martes, 5 de diciembre de 2017

Glifosato: ¿cancerígeno o inofensivo?

por Alejandro Chitrangulo

Glifosato es el herbicida más vendido del mundo y el principio activo de la marca comercial Roundup de la multinacional Monsanto. Según los ecologistas el volumen de ventas de este producto es equiparable al de la coca-cola en el mercado de los refrescos. Se empezó a fabricar en los años sesenta para matar las llamadas “malas hierbas” de los cultivos agrícolas y su uso se extendió sobre todo en los cultivos transgénicos de soja, maíz y algodón. También se utiliza en el medio urbano para la eliminación de maleza en solares, parques, cunetas y vías del tren. A nivel particular también sirve para la fumigación de parcelas, jardines y huertos. 
A diferencia de los argumentos de Monsanto que no son científicos por estar basados en estudios realizados sin independencia de criterio de las mismas empresas y ser confidenciales, la Agencia Internacional para la Investigación sobre el Cáncer (IARC, en sus siglas en inglés), dependiente de la OMS, sostiene que este producto “probablemente es
cancerígeno para humanos”, introduciéndolo en los productos y acciones de riesgo 2A (probablemente cancerígeno).
Los médicos locales recomiendan no usarlo
En 2015 unos 30.000 médicos y profesionales de hospitales públicos reclamaron que se prohíba el uso de glifosato por ser cancerígeno. “El glifosato no solo provoca cáncer. También está asociado al aumento de abortos espontáneos, malformaciones genéticas, enfermedades de la piel, respiratorias y neurológicas”, sostuvo la Federación Sindical de Profesionales de la Salud de Argentina (FESPROSA) en un comunicado emitido en el marco del Día Mundial de la Salud 2015. Según el informe de la OMS el glifosato causa daño del ADN y los cromosomas en las células humanas, esto viene a confirmar lo que desde hace más de una década vienen denunciando comunidades, organizaciones sociales, médicos e investigadores de todo el país.
Según esta federación, en el país se usa el glifosato en más de 28 millones de hectáreas y “cada año los suelos son rociados con más de 320 millones de litros, lo que implica 13 millones de personas en riesgo de ser afectadas”. Argentina utiliza semillas genéticamente modificadas (GM) producidas por la multinacional Monsanto, que son resistentes al glifosato, según un informe del ministerio de Agricultura.
“Donde cae el glifosato, solo crecen los organismos genéticamente modificados. Todo lo demás muere”, señaló la federación sindical de médicos. Los médicos y profesionales de la salud pidieron que “se prohíba el glifosato en Argentina y se abra un debate sobre la necesaria reconversión de los agronegocios, con la aplicación de tecnologías que no pongan en peligro la vida humana”.
Cuando un granjero lo utiliza en sus cultivos, este compuesto penetra en el suelo, se filtra en el agua y sus residuos permanecen en los cultivos: está en lo que comemos, en el agua que bebemos y en nuestros cuerpos.
Rosario un caso emblemático 
Debido a la fuerte presión de las organizaciones ambientalistas y a la toma de conciencia de los ciudadanos que no se benefician con el uso de este agroquímico, sumado a los informes científicos lapidarios y la gran cantidad de casos reales de enfermedad que se detectan en algunos pueblos rurales en donde la práctica de fumigar con este herbicida es común, muchas ciudades están tratando de reglamentar o prohibir su uso. Tal es el caso de  la localidad de Monte Maíz, en donde  un estudio epidemiológico realizado por la Universidad de Córdoba descubrio que en esta localidad en donde había una alta concentración de acopios de cereales y pesticidas se determinó que la población tenía una incidencia cinco veces mayor de casos de cáncer que el común. Estas investigaciones vinieron a dar luz y voz a las Madres de Ituzaingó y a todos los pueblos fumigados que desde una década atrás vienen denunciando los impactos dramáticos en sus vidas con mapeos, estadísticas populares, casos concretos y una lucha que no cejó a pesar de la sordera intencional de los funcionarios de turno a nivel local, provincial y nacional.
A mediados de noviembre el Concejo Municipal de la ciudad de Rosario aprobó por unanimidad una ordenanza que prohibía el uso del glifosato. Dos semanas después los concejales dieron marcha atrás, en una decisión con ribetes escandalosos. Los medios locales comentan que cambiaron de parecer luego de una reunión en donde fueron presionados  por representantes de la Bolsa de Comercio de Rosario, la Asociación de Productores en Siembra Directa (Aapresid) y la Asociación de la Cadena de la Soja (Acsoja), quienes insisten que el glifosato es un herbicida sin riesgos para los humanos y que está autorizado en el por Senasa. Varios medios periodísticos  nacionales de llegada masiva, de forma muy comprometida ayudaron a  esta decisión publicando sendos editoriales en donde ponen en duda e incluso menosprecian las investigaciones de la OMS. Tal es el caso del diario La Nación que dentro de un extenso editorial sostiene que “Numerosas organizaciones internacionales han emitido opinión científica sobre el glifosato que demuestran que no existen impactos negativos en la sanidad”. Otros medios también dieron cuenta de la decisión  la Unión Europea, que acordó renovar la licencia del herbicida hasta 2022. 
Si bien la comisión europea tiene hasta el 15 de diciembre para confirmar la decisión, fueron 18 los países que respaldaron la medida, entre los que se incluyen Alemania, Holanda y el Reino Unido. Y basaron su decisión en la confianza en los informes de la agencias europea de control de la seguridad alimentaria (EFSA) y de productos químicos (ECHA), que decidieron no clasificar como cancerígeno al herbicida más utilizado del mundo. 9 son los países que votaron en contra y hubo una abstención.
El volumen de ganancias que genera la empresa Monsanto, por la comercialización del Roundup, solo es superado por las ganancias que obtienen las grandes empresas cerealeras del mundo. Esta realidad hace posible que se mueva eficientemente en todo el planeta una contra ofensiva basada en poner en negar todo lo negativo que los ambientalistas y muchos científicos sostienen sobre el  “Rey de los agroquímicos”.