lunes, 17 de octubre de 2016

¿De dónde venimos los lanusenses?

por Omar Dalponte

omardalponte@gmail.com

Cuarta nota
  De la sorpresa y de la tragedia de aquellos aborígenes por el arribo de los conquistadores, la inspiración de un poeta hizo posibles los versos que aquí transcribimos: “Del mar los vieron llegar mis hermanos emplumados, eran los hombres barbados de la profecía esperada / iban montados en bestias como demonios del mal / iban con fuego en las manos y cubiertos de metal” ( fragmento de “la Maldición de la Malinche”, autor Gabino Palomares)
  El encuentro entre los que llegaban y los que ya estaban debió ser impresionante. Sabido es que los europeos, anoticiados por cronistas que registraron las aventuras de los primitivos colonizadores, tenían una idea bastante concreta respecto a quienes deambulaban por estas
pampas. Ulrico Schmidl (o Schmidel o Schmidt -1510?-1592?-) fue viajero, soldado, y cronista alemán que participó en la conquista española del Rio de la Plata, aparentemente entre 1534 y 1553. Acompañó a Pedro de Mendoza en 1536  y como registro de esa experiencia surgió su libro “Viaje al Rio de la Plata” (1567) obra  de indudable testimonial  que sirvió como fuente de consulta para muchos historiadores y medios periodísticos. Indudablemente, la Bitácora de Ulrico Schmidl sirvió para que el Viejo Mundo se enterara de cómo era la gente de la tierra que, ante su imaginación y su codicia, se presentaba con toda su virginidad para los aventureros con sed de riquezas y de gloria. 
No obstante tener los europeos una información bastante aproximada sobre las comunidades residentes en esta parte de América, los primeros contactos con los sujetos reales, con hombres y mujeres de carne y hueso, no habrán sido de poco asombro. Ni que decir sobre lo que pudieron experimentar los indígenas ante la inesperada visita de gente que arribaba en grandes embarcaciones, con elementos que vomitaban fuego y montados en bestias que daban, a los recién llegados, un poder de desplazamiento,  de atropellamiento y de tal efecto atemorizador que, suponemos, habrá producido días de inmenso terror en quienes, a partir de la invasión, perderían de la noche a la mañana su libertad, a quienes amaban y a su propia vida.  Sin entrar en cuestiones relativas a la antropología, que sería un tema más apropiado a un trabajo de esa disciplina antes que para un artículo que pretende reflejar hechos de la historia,  conjeturando sobre aquel lejano pero sin dudas  conmovedor  encuentro de razas y culturas diferentes, imaginamos el asombro que provocó en unos el aspecto físico de los otros. Los de aquí lampíños. Los de allá barbados. Estos semidesnudos, aquellos con vestimentas coloridas y corazas de hierro. Con la llegada de Pedro de Mendoza en 1536 sucedieron los primeros encuentros. Al principio pudo haber momentos de buena vecindad y luego de enfrentamientos. Pero el verdadero horror se padecería cuarenta y cuatro años después, en 1580, con la  llegada de  Garay. Así lo relatamos en nuestro libro “Retazos Históricos”, páginas 50 y 51, segunda edición, editorial Prosa, año 2015.
“En 1580, cuando luego de fundar Buenos Aires Juan de Garay se interna con algunos navíos por el Riachuelo y amarra muy cerca de donde hoy está el Puente Alsina, podríamos decir que es el momento en el cual se inicia en nuestro territorio lanusense la resistencia para impedir ser colonizados: la luchas de los débiles contra los poderosos. Juan de Garay, aunque se lo haya caracterizado con esa estampa de gallardo caballero clavando su espada en la tierra prometida con la mirada al cielo, en verdad fue un personero del Adelantado Juan Torres de Vera y Aragón, quien lo designó para que se apoderara de un vasto territorio, disponer de él y administrarlo. En una de sus avanzadas destacó a un oscuro personaje -aparentemente un sargento mayor- llamado Juan Ruiz de Ocaña quien inició el exterminio de aborígenes en nuestro Lanús. Ruiz de Ocaña, al mando de un grupo de europeos, la mayoría españoles, realizó una matanza impresionante que aniquiló miles de indígenas y esclavizó a muchísimos de ellos en las "encomiendas", siendo él mismo uno de los encomenderos dispuesto a cumplir con una precisa condición: "adoctrinarlos, castigarlos, y ponerlos en policía según y cómo lo manda su Majestad".
Los conquistadores, con mejores pertrechos y con la ventaja de disponer de arcabuces (ya se había inventado el arcabuz a mecha y el arcabuz de rueda) armas infinitamente superiores a las flechas, lanzas, boleadoras y cualquier otro elemento de guerra rudimentario utilizado por los indígenas, produjeron tantas muertes que por tal motivo, el Río Matanza lleva ese nombre. La misma denominación, por igual trágica razón, heredó el actual partido de La Matanza. De estas luchas rescatamos la figura de Telomián Condié, el cacique grande (o tubichá guazú) y de su pueblo masacrado. Telomián es un antepasado emblemático de las luchas contra la colonización en esta región. Junto a sus hermanos, que en definitiva fueron los nuestros, han sido los primeros mártires de Lanús, presos y muertos por la ferocidad de los invasores”.
Es interesante leer a José Luis Romero  en su “Breve Historia de la Argentina” respecto al nacimiento de los principales centros urbanos del país. “En ellos se radicaron unos pocos pobladores, españoles de la península unos y criollos nacidos ya en estas tierras otros; a su alrededor deambulaban los grupos indígenas de la comarca conquistada, sometidos al duro régimen de la encomienda o de la mita con el que se beneficiaba de su trabajo el español que era su señor; y mientras fatigaban sus cuerpos en la labranza de las tierras o en la explotación de las minas, soportaban el embate intelectual de los misioneros que procuraban inducirlos a que abandonaran sus viejos cultos y adoptaran las creencias cristianas. 
Un sordo resentimiento los embargó desde el primer momento, y lo tradujeron en pereza o en rebeldía. Las mujeres indias fueron tomadas como botín de la conquista, y de ellas tuvieron los conquistadores hijos mestizos que constituyeron al poco tiempo una clase social nueva. De vez en cuando llegaban a las ciudades nuevos pobladores españoles, que se sentían más amos de la ciudad que esta heteróclita población criolla, mestiza e india, que se agrupaba alrededor de los viejos vecinos. En los cabildos, aquellos que tenían propiedades ejercían la autoridad bajo la lejana vigilancia de gobernadores y virreyes. En la dura faena de la conquista y la colonización, los misioneros solían introducir cierta moderación en las costumbres y algunas preocupaciones espirituales. Pero su esfuerzo se estrelló una y otra vez contra la dureza del régimen de la encomienda y de la mita. En los templos que se erigían no faltaron las imágenes talladas por artesanos indígenas que transmitieron al santo cristiano los rasgos de su raza o el vago perfume de sus propias creencias”. 
Continuará