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lunes, 20 de diciembre de 2021

Memorias granates: Gente de palabra


por Marcelo Calvente

marcelocalvente@gmail.com

Durante los muchos años en que los hermanos Enrique formaron parte de las inferiores de Lanús, tanto Ramón, como Héctor, Carlos y Rubén, el menor de todos, los cuatro fueron de las más grandes esperanzas del club. El mayor era Ramón Valentín, nacido en 1959, quien debutó en Primera en 1978. Jugaba de enganche y tenía una pegada espectacular. Su tarde de gloria fue la del 28 de agosto de 1982, en cancha de Lanús ante San Lorenzo por el torneo de Primera B, cuando ingresó desde el banco promediando el complemento para sellar la victoria Granate por 1 a 0. Desde su debut y hasta 1982 jugó 147 partidos y marcó 46 goles. En la última fecha del torneo de ese año sufrió una fractura de peroné de la que no pudo recuperarse. Durante el 83 no pudo volver y en el 84 jugó un solo partido. Su carrera continuó en diversos clubes del ascenso hasta el año 90, pero nunca volvió a ser lo que fue hasta aquella lesión. Como suele ocurrir en estos casos, son muchos los hinchas de Lanús que aseguran que Ramón era el mejor de los cuatro, pese a que Héctor fue Campeón del Mundo en México 86 y con River ganó todo, y Carlos, el “Loco”, nacido en diciembre de 1963, que había hecho las inferiores en Lanús jugando de wing izquierdo, debutó en primera en 1982 jugando para Independiente como marcador lateral. En el Rojo jugó cinco años como titular, luego jugó tres años en River, en ambos clubes fue campeón y en nueve oportunidades vistió la camiseta de la Selección Argentina, siendo parte del plantel que ganó la Copa América de 1991. El “Loco” Enrique se dio el gusto de volver a Lanús en 1992 a los 28 años e integrar

junto a su hermano Héctor el equipo de Miguel Russo que había vuelto a Primera para quedarse. Sin embargo, no falta quien dice que el mejor de los cuatro fue Rubén, el menor de los Enrique, que por un problema en un oído no pudo llegar a Primera.

   Héctor y Ramón Enrique jugaron juntos en el año ‘81, cuando Lanús ganó ampliamente el torneo de la C, ambos integraron una inolvidable delantera junto a Claudio Nigretti, Juan Crespín y Horacio Attadía, todos formados en el club, capitaneados por el gran José Luis Lodico, puro ADN Granate. Ese inolvidable equipo tuvo continuidad en 1982 en Primera B, donde Héctor mostró su dimensión de jugador espectacular, convirtiendo 8 goles en 22 presentaciones y llamando la atención de River, que pronto mostró su interés por el futbolista. El encargado de negociarlo fue Néstor Díaz Pérez, quien llevó a la reunión con Aragón Cabrera una cifra de venta establecida por el resto de la comisión directiva, cifra con la que él no estaba de acuerdo. Es por eso que ante los dirigentes de River exigió un dinero dos veces mayor, por lo que sus interlocutores se miraron desconcertados. Algunos dirigentes, entre ellos Aragón, se retiraron ofuscados de la reunión, dejando a Néstor a solas con otro directivo. “Escúcheme, Díaz Pérez, nosotros sabemos que el club Lanús fijó como precio de venta la tercera parte de lo que usted nos está pidiendo. Nosotros estamos dispuestos a pagarle a Lanús lo que sabemos que pretende, y vamos a respetarle lo suyo de la siguiente manera…” Díaz Pérez se levantó ofendido. “Señor, usted está muy equivocado. Dígale a Aragón Cabrera que yo soy quien negocia a Héctor y que no pienso venderlo por menos de lo que le dije. Y aclárele bien que todo el dinero es para Lanús. Dígale que yo ni pido ni acepto nada para mí, ni un solo peso, ¿está claro? Ustedes no entienden que los dirigentes de Lanús hace varios años que nos venimos rompiendo el culo para salvarlo de la quiebra…”

    Cuando estaba retirándose sin saludar, regresó el presidente de River, dejando en claro que se había quedado oculto en un cuarto contiguo escuchando la conversación. Aragón Cabrera le dio un abrazo y logró calmarlo con palabras afectuosas. Todos volvieron a sentarse. El titular de River aceptó la suma exigida por Néstor a condición de que Lanús aguarde a que le ingrese el primer pago de la Fiorentina por el pase de Ramón Díaz. “Acabamos de pagar a Francescoli, de momento no tenemos el dinero para comprarles a Enrique, pero queremos al jugador para sumarlo ya mismo al plantel. Les pido que confíen en mi palabra de caballero” dijo el veterano dirigente riverplatense. Díaz Pérez llevó la oferta a la reunión de Comisión Directiva, donde el tema del pago se discutió bastante pero se terminó aceptando. El problema mayor era que Héctor Enrique, que exigía ser transferido, no había renovado su contrato con Lanús y técnicamente era jugador libre, aunque tanto él como su padre habían dado su palabra de que si lo transferían, ellos iban a respetar su pertenencia al club.

    Por entonces no era un tema de fácil solución la negativa de los futbolistas a extender su vínculo. Si bien por agradecimiento la mayoría respetaba que el pase era de la entidad formadora, cuanto más valioso era el jugador y menos poderosa la institución donde jugaba, más eran las tentaciones y los malos consejos que escuchaban. Así fue que pocos años después, confiando en el jugador y su entorno como algunos años antes había confiado en Pelé y en su padre, al finalizar la temporada 87/88 Lanús perdió a Leo Rodríguez por el “olvido” de un dirigente que no mandó el telegrama, el jugador se fue a Vélez sin que su partida haya dejado ni un solo peso para las arcas del club. En 1991, cuando revistaba en San Lorenzo, Rodríguez saldría Campeón de la Copa América en Chile jugando como titular en la Selección Argentina del Coco Basile y continuaría su carrera en el fútbol europeo.

    En cambio en el caso de Héctor Enrique, la integridad del futbolista y su muy humilde núcleo familiar justificaron la confianza de los dirigentes que se la jugaron, porque aún antes de lo esperado, Aragón Cabrera lo llamó a Néstor y lo citó en la sede del club Millonario, donde lo esperó con la totalidad del dinero exigido por el pase de “Pelé” y un fotógrafo que los retrató a todos felices y sonrientes. Antes de culminar ese año, la Comisión Directiva que presidía Carlos González aprobó la construcción del microestadio, que en un principio se imaginó en la Ciudad Deportiva, pero que por cuestiones económicas y de factibilidad se terminaría llevando a cabo unos años más tarde en la sede social de la avenida 9 de Julio. Muy pocos imaginaban que Lanús, que todavía no había escapado definitivamente del infierno, ya estaba empezando a vivir la mejor parte de su historia.

   En la foto: Hector Enrique, Nigretti, Ramón, Crespín y Attadia, en 1982.