lunes, 12 de diciembre de 2016

¿De dónde venimos los lanusenses?

por Omar Dalponte

omardalponte@gmail.com 

Décima nota

De inmigrantes y otras yerbas
Hacia el año 1800 en otras partes del mundo se hallaba en pleno desarrollo lo que se denominó La Revolución Industrial, iniciada alrededor de 1760 en el Reino Unido. Con ella se inició un formidable proceso de transformación económica, social y tecnológica que, décadas después se extendió a gran parte de Europa y Norteamérica. Se dice que dicho proceso continuó hasta casi mediados del siglo XIX. Los aportes de James Watt a los trabajos del inventor Thomas Newcomen y a los inventos de quienes lo precedieron, fueron fundamentales para la creación de la máquina de vapor que, en definitiva fue la verdadera
artífice de la Revolución Industrial. Pero, la máquina de vapor (o motor a vapor) no se inventó en un suspiro. En realidad fue un proceso de evolución a partir de muy antiguas experiencias hasta llegar a la que revolucionó al mundo: la de James Watt. El ferrocarril, cuyo inventor fue George Stephenson (1781-1848) es una de las realizaciones más representativas de la Revolución Industrial. Antes de Stephenson, Richard Trevithick (1771-1883) en el año 1802 había puesto en funcionamiento la primera locomotora del mundo capaz de arrastrar un tren.
Con esos adelantos de la ciencia y de la técnica el mundo fue avanzando a pasos agigantados. Tales adelantos tardarían en llegar a nuestras tierras donde, en comparación con lo que ocurría en Europa y en Norteamérica, se vivía con años de atraso. Por aquí, hasta 1857 en que comenzó a circular la primera línea ferroviaria, seguiríamos utilizando como principales medios de transporte, de pasajeros y cargas, a  las carretas tiradas por bueyes y a las galeras o sopandas tiradas por caballos, 
De aquel mundo de progreso y de rápidas transformaciones llegarían, transcurridas algo más de dos décadas del siglo XIX, diferentes contingentes de inmigrantes con sus baúles cargados con escasas pertenecias y abundantes esperanzas.
En 1822 Bernardino Rivadavia dictó la Ley de Enfiteusis, aprobada por la Junta de Representantes el 18 de agosto de ese año. Dicha ley proponía una distribución racional de la tierra y una producción rural diversificada con la idea de fomentar la agricultura y crear una suerte de clase media de colonos, tal vez con la intención de que sirviera como oposición a la todopoderosa oligarquía terrateniente.
Atraídos quien sabe por qué promesas, en mayo de 1826 llegaron a Buenos Aires, entre otros contingentes, un grupo de viñateros alemanes con quienes el gobierno de Rivadavia formalizó un contrato para el establecimiento de viñas mediante el cual se disponía que los inmigrantes deberían “conducirse como fieles, diligentes y obedientes trabajadores”.
Ese grupo de viñateros estuvo compuesto por siete familias. La contrata fue firmada por Rivadavia en nombre del gobierno, y por los siguientes viñateros: Guillermo Schoroder, Sebastián Plaul, Henrique José Wagner, Bartolomé Grasser, Cristobal Faust, Henrique Antoni y Valentín Mella. 
   En principio, “los colonos fueron albergados en dependencias de la antigua Chacarita de San Ignacio, o de los Colegiales que, obviamente, todavía no era un cementerio y en cuyas tierras se dispuso fundar el pueblo “Chorroarín”.
“El fracaso acompañó a esta como a otras empresas programadas por Rivadavia y tal falta de éxito en la concreción de las estructuras de colonización previstas, puso en graves aprietos a los inmigrantes precedentes en especial de Gran Bretaña y de los Reino Alemanes”
“Por sus propios medios las familias de Plaul y de Faust se instalaron en las tierras que hoy pertenecen al Partido lanusense donde también se radicaron las de Gerslinger, Lob, Traut Loray y otras de origen alemán, cuyo apego a las tradiciones lugareñas demuestra que, a pesar de aquellos tropiezos iniciales supieron adaptarse con esperanza y fe al seno de la comunidad argentina que los acogió con hidalga cordialidad”. (Fuente: "Del pago del Riachuelo al Partido de Lanús", obra ya citada)
Finalmente, viendo en qué manos quedaron grandes extensiones de tierra, es fácil deducir que lejos de haber sido los inmigrantes labriegos quienes se las repartían fue la gran oligarquía terrateniente y hacendada, poseedora de tierras desde la época de la colonia quien extendió sus posesiones. 
En la nómina de quienes aprovecharon la oportunidad para adueñarse de enormes porciones de un territorio de gran fertilidad para la siembra y óptimas condiciones para el pastoreo y cría de ganado, figuran los nombres de Aguirre, Anchorena, Álzaga, Alvear, Arana, Arroyo, Azcuénaga, Basualdo, Bernal, Bosch, Bustamante, Cabral, Cascallares, Castro, Díaz Vélez, Dorrego, Eguía, Echeverría, Escalada, Excurra, Gallardo, Gowland, Guerrico, Irigoyen, Lacarra, Larrea, Lastra, Lezica, Linch,López, Miguens, Obarrio, Ocampo, Olivera, Ortiz Basualdo, Otamendi, Pacheco, Paez, Quiroga, Quirno, Rozas, Saenz Valiente, y tantos otros. Los primitivos inmigrantes nunca llegaron a ocupar estas tierras como parece que deseaba Rivadavia. (Fuente:Historia Argentina HB) Proxima nota: más sobre inmigrantes y otras yerbas.