cambios políticos y sociales del siglo XX, hasta ser el actual, un precepto que se acerca bastante a la perfección.

No se puede entender la esencia tan particular del fútbol argentino si no se observa cómo y en cuánto tiempo el deporte de los ingleses locos enloqueció también a los criollos de los lejanos puertos del Plata y qué tan rápidamente el boom se fue extendiendo a casi todos los pueblos del mundo occidental. Apenas tres años después de aquella mítica reunión de la Freemason’s Tavern de 1863 donde se creó la primigenia “The Football Association”, el inmigrante escocés Thomas Hogg recibió en Buenos Aires el reglamento corregido del nuevo juego, que estudió con detenimiento, y que luego fue repartiendo entre los inquietos jóvenes de los colegios ingleses de Buenos Aires y sus  alrededores. Fue una tarea ardua y empecinada llevada a cabo por el escocés; el 9 de mayo de 1867, Hogg fundó el Buenos Aires Football Club, el primer club de fútbol de Sudamérica, para inmediatamente después iniciar el reclutamiento y la instrucción de los futuros jugadores. Apenas habían transcurrido menos de cuatro años de la reunión de los estudiantes de Londres. Recién el 20 de junio de ese año logró juntar 16 atrevidos que se animaron a ponerse los pantalones cortos para disputar el primer match de la historia argentina, dos equipos de ocho jugadores diferenciados entre los de gorra roja y los de gorra blanca, partido disputado en las instalaciones del Buenos Aires Cricket Club, del que Hogg era socio, ubicado en la zona del actual Planetario de los bosques de Palermo. En los primeros años de la década del 50, la Comisión Nacional de Museos y Lugares Históricos erigió allí un monolito que recuerda el acontecimiento.

Entre ese primer cotejo y mediados de 1868 hay registro de un total de cuatro partidos jugados con las mismas características. A partir de allí y hasta 1884, durante dieciséis años, no existe información acerca de la disputa de partido de fútbol alguno, lo que no significa que no se haya jugado. Recién en 1891 un pequeño grupo de cinco entidades porteñas, clubes y colegios ingleses todos, fundaron la Argentina Association Football League y jugaron el primer torneo. Sin embargo, al menos en la novel asociación, al año siguiente no hubo competencia. Fue con la irrupción de otro escocés que había llegado al país en 1882, Alejandro Watson Hutton, quien dos años después de su arribo fundó el Buenos Aires English High School. Si bien no hay dudas de que Hogg fue el padre del fútbol argentino, tampoco se puede negar que Hutton fue quien lo adoptó. A partir de 1893, Alejandro Watson Hutton le daría un renovado impulso a la asociación, siempre integrada por un número reducido de instituciones británicas, entre las que reinó el Lomas Athletic Club, que ganó 5 de los 7 torneos disputados hasta 1899. Terminado el predominio del equipo de Lomas de Zamora, la primera década del siglo XX fue el tiempo de los estudiantes del colegio de Hutton, liderados por Jorge Gibson Brown, quien pronto se destacaría como el mejor de los famosos siete hermanos futbolistas, capitán de la Selección Nacional entre 1908 y 1914. Con el legendario nombre de Alumni, el equipo de Hutton ganó casi todo lo que disputó y se retiró de las competencias cuando se cansó de ganar, con sus principales figuras entrando en la veteranía. Entre 1901 y 1911, Alumni se alzó con 16 de los 22 torneos que jugó. Fue entonces cuando los jóvenes criollos, que antes sólo miraban, decidieron entrar en acción.

El fútbol inglés y el argentino nacieron prácticamente juntos y crecieron a la vez con el mismo escenario, el de los estudiantes británicos de clase acomodada. Los anglo-argentinos lentamente le fueron dando espacio a los criollos, quienes bien pronto desplegaron un estilo personal pleno de distinción y belleza. Sin embargo, la picardía criolla aplicada al juego y traducida en quiebres, amagues y gambetas, para los rudos y caballerescos jóvenes ingleses pronto resultaron ofensas cercanas a lo antideportivo. La cuestión era que aquel equipo que contaba con algunos nativos resultaba superior, y como éstos no disponían de los medios como para dedicarse de lleno al nuevo deporte, sus adinerados compañeros les juntaban unos pesos para que no faltaran a los compromisos por los puntos. Pero con el tiempo los ingleses los fueron marginando, tanto para no apartarse del terreno del amateurismo como para sostener el estilo británico de juego frontal, basado en el despliegue y la velocidad.

