sábado, 11 de abril de 2020

Jugando a ser Manolo Silva

por Marcelo Calvente


marcelocalvente@gmail.com

   Como ocurre en toda historia de amor, el romance eterno entre el hincha y sus colores es una sucesión de grandes y pequeños recuerdos, algunos muy felices, otros desgarradores. Las primeras imágenes que recuerdo de Lanús datan de 1964 y fueron multitudinarias y festivas. Yo desconocía el significado de la palabra gloria pero comprendía que se trataba de eso que estaba presenciando de la mano de mi viejo.  Click: La vuelta olímpica en cancha de Huracán. Click: El Nene Guidi en andas. Click: Las fotos de Silva y Acosta en los diarios y revistas, la media cuadra hasta mi casa sobre los hombros de mi viejo y un cucurucho de papel de diario lleno de maníes calentitos. La primera división, la fama de Los Albañiles, el respeto de los rivales. ¡Qué orgullosos estábamos los hinchas de Lanús por entonces! Aquella época de alegría me duró menos que el acné. Pena por el descenso en 1970. Alegría por el ascenso inmediato