lunes, 11 de diciembre de 2017

La máquina de la muerte

por Alejandro Chitrangulo

Habitualmente me gusta escribir opiniones y difundir noticias sobre ecología, salud, calidad de vida, etc. Nunca escribí sobre calidad de muerte y menos sobre suicidio, pero esta noticia que les voy a comentar los va a dejar pensando sobre muchas personas que están pasando un mal momento psicológico, por las razones que sea y ya perdieron las ganas de seguir en este mundo. Para ellos la tecnología también tiene soluciones.
Quitarse la vida continúa siendo tabú en la mayor parte de los países del planeta. Sólo un puñado reducido de países (Canadá, Colombia, Países Bajos, Bélgica, Suiza, Luxemburgo, Alemania, Japón y algunos estados de los EE.UU.) contemplan en su legislación la eutanasia activa como vía legal. Como forma de abandonar este mundo sin que medie una enfermedad terminal o una discapacidad de sufrimiento insoportable.
De ahí que el, desarrollo tecnológico de la eutanasia haya quedado constreñido a un puñado de rincones. Países Bajos es el más destacado, en gran medida porque allí reside y trabaja Philip Nitschke, doctor australiano conocido popularmente como “el gurú de la eutanasia” o, de forma más prosaica, “el Doctor Muerte” (sí, al igual que Mengele). Nitschke fue el primer doctor en practicar la eutanasia en Países Bajos tras su legalización en 2001, y desde entonces es una suerte de “Elon Musk del suicidio asistido”. Como un joven graduado de la escuela de medicina, Nitschke se vio atraído por el mundo de la eutanasia y el trabajo del doctor
Jack Kevorkian, el defensor de la eutanasia más famoso en los Estados Unidos. Inspirado por la máquina de la muerte de Kevorkian, Nitschke se propuso crear una versión actualizada a la que llamó “la Liberación”. La máquina era rudimentaria, y solo contenía una computadora portátil conectada a un sistema IV, pero funcionó. Un programa de computadora confirmaría la intención del paciente de morir y luego desencadenaría una inyección letal de barbitúricos. Terminó con éxito con cuatro vidas antes de que Australia derogara el proyecto de ley que legalizó la eutanasia en 1997.
“Poner fin a la eutanasia legal no impidió que las personas vinieran a mí diciendo que querían morir”, dijo Nitschke que durante los últimos 20 años ha ayudado a cientos  de personas a lo que él llama “suicidios racionales”. En 1997, fundó Exit International, una organización sin fines de lucro que aboga por la legalización de la eutanasia, y en 2006, publicó el ”Manual de la píldora pacífica”, que instruye sobre los más indoloras y eficientes maneras de suicidarse. 
Nitschke continuó innovando sus dispositivos de muerte. Creó una “bolsa de salida”, una máscara de respiración bizzaro con monóxido de carbono que reemplazaba al oxígeno. La bolsa fue muy efectiva pero no muy atractiva, dijo Nitschke, citando el “factor de bolsa de plástico”: la gente no quiere dejar el mundo de una manera estéticamente desagradable. 
La tecnología del suicidio
Nitschke desconforme con los métodos que había creado, se puso a pensar en un sistema más estético, eficiente y moderno de buscar el final y diseño una nueva y sorprendente creación: The Sarco. Un sarcófago futurista imprimible en 3D que facilita una muerte indolora y pacífica a todo aquel humano que lo desee. Se entra en la cápsula, se activa el protocolo, se inhala el nitrógeno y en cinco minutos se ha terminado con la existencia propia. Según Nitschke, la máquina estará disponible a partir de 2018. Tan sorprendente hito tecnológico lo firma Exit International. 
¿Cómo funciona? 
El doctor australiano que lleva media vida tratando de asegurar que todo aquel que desee quitarse la vida pueda hacerlo con seguridad y sin violencia lo explica, de forma simple. La máquina es un sueño torcido de la ciencia ficción, una cápsula autónoma imprimible en 3D en la que el comprador se sienta y se quita la vida. Lo hace accionando una pequeña dosis de nitrógeno que al cabo de un minuto lo deja inconsciente, y al cabo de cinco, le ahorra el resto de su existencia. Sólo funciona desde dentro (no puedes matar a nadie) y tiene dos botones de emergencia (en caso de que alguien se arrepienta en pleno proceso).
El derecho a morir 
Los problemas morales de una literal máquina de la muerte son muy variados. El principal, los  principios por los que se combate el suicidio: la vida tiene un valor intrínseco en sí mismo. Pocas personas en sus cabales, o en su plenitud física y psiquiátrica, desean perderla. Para Nitschke esto es un error de enfoque. Como él mismo argumenta en esta entrevista a la revista Vice: “El argumento más común es que no existe tal cosa como un suicidio racional, y que el deseo de la muerte es, por definición, el resultado de una enfermedad psiquiátrica. Yo lo rechazo. El deseo de morir de alguien no debe ser tratado per se. Otra objeción es que la vida es un regalo. Mi contrargumento es: si la vida es un regalo, tienes permitido entregarlo. De otro modo, ¿no es una carga antes que un regalo?”.
Aún aceptando su punto de vista, la cápsula de la muerte plantea otros problemas. Exit International requiere que sus clientes tengan más de 50 años. Para el doctor australiano es una barrera arbitraria, pero obligada por el fuerte rechazo que sus ideas generaron en Estados Unidos en 2011 (ante la posibilidad de que fomentara ideas suicidas entre los más jóvenes).
¿Y qué hay de los clientes que sí tengan un estadio clínico severo? Por ejemplo, las personas que atraviesen una grave depresión cuya cura, como sabemos, es factible. ¿También podrían acceder a The Sarco? Según Nitschke, sí. Aquí está el principal punto de conflicto de la cápsula: hay una suerte de test previo que tiene por objeto determinar si el comprador es mentalmente sano o no. Una persona depresiva, según Nitschke, puede pasarlo o no. Para él (y para Exit International) no es un criterio excluyente.
Según su perspectiva, el test lo realizará una Inteligencia Artificial futura que permitirá discernir de forma fidedigna entre quienes quieren acabar con su vida, convencidos de ello, y quienes se lo plantean por culpa de enfermedades mentales reversibles o que pueden distorsionar su juicio y voluntad. Sea como fuere, el quién, el acceso a la muerte administrada de forma autónoma, es el quid de la cuestión: ¿todas las personas del mundo deberían poder entrar libremente en The Sarco y decidir marcharse de este mundo? Para Nitschke es una cuestión de derechos individuales: las personas deberían ser capaces de elegir en libertad qué quieren hacer con su vida. Incluso si eso implica arrancársela. Y de hacerlo de forma segura, no violenta, efectiva, sin dolor y rápida. Esto no es poco para quien piensa en apurar la partida ya que en la actualidad esto es complicado: la mayor parte de los suicidios son arriesgados, pueden salir mal y provocar secuelas de por vida e incluyen una alta dosis de violencia incluso en el menos lesivo de los casos. The Sarco es todo lo contrario: una despedida tranquila, con vistas a tu paisaje favorito para eso el creado le agrego ventanas.
Según Exit International, la máquina no tiene muchos problemas de producción. Las autoridades de Países Bajos ya le han informado de que no hay restricciones legales. Otra cuestión es que se pueda vender a terceros países donde la legislación de la eutanasia esté mucho más limitada. Allí no llegará The Sarco, un hito tecnológico y un controvertido producto moral del futuro al que nos encaminamos.