domingo, 17 de octubre de 2021

Una historia para el Día de la Lealtad


por Victor Lopreiato*

    Hace unos días, caminado por “Lanusita”, me encontré con mi amigo de la infancia, llamado Juan, nos saludamos muy afectuosamente y me invito a tomarnos un café y a charlar en un barcito, ubicado en esa hermosa zona gastronómica desarrollada recientemente en nuestra ciudad. Entre anécdotas y recuerdos, nos reíamos como lo hacíamos en nuestra infancia en Villa Caraza cuando jugábamos a la pelota en la cancha de los curas (lugar ya desaparecido) sin preocuparnos por nada, salvo para llegar a tiempo a comer, porque cuando éramos chicos teníamos la obligación de comer en casa, en familia, y a la hora señalada, en eso no había excusas.

   Entre anécdotas, risas y recuerdos apareció otro conocido de nuestra infancia, uno que jugaba al fútbol para el Club Palmeiras, también de Villa Caraza, ese era un club de barrio donde jugábamos al billar gol, a la “pelota” y los más grandes jugaban a las bochas o se hacían algún partidito de truco. Este último amigo no nos saludó con un apretón de manos, o con el choque de puños muy utilizado actualmente por la pandemia, nos saludó con los dedos en V de la mano derecha. Se sentó y comenzamos a recordar cosas de nuestro barrio, de nuestra historia y de nuestras realidades, nos dijo que estaba preparando junto a otros amigos la fiesta del Día de la Lealtad, pero se quejaba porque justo caía el Día de la Madre y

comentó apesadumbrado que eso “complicaba la participación de muchos compañeros”.

Mi amigo Juan dijo: -El dia de la Lealtad, yo tengo una linda historia que contarles- y comenzó a narrarnos una vieja historia que se la había contado su papá, que era un vecino del barrio a quien nunca se lo vio demostrar participación alguna por ninguna idea política, pero, este hombre se ve que no simpatizaba con el justicialismo/peronismo y Juancito comenzó a narrar su historia, medio en chiste medio en serio como era su costumbre.  Transcurre el relato en una parroquia, donde asistíamos casi todos los chicos del barrio, porque los sábados a la mañana jugábamos en la cancha de los curas, pero el precio era que a la tarde teníamos que ir al catecismo. Y empieza con Tito, un miembro de los jóvenes adultos que frecuentaban la parroquia, cuando fue a hablar con su amigo Carlos, otro joven adulto que también frecuentaba la parroquia y le dijo: -Mirá, me estoy acostando con la esposa del diácono don Pedro- que era algo así como el adjunto del cura sin ser cura, y le dijo: -Me tenés que hacer el aguante, tenés que retener a don Pedro en la parroquia más o menos una hora después de la misa.

   A Carlos no le gustó mucho la idea, tenía mucha culpa, pero por ser amigo de Tito desde que tenía uso de razón, aceptó el desafío, con un gesto que podríamos calificarlo como de Lealtad hacia su amigo. Así que después de la misa, Carlos fue a hablar con el diácono y comenzó a preguntarle cosas, algunas tan raras y ridículas que llamó la atención de don Pedro y simplemente era para mantenerlo ocupado el tiempo que le había pedido su amigo.  Después de un buen rato don Pedro se dio cuenta que algo estaba pasando y le pregunto a Carlos: -¿Decime una cosa Carlitos te conozco desde hace unos años, ¿qué es lo que realmente está pasando, que estás haciendo?  Carlos un muchacho de 25 años casado, honesto, hombre de trabajo, sin poder esconder más lo que lo angustiaba y generaba en él un sentimiento de culpa, le confeso a Don Pedro: -Mi amigo Tito, creo que está acostándose con su esposa y me pidió que lo entretenga más o menos una hora después de la misa-. Don Pedro, se quedó en silencio primero, luego sonrió y finalmente soltó una carcajada y dándole unas palmadas en la espalda a Carlos le dijo: -Mejor andá corriendo a tu casa, porque mi esposa se murió hace ya tres años.

     Nos quedamos mudos mi amigo el de los dedos en V y yo escuchando la historia de cómo un idiota cubre a un vivo barbaro, que lo termina traicionando, con la excusa de la lealtad.

    Allí el último de los amigos, el que entró con los dedos en V, se fue pensativo, casi sin hablar y analizando lo que había contado Juancito el pibe de Villa Caraza, y nosotros seguimos hablando de cosas que no tenían que ver con la política porque somos amigos de la infancia, y volvimos a reírnos como al principio de la reunión.

Cualquier nombre o situación es pura coincidencia para evitar suspicacias con algunos otros amigos de la infancia, si bien los lugares, clubes, parroquia y canchitas existen o existieron no quise llamar por su nombre real a nadie y este texto ha sido adaptado de uno que aparece la semana previa al diecisiete de octubre desde hace ya varios años.

    (*) Profesor de matemática y física.