El verdadero objetivo de preservar el amateurismo pasó a ser el de mantener al nuevo juego en el marco de las normas y costumbres victorianas. Cuando advirtieron que no podrían competir con los pícaros y mañosos futbolistas criollos, decidieron que todo resultaría mejor sin ellos, y desde el amateurismo intentaron mantener al nuevo y genial deporte en el marco social de los ricos, cosa que sólo pudieron conseguir con el Rugby. Ya era demasiado tarde: en las ciudades de Buenos Aires, Rosario y Montevideo, en los suburbios y hasta en los parajes alejados, los jóvenes rioplatenses deslumbrados por el nuevo juego empezaban a armar equipos y fundar clubes a ambos lados del Riachuelo, muchos de ellos en lo que hoy conocemos como conurbano sur, en donde cientos de villas crecían a la vera del ferrocarril. Es por esto que la mayoría de los viejos clubes de fútbol argentino, entre ellos 15 de los 18 que más tarde pusieron en marcha la era profesional -la excepción fueron Gimnasia y Esgrima La Plata y Quilmes, ambos de 1887-. surgieron en la primera década del siglo XX: River en 1901, Tigre en 1902; Huracán y Racing en 1903; Independiente, Ferro, Argentinos y Atlanta en 1904; Boca, Platense, y Estudiantes, en 1905; Talleres de Escalada y Chacarita, en 1906; San Lorenzo en 1908 y Vélez en 1910. El Club Atlético Lanús fue creado el 3 de enero de 1915, y para organizar algo tan novedoso y particular como un club de fútbol en aquellas circunstancias fundacionales, tantos años de ventaja respecto de sus competidores era demasiado tiempo.

Se suele decir no sin orgullo que Lanús no es un club de fútbol, sino un club con fútbol, afirmación simpática y muy difundida que sólo en parte se ajusta a la realidad. Sí es muy cierto que a diferencia de los clubes que hoy componen la elite, los cuales en su mayoría fueron creados por los propios jóvenes futbolistas amateurs ávidos de competencia pero sin demasiadas ambiciones institucionales, a Lanús lo fundaron un grupo de vecinos de buen pasar, jóvenes de familias acaudaladas ligados a la política y los negocios. Ninguno de los que firmaron el acta inicial practicaba fútbol ni ningún otro deporte que no fuera el juego de baraja por altas sumas de dinero, y se apasionaban con el turf, los dados y todo lo relacionado con las apuestas, prácticas muy afines a los jóvenes de clase alta con mucho tiempo libre, como eran aquellos quienes le dieron vida a la entidad Granate, en su mayoría descendientes de europeos y pertenecientes a familias ligadas a la política conservadora que imperaba en Buenos Aires en 1915.

Juan Manuel de Rosas perdió su poder en 1852 en la batalla de Caseros, y apenas dos años después, en 1854, un joven comerciante nacido en 1820 en Concepción del Uruguay, llamado Anacarsis Lanús, adquirió un lote en una zona despoblada del Pago del Riachuelo, en lo que hoy conocemos como el centro de Lanús Oeste. Era una chacra limitada por las actuales calles Andrade, Avda. San Martín, Máximo Paz y Basavilbaso, donde en 1866 construyó una casona señorial, un tambo y algunos años más tarde, en 1873, erigió una capilla que hoy podemos visitar en la esquina de Llavallol y Dr. Melo, en la zona top de Lanús Oeste. De las casi ciento setenta hectáreas de la chacra, sólo sobreviven la capilla de Santa Teresa y el mirador de la casa de campo, que se asoma detrás de la fachada de una vivienda particular ubicada justo enfrente del club Quintana, sito en la calle del mismo nombre y Amado Nervo, en el barrio que hoy conocemos como Villa Martínez de Hoz, en homenaje a Federico Martínez de Hoz, a quien en 1881, y para salvarlas de sus acreedores, Lanús le traspasó sus tierras que en la década del 20 serán loteadas. Es lo único que queda en pie de la histórica casona.

Anacarsis venía haciendo buenos negocios en tiempos de Rosas, pero su gran fortuna la obtuvo junto a Mitre como proveedor de la vestimenta de los ejércitos de la guerra de la Triple Alianza, un verdadero genocidio contra el pueblo paraguayo que comenzó en 1864 y culminó en 1870. Es muy probable que debido a su cercanía con el poder, don Lanús estuviera informado al comprar sus tierras que una compañía inglesa trazaría una línea férrea entre Buenos Aires y Chascomús, una enorme extensión de excelentes pasturas con ganado, saladeros y tambos en pleno crecimiento, donde preexistían los pueblos de Avellaneda, fundado en 1852, Lomas de Zamora en 1861 y Banfield en 1872, zonas urbanas donde fueron a afincarse parte de los primeros contingentes de sobrevivientes de la fiebre amarilla que asoló el barrio sur de la ciudad de Buenos Aires en el verano de 1871. Los ricos abandonaron sus casonas de San Telmo, donde se produjo el epicentro de la tragedia, y muchos se mudaron hacia el norte, a Retiro, Recoleta, Barrio Norte, Palermo y Belgrano. Pero otros, principalmente aquellos que tenían intereses comerciales en el sur, eligieron Banfield, Lomas de Zamora y Temperley, y con su arribo contribuyeron a poblar la zona. En 1865 Anacarsis Lanús cedió parte de sus terrenos al paso del ferrocarril y recibió a cambio el permiso para hacer un apeadero -en el mismo lugar donde hoy se encuentra la Estación Lanús- que ante la escasísima población de la zona estaba destinado casi exclusivamente a su servicio. Quien quería abordar el tren allí debía manifestarlo haciendo señas claras al maquinista. Quien quisiera descender en el lugar, debía comunicarlo al conductor del tren al abordarlo. La historia del lugar iba a cambiar muy pronto, a partir de la pasión que los jóvenes Juan y Anacarsis, dos de los hijos de don Lanús, sentían por el turf, toda una novedad para el Buenos Aires de entonces.