jueves, 3 de enero de 2019

El Grana cumple 104 años

por Marcelo Calvente

marcelocalvente@gmail.com

 Hacia mediados de siglo XIX, en las enormes estancias del Riachuelo hacia el sur, gringos y criollos explotaban la cría, los saladeros, el tambo, la lana y el cuero. Pronto aparecieron las casas de descanso, y a partir de 1871 se agregó buena parte de la estampida de porteños que desató la fiebre amarilla. Suele pensarse al ferrocarril como el generador del desarrollo de la zona, pero no fue así, nunca es así. La economía local lo preexistía, aunque la llegada masiva de familias distinguidas le dio un nuevo ímpetu. Los alrededores de las paradas del tren fueron los terrenos más buscados por los pioneros que lotearon las primeras villas, las que pronto tendrán mayor evolución. De a poco los ricos se fueron llevando sus vacas y ovejas más al sur, y sus enormes pastoreos fueron vendidos por partes para el loteo de nuevas villas. Guillermo Gaebeler llegó en 1888, y en cómodas cuotas loteó 44 manzanas delimitadas por Basalvibaso, Arias, Eva Perón y Madariaga, según sus actuales nombres, que denominó Villa General Paz. 27 años después, cuando todavía estaba a medio poblar y se luchaba a brazo partido contra las inundaciones, el 3 de enero de 1915 nació el Club Atlético Lanús en referencia a la pequeña parada del tren que llevaba el apellido del francés dueño de la estancia preexistente, quien había donado enormes terrenos al ferrocarril. No fue una veintena de jóvenes de clase media y baja como los que fundaron a los demás clubes con la única ambición de practicar fútbol y competir en
las ligas oficiales e independientes que surgían con el boom del nuevo deporte; a Lanús lo crearon los vecinos distinguidos de aquella naciente Villa General Paz, y ninguno de ellos jugaba al fútbol.
   Al principio nada fue sencillo. El 11 de abril de 1915, la flamante entidad de tres meses de vida -ocupando la plaza dejada por su vecino en caída libre, el Lanús United- con un rejunte de jugadores para la ocasión, debuta en la división Intermedia de la Asociación Argentina de Football en la Isla Maciel y su primer equipo es derrotado por el local, el desaparecido club Buenos Aires Isla Maciel por 3 a 1. En 1916 perdió la categoría en el terreno de juego, pero la Asociación lo mantuvo en Intermedia argumentando que su cancha -por entonces ubicada en la intersección de Margarita Wield y San Lorenzo- era una de las mejores, ocultando que se debió además a las aceitadas relaciones políticas de algunos de los socios fundadores más caracterizados. Durante los primeros años siguió actuando en la principal categoría de ascenso con muchas dificultades, tanto en lo deportivo como en la faz institucional. Los jóvenes pitucos que aún no se desvelaban por el fútbol se inclinaron con fervor por los naipes, y el club se fue convirtiendo en un bullicioso garito donde se jugaba hasta la madrugada. En 1919 se empieza a formar el que sería su primer gran equipo, con la llegada de refuerzos de categoría como Miguel Ainzuain y Adolfo Sacarello, ambos de Independiente, además del insider Pedro Raggi, de Rosario Puerto Belgrano. Al finalizar el torneo, el equipo granate culmina segundo a siete puntos de Banfield, pero accede a la primera división a causa de una crisis organizativa desatada por un grupo de  clubes en conflicto, entre ellos varios grandes, los que crearon una nueva entidad rectora, la Asociación Amateurs de Football. Consumada esa ruptura, los seis mejores equipos de la tabla final de Intermedia, entre ellos Lanús, ascendieron por decreto con el fin lograr un número razonable de competidores en la máxima categoría de una muy debilitada Asociación Argentina de Football.
   En las décadas que siguieron, el pueblo de Lanús se fue convirtiendo en el sueño de una casa propia y un empleo digno para cientos de familias de trabajadores llegados de todo el país. Aún existían enormes baldíos donde los pibes corrían sin descanso detrás de la pelota. El más grande de todos pertenecía al ferrocarril, se encontraba al lado Este de las vías del tren y se extendía en la gran curva de la vía férrea que une las estaciones de Lanús y de Remedios de Escalada, un cuarto de círculo que cerraba con la intersección de las calles Arias -límite Sur de la Villa General Paz que trazó Gaebeler- y la calle Fray Mamerto Esquiú, el límite con el barrio de Escalada Este. En ese vértice, Lanús obtendrá la cesión de un terreno de 50.000 metros cuadrados donde inaugurará en 1929 su nueva y definitiva cancha, en la que se presentó como uno de los dieciocho clubes fundadores del profesionalismo, y en la que protagonizó consagratorias actuaciones  y obtuvo enormes victorias. La pequeña industria y el comercio se fueron asentando en el territorio y de a poco las antiguas villas distantes entre sí, pioneras independientes de la zona, como Villa Sarmiento, Escalada Este, Villa Obrera y Monte Chingolo, fueron un solo pueblo y con una sola identidad: el color granate, el del club de cuna aristocrática que el destino irá tornando cada vez más popular.
   En estos 104 años de vida, como casi todos los clubes condenados de antemano al segundo plano, debió luchar contra el poder y las injusticias que imponía la Asociación, dirigida por los grandes, y lo hizo siempre con armas dignas, con equipos conformados por muchos de los pibes de esos barrios, que dejaron para el recuerdo de propios y extraños grandes formaciones, todas con un sello inalterable: el juego de ataque. Desde entonces, y hasta entrados los años 90, recorrerá un duro camino en el que los sinsabores dominaron la escena. Hasta el retorno a primera de la mano de Miguel Russo, el hincha granate convivió con el sufrimiento: Descenso con increíble injusticia en el 49, la gran ilusión de los años 50 que naufragó en el 56,  la bronca y la desconfianza de sus hinchas por aquella inexplicable derrota en Arias y Guidi ante River cerca del final del torneo, y la curva descendente que lo llevó de nuevo a la “B” en el 61. Las dificultades para volver, la milagrosa y fortuita conformación de una delantera para el recuerdo, con Silva, Acosta y De Mario como solistas, el retorno de 1964, las memorables jornadas en las que Manolo Silva se inspiraba y Acosta convertía, y el abismo que vino después, en los oscuros años 70, que concluyó con las tres temporadas en la “C” hasta lograr la vuelta a primera en el 81 con un poderoso equipo conformado por los pibes de la cantera, capitaneado por el legendario José Luis Lodico y jugando un fútbol acorde con la historia del club, ofensivo y vistoso.
   Una rica historia en la que subyacen las leyendas granates más hermosas: La de los hermanos Volante; la gran campaña del año 27; el fútbol de Daponte, Guidi y Nazionale; el recuerdo de Los Albañiles, los pibes del viejo Guerra; la consolidación en primera con Miguel Russo; el equipo de Cuper Campeón de la Conmebol; el inolvidable regreso de Huguito Morales, la vuelta olímpica en la Bombonera con los pibes de Ramón, la enorme conquista internacional de la Sudamericana 2013, los tres títulos nacionales de 2017 y la final de la Copa Libertadores de ese año -que no se pudo ganar- con la conducción técnica de Jorge Almirón son la postales más bellas que Lanús, como muy pocos clubes argentinos nacidos para ser chicos, atesora en desván de sus recuerdos: una historia gloriosa y singular que es indispensable analizar y difundir, y que dado el extraordinario presente deportivo, institucional y financiero, augura un futuro aún mejor y justifica holgadamente la fiesta de cumpleaños número 104 que la entidad se dispone a celebrar por estas horas.