lunes, 3 de septiembre de 2018

Con Peña o sin Peña la Argentina se despeña

por Omar Dalponte

omardalponte@gmail.com
Vamos barranca abajo. Y esta no es una afirmación pesimista sin sustento. Es un dato contundente de la realidad, de lo que se puede comprobar viendo que ocurre en cualquier lugar por donde uno pase. De manera que mientras el macrismo siga en el gobierno no es cuestión de nombres ni de organismos. Cambiar un personaje  por otro, sacar o poner más o menos ministerios o secretarías, es más de lo mismo. Es como cambiar una media sucia por otra mugrienta sin siquiera haberse lavado los pies. Lo que no va más son las políticas que se están aplicando. El modelo salvaje con qué se nos está castigando afecta  la política, a la economía, perjudica a la mayoría de nuestro pueblo y sólo favorece a los monopolios, a los tramposos y a los usureros del mundo de las finanzas. En tanto el macrismo continúe gobernando, este modelo pensado y aplicado por las clases dominantes va a ser siempre el mismo. Y en la medida que el pueblo no reaccione organizadamente, en forma masiva, no sólo para defenderse sino para transformar esta situación catastrófica a la cual se nos ha llevado, el destino final, irremediablemente, es la destrucción de la Argentina.
Todas las recetas que el oficialismo exhiba prometiendo el oro y el moro son y serán puro cuento, no otra cosa que catálogos llenos de falsedades.  El lenguaje amañado del ocupante de la Casa de Gobierno y de sus secuaces no puede, a esta altura del drama argentino, ocultar que se nos ha atado al yugo de la voracidad imperialista, que la pobreza crece día a día y que, cómo si sepultarnos en la miseria fuese poco, hasta faltan cosas imprescindibles como la vacuna contra la meningitis. Brutal. Estos son los hechos producidos por quienes, en campaña electoral aseguraban -y lamentablemente muchos creyeron- que nos conducirían a un lugar privilegiado en el mundo.
Con las mentiras dichas en abundancia por Macri y por todos sus funcionarios es más que
suficiente para que no se les crea absolutamente nada. El recurso que le queda al pueblo y a los sectores patriotas de nuestra sociedad es la organización para la lucha en defensa de nuestro país, acompañando de manera muy especial a las acciones que surjan de la iniciativa de los trabajadores y de las organizaciones políticas y sociales populares.
En este punto,  para ser justos,  o por lo menos todo lo justos que podamos ser, debemos orientar una mirada crítica hacia nuestras propias filas. Aquí lo que necesitamos es saber bien que no queremos y definir, mediante un programa claro, amplio y concreto, que es lo que pretendemos realizar para encarar la tarea de salvataje de la patria. Respecto a lo que no queremos hemos dicho bastante. Además la queja está en la calle, en los comercios, en los colectivos, en los que quedaron sin trabajo, sin casa, sin comida y en las distintas manifestaciones de protesta que se hacen todos los días. En cuanto a la propuesta estamos en mora. Vemos a muy respetables compañeros, lanzados a instalar sus candidaturas para las próximas elecciones, que dedican el noventa por ciento de sus discursos a defender lo pasado y a cuestionar al gobierno amarillo. Alguno de ellos, embalado en el fervor discursivo, hasta pierde el tiempo aconsejando al gobierno que cambie su rumbo a favor del pueblo, lo que es igual que pedirle a los hermanos Schoklender que festejen los días del padre y de la madre. Desgañitarse en escenarios amigos no alcanza para seducir a quienes se hallan fuera del círculo que contiene al activo militante ya convencido. Después de tanto desatino macrista y de tanta agresividad sufrida por millones de argentinos, hoy es necesario que aquellos que se proponen para representar electoralmente a la oposición expresen algo más que los entusiasmos de tribuna.
Las grandes inteligencias están ausentes. Modos y vicios  faranduleros, el discurso fácil para recibir el aplauso de los propios y la demagogia barata han ganado protagonismo sobre las conductas serias, las exposiciones inteligentes señalando rumbos y  las actitudes honestas, genuinas y racionales. Reconozcamos que nosotros tampoco superamos la media de la chatura en que está inmersa la política nuestra de cada día. Y que dentro del gran espacio que habitualmente denominamos “el campo popular”, está resultando más que difícil hallar a alguien con condiciones de estadista, cubierto con ese “óleo sagrado de Samuel” del que hablaba Perón.
Se habla mucho de unidad pero no se hace demasiado por lograrla. Es más: se está haciendo todo lo posible por dividir. Vemos a diario, en el peronismo con marcada evidencia, actitudes mezquinas, maniobras aviesas, componendas infectadas de procedimientos espurios, falta de autoridad intelectual y moral. Carecemos de liderazgos, absolutamente necesarios en un expresión política que, históricamente, supo alinearse detrás de las grandes figuras y de referentes con poder de convocatoria.
Frente a la gravedad del momento, el espectáculo que estamos observando en el amplio abanico donde está diseminado el peronismo, es vergonzoso. Gobernadores por un lado, intendentes por el otro, grupos del sindicalismo en uno y otro campamento, figuras como Cristina Fernández, que pudiendo asegurar un importante apoyo electoral son rechazadas internamente por fracciones que se dicen peronistas demuestra que no sólo los adversarios y enemigos se bañan en las aguas de la mediocridad y del egoísmo. A nivel de dirigencia, en lo que tiene que ver con los buenos ejemplos, los peronistas dejamos mucho colgado en el perchero.
No ocurre lo mismo en las bases de los gremios y de nuestro Partido Justicialista, territorios donde la militancia espera gestos de grandeza y decisiones que hagan posible la unidad y la construcción de un frente amplio para afrontar con fuerza los embates del conservadurismo. También existe esa esperanza en importantes sectores de la población que hartos de vivir en la incertidumbre y atormentados por las necesidades cotidianas salen espontáneamente a manifestar su descontento. Es hora de que quienes creen ser dirigentes pongan el oído en el corazón del pueblo. No sea cosa que se cumpla aquella vieja sentencia de Perón: “Que el pueblo marche con los dirigentes a la cabeza o con la cabeza de los dirigentes”… rodando por las calles.
   (*) De Iniciativa Socialista