domingo, 8 de abril de 2018

Hay que salir del pantano

por Omar Dalponte*

omardalponte@gmail.com   

Haciendo referencia a la ley Sáenz Peña sancionada por el Congreso de la Nación Argentina el 10 de febrero de 1912, y a su primera aplicación en abril de aquel año en Santa Fe y Buenos Aires, Felix Luna, un  historiador con suficiente imaginación como para escribir un libro en el cual un personaje real de nuestra historia relata su vida y su obra  después de muchos años de su propio fallecimiento, ha puesto en boca del general Julio Argentino Roca la siguiente reflexión: “La mayoría de los argentinos sentía el orgullo de haber resuelto pacíficamente el problema de la legitimidad electoral y se palpaba en el ambiente una alegre satisfacción por esta demostración civilizada que ponía fin a décadas de desgarradoras luchas. Para que los partidos tradicionales no fueran marginados por la marea radical, tendrían que olvidar sus viejas mañas, unir esfuerzos, buscar hombres nuevos y presentar al electorado propuestas convincentes” (Página 430, “Soy Roca”, editorial Sudamericana)
Sin poder comprobar si las palabras precedentes fueron, realmente, pronunciadas alguna vez por el general Roca, creemos que, tal vez, sirven  como consejo (uno más de no muy alto precio y de dudoso buen resultado) para aplicar en la actualidad, dado que la “marea amarilla neoliberal” cubrió buena parte del territorio nacional logrando dos cosas respecto a “los partidos tradicionales”: A) Sometió al radicalismo asignándole un rol de cómplice menor y convirtiéndolo en una expresión política prostituida, obediente del proxenetismo conservador. B) Dejó a las diferentes corrientes del archipiélago peronista, en un estado de desconcierto, de enfrentamientos internos y lastimadas con heridas que, recién al cabo de dos años y medio, parece que comienzan a ser tratadas, por lo menos, con prácticas curanderiles.  De manera que en el escenario de la política actual nos hallamos frente a un  radicalismo entregado, doblado y retorcido que funciona como furgón de cola del macrismo. Y ante un peronismo dividido, sin liderazgos, distante  del movimiento obrero y demorado en
alcanzar un nivel de unidad que le permita ser, por calidad y cantidad, fuerza central para la construcción de un frente patriótico con vocación de poder.
Gran parte de nuestra fauna política, por egoísmo, chatura y apego a intereses espurios, no asumió con grandeza su rol en la historia. Luego de derrotada la dictadura cívico militar por las luchas populares, el aventurerismo político se impuso sobre la necesidad de construir partidos políticos democráticos fuertes. A partir de 1983 vimos como las organizaciones grandes se debilitaron y empequeñecieron mientras que floreció una constelación de  sellos capitaneados por los avivados de siempre que, de una u otra forma, supieron colarse para obtener beneficios personales a través de candidaturas o conchabos varios.
Así que, entre quienes por regar sus macetas arruinaron la huerta grande, y los “pequeros” que utilizaron pequeños emprendimientos políticos para su propio provecho, llegamos a casi dos décadas del siglo XXI  en medio de un revoltijo sobre el cual los únicos beneficiados son los sectores concentrados de la economía y de las finanzas. El poder de los monopolios, con astucia, ha logrado el apoyo del cincuenta por ciento del electorado argentino y que una buena parte de ese porcentaje, principalmente el pacato medio pelo, junto a una porción de votantes de sectores pobres de nuestra sociedad,  se hayan puesto, en 2015, la soga en el cuello para que los verdugos neoliberales, con el camino despejado para saquear a la República, los ahorquen sin piedad.
Con el poder en sus manos y una oposición todavía a los tumbos, la derecha hace y deshace –hasta ahora- las cosas a su antojo. Con algunas piedras dentro de  los zapatos, por cierto, pues hay organizaciones sociales, gremios, y algunas expresiones políticas no tan tradicionales que luchan, no bajan banderas y en las cuales van surgiendo liderazgos que en el futuro podrán sorprender a más de uno. No se nos escapa que dentro del radicalismo no son pocos los avergonzados y no sería desacertado suponer que por principios, o necesidad de ligar algo en el reparto de la política, en el tiempo que irá desde aquí hasta la segunda mitad del año próximo, se animen a producir algún hecho que los dignifique. Soñar no cuesta nada y a veces, dicen, hay sueños que se cumplen.
En el peronismo hay muchísimas voluntades que salivando amarguras tratan de recuperar lo perdido. Pero aún no ha llovido grandeza como para que decidan dejar de lado diferencias grandes o pequeñas, llevar adelante eso de “primero la Patria y después el Movimiento” y fortalecer, organizar y lanzar a la arena como fuerza nacional con la menor cantidad de fisuras posible, al Partido Justicialista. Si de ambos partidos añosos, el radicalismo y el justicialista, no surgen fuerzas renovadoras que con inteligencia y patriotismo logren poner de pie estructuras sostenidas por lo mejor de cada una de sus historias y  figuras intelectualmente y moralmente bien formadas, el macrismo seguirá jugando en cancha local, con hinchada a favor, dueño de la pelota y con el juez a su servicio. Ergo, seguirá ganando elecciones, destruyendo a la Argentina y entonteciendo a la gente.  
Los tiempos electorales se acortan. Si continuamos dejando que el campo neoliberal se siga haciendo orégano, si persistimos en no ver el estado de anomia en que nos hallamos, no habrá destino digno para nuestro dolorido país. Si por fortuna desde el radicalismo de Yrigoyen, el peronismo de Perón y  desde el seno de otras fuerzas populares y nacionales ocurriera un despertar de las conciencias patrióticas, seguramente podríamos reedificar a nuestra Argentina y hacer de ella “una nueva y gloriosa Nación”. Si esto llegara alguna vez, tendríamos la oportunidad –y la obligación- de rescatar las palabras del historiador de imaginación profusa dirigidas a los “partidos tradicionales”: “tendrían que olvidar sus viejas mañas, unir esfuerzos, buscar hombres nuevos y presentar al electorado propuestas convincentes”. Difícil, pero no imposible.
En momentos de cerrar esta nota, en Brasil se juega una partida brava. Si Lula Da Silva resiste, respaldado por su pueblo, otros vientos soplarán en América. Si la fuerza de los poderosos consigue encerrarlo e impedir su participación electoral, sobre Argentina y otros países hermanos  es posible que caiga un manto de sombras.   
   (*) De Iniciativa Socialista