lunes, 16 de mayo de 2016

Cittaslow


Un importante grupo de personas alrededor del mundo, busca desacelerar su vertiginoso modo de vida mediante la vuelta a lo natural. La consigna es  tomarse la vida de a pequeños sorbos y no de a tragos. Basados en esta premisa ya existen más de cien poblaciones de todo el mundo, que han asumido un modo de vida tranquilo y ecológico.
Se trata de ciudades sin estrés donde el tiempo fluye sin agobios y la calidad de vida de sus habitantes, el medio ambiente, la cultura y la gastronomía local son prioritarias. Más de cien ciudades de todo el mundo, reúnen todos estos requisitos y, por ello, forman parte de la red de Ciudades Slow. La iniciativa, surgida en Italia, sigue los pasos del movimiento Slow Food y cuenta con una organización que distingue a sus socios con un certificado de calidad.
El nacimiento de una movida ecológica 
En 1999 el alcalde de la pequeña localidad toscana de Chianti, Paolo Saturnini, pensó que
podía trasladar a la escala urbana el modo de vida de la Slow Food, creada por su compatriota, el sociólogo y crítico gastronómico Carlo Petrini. De esta manera, si la comida lenta defiende unos ritmos más pausados y el disfrute de cada plato como prioridad, las ciudades lentas ofrecen a sus habitantes mejorar su calidad de vida a través de la tranquilidad, los espacios verdes y la ausencia de estrés.
  La idea se extendió pronto a las vecinas de Chianti, las localidades de Bra, Positano y Orvieto. Desde entonces, el movimiento ha convencido a más de un centenar de ciudades y comarcas de todo el mundo.  Canadá, Estados Unidos, Sudáfrica, Corea del Sur o Australia también albergan ciudades que integran el club.
Criterios para ser una ciudad slow
   Los responsables del movimiento han constituido una organización para concretar cómo debe ser una ciudad slow. Los asociados actuales y cualquiera que desee entrar en el club deben cumplir un manifiesto de 55 criterios agrupados en seis categorías: política medioambiental, infraestructuras, calidad del tejido urbano, apoyo a la producción y los productos locales, hospitalidad y sentido de comunidad de sus habitantes.
  El objetivo es que en estas ciudades sus habitantes no tengan más remedio que llevar un modo de vida tranquilo, saludable, en el que se fomenten las tradiciones y se queden fuera los hábitos estresantes, los ruidos o la homogeneización de las ciudades. 
   Para formar parte del club de las ciudades slow o Cittaslow, como se conocen en el ámbito internacional,  sus responsables institucionales deben mantener una arquitectura respetuosa con el entorno y amigable para sus habitantes. Los centros urbanos están cerrados al tráfico, se potencia el uso de las energías renovables y se aprueban leyes y normas coherentes con la naturaleza. Los espacios histórico-culturales y las zonas verdes se deben priorizar y conservar en perfecto estado. Estas ciudades deben potenciar sistemas de reciclaje de la basura que sean un referente ecológico para el resto. Sus responsables deben promover la concienciación y la educación de estos valores entre todos los ciudadanos, en especial, entre los más jóvenes.
  El crecimiento de la ciudad se debe guiar por la mejora del territorio y de sus habitantes, y no por la construcción urbanística insostenible del negocio inmobiliario. La alimentación de sus habitantes debe basarse en el Slow Food y, en general, en los productos locales, ecológicos y de temporada. Las nuevas tecnologías y los avances científicos que fomenten la ecología y la sostenibilidad deben incorporarse a estas ciudades.
   Un ejemplo de esto lo podemos ver en una de las ciudades pioneras del movimiento, la italiana Orvieto, que ha instalado un sistema electrónico de control de acceso que permite sólo la entrada de automóviles de sus residentes.
   El tamaño de la ciudad marca a los posibles candidatos: Su población no debe exceder los 50.000 habitantes y no puede ser capital de país. No obstante, algunas personas creen que los principios del movimiento Slow deberían integrarse en todas las ciudades, sin importar lo grande o pequeña que pueda ser. 
   Una vez que consigue ser aceptada, la ciudad puede utilizar el logo de la asociación, un caracol naranja que carga sobre su caparazón un conjunto urbano. Este sello actúa como un certificado de calidad y atracción de un turismo que busca este tipo de destinos. La organización dispone de inspectores que visitan de manera regular a sus miembros para asegurarse de que se mantienen los estándares de conducta slow.
  En la Argentina, la ciudad balnearia de Mar de las Pampas intenta transformarse en la primeraslowcity de América latina, una idea que es impulsada por la Asociación de Emprendedores Turísticos local (AET). Por eso ahora, este lugar de playas de arena blanca y calles de tierra busca reunir los requisitos necesarios para ser considerada una “ciudad lenta”.