jueves, 30 de septiembre de 2021

Memoria Granate: El principio del fin


por Marcelo Calvente

marcelocalvente@gmail.com

Aquel equipo de 1976 que logró el ascenso tenía todo para continuar con buen paso en la primera división al año siguiente. Contaba con dos muy buenos marcadores de punta como Zárate y Ojeda, que pronto se establecerían definitivamente en la categoría, y un medio campo excepcional, con la habilidad y el despliegue de la Vinchuca Julio Crespo y el armado ofensivo de Víctor Hugo Del Río, todo comandado por José Luis Lodico, el ya consolidado


volante central en su mejor momento, puro talento y personalidad. Sólo había que buscar dos centrales de mayor categoría y algunas variantes para acompañar mejor al goleador Juan Carlos Nani en el ataque. Al finalizar el torneo varios clubes se interesaron por los servicios de Lodico. Lo pidió Labruna, que lo había hecho debutar en Lanús en el 72, para que se integre al River de J. J. López, Merlo y Alonso que poco más de un año antes acababa de consagrarse campeón luego de 18 años de sequía. Al ver que el pase de José Luis a River no se concretaba, el Toto Lorenzo, entonces entrenador de Boca Juniors, también fue por él, pero en ambas oportunidades el técnico José María Silvero le pidió al futbolista que se quede y le aseguró que conformaría el equipo en torno a él y la potencia goleadora de Nani. Finalmente los dirigentes le mejoraron el contrato y Lodico aceptó orgulloso, pese al perjuicio económico y profesional que la permanencia en el club significaba para él, que todavía no tenía casa propia y que no desconocía la grave situación económica que atravesaba la entidad.

    Sin embargo durante el receso, advertido de que Leiras tenía bolsillo fácil, Silvero le hizo contratar jugadores de experiencia, todos de su amistad, muchos de ellos prácticamente retirados, el mismo grupo de ex futbolistas que concurrían cada noche a jugar a las cartas a Estancia Chica durante la eterna concentración previa al ascenso. Llegaron Ramón Aguirre Suárez, Abel Coria, Walter Durso, Gabriel Arias, Enrique Figueroa y Luis Nápoli, que poco y nada jugaron, y el experimentado Carlos Pachamé, que sería el “referente” del entrenador en el plantel. También llegó el arquero de Boca y el Atlante de México, Rubén Sánchez; Orlando Cárdenas vino de Argentino de Quilmes, Fernando Zappia de River, y la gran transferencia de ese mercado, Arsenio Ribeca, figura relevante de Newell’s del campeonato anterior, los tres refuerzos tuvieron actuación aceptable, igual que el retornado de Bahía Blanca, Néstor Barú. Leiras lograba los créditos del banco del Grupo Sasetru y dilapidaba fortunas de manera irresponsable.

      Después de un muy buen arranque, con Lodico en cancha y con los goles de Nani, Lanús se entreveró con los de arriba. Pero la idea de Silvero era que de “5” juegue Pachamé, y que Lodico lo haga como volante por derecha, cosa que a Pino no le gustaba y menos viniendo de un entrenador que lo había perjudicado pidiéndole que no acepte ninguna de las buenas ofertas que llegaron por él, dado que era indispensable para el equipo, y ahora lo desplazaba de su puesto natural y del comando del juego en la zona media. Con una actitud inexplicable de tan ladina, Silvero hizo contratar a un titular para su puesto y Lodico se lo recriminó en la cara, como siempre fue su costumbre. En vez de rectificarse y cumplir con su palabra, Silvero prefirió colgarlo y ni Leiras ni su comisión directiva alzaron la voz. El más brillante jugador de Lanús de los años 70, en el mejor momento de su carrera y a expensas de un entrenador que llenó al club de deudas, fue dejado de lado por la entidad que era su segundo hogar y los dirigentes no hicieron nada por impedirlo.

       A partir del golpe de marzo del 76, Sasetru pasó a ser una empresa incómoda para la dictadura: había sido pionera en la cogestión entre trabajadores y empresarios, y dos obreros de la compañía integraban el directorio. Además contaba con su propia obra social y había entregado 1.500 viviendas a sus empleados. La firma alimenticia, entonces una de las 5 corporaciones nacionales de mayor facturación, fue perseguida por el gobierno de facto -que hizo lo propio con el grupo Oddone y las Bodegas Grecco- como parte del plan de abrir la economía a la importación en perjuicio del proletariado argentino y de las clases populares en su conjunto, allí donde según la visión de los militares y sus socios civiles, anidaba la víbora tan temida de la guerrilla marxista. En 1975 había fallecido el presidente de Sasetru, Jorge Néstor Salimei, siendo reemplazado por su hijo, Jorge Martín, de apenas 20 años. En pleno apogeo de la represión, el joven heredero se negó a entregar al Ejército la lista de delegados sindicales, un pedido al cual accedieron casi todos los grandes empresarios. Tras la negativa lo llamó el temible Guillermo Suárez Mason, jefe de los escuadrones del Primer Cuerpo del Ejército: “Será como quieran, pero si llega a aparecer algún guerrillero en alguna de las fábricas, no voy a ir a buscar a los delegados gremiales. Los voy a ir a buscar a ustedes”. Cuando Suárez Mason cortó, el plan para acabar con Sasetru ya estaba en marcha. Mucho tiempo después, ante los reclamos de Jorge Martín Salimei para que le fueran restituidos los bienes que había heredado al momento de fallecer su padre, el fiscal Miguel Osorio explicó en su requerimiento que Martínez de Hoz y Reynal provocaron “un deliberado endeudamiento del banco de Sasetru para llevar la compañía a la quiebra. Y paralelamente se inició una persecución contra los directores, quienes fueron detenidos ilegalmente y acusados de terrorismo económico”. El gobierno militar forzó la venta del Banco Internacional del Grupo Sasetru al Bank of América. Los 150 millones de dólares que se pactaron por la transacción nunca aparecieron, según consigna la nota del Diario Perfil del 10 de noviembre de 2013, firmada por Damián Nabot.

      En ese contexto amenazador, a partir del golpe de marzo de 1976 y hasta fines de 1977, proscripto D’Angelo, el vicepresidente 1º de su comisión directiva, y a su vez ejecutivo de Sasetru, Francisco Leiras, asumió la conducción del club Lanús. Lo cierto es que con los contratos cerrados y buenas recaudaciones, Leiras no tuvo mayores inconvenientes por el resto del año 76. Pero al ascender a primera, cuando debió tomar decisiones ante la nueva situación, quedó al descubierto su nula idea de gestión para un emprendimiento futbolístico e institucional de magnitud. Había hecho carrera como director de Personal, pero su figura y su capacidad estaban sobrevaluadas. Cuando tuvo que decidir lo hizo sin consultar y es justo reconocerlo, mientras pudo, muchos de sus errores los pagó de su bolsillo. No fue deshonesto, no quiso hacer daño. Le critican una cierta soberbia inicial, que no sabía de fútbol y por eso delegó mal, y sobre todo lo acusan por los guardaespaldas que lo seguían a sol y sombra. Nadie sabía que mientras lidiaba con Lanús, Francisco Leiras estaba en la mira de Suárez Mason. Pero el ataque sería por otro flanco: Sasetru pronto quedó en la mira del implacable Ministro de Economía de Videla, José Alfredo Martínez de Hoz y su secuaz Alejandro Reynal, vicepresidente del Banco Central. En 1979 la vigencia del gran emporio alimenticio y principal acreedor del club Lanús iba a llegar a su fin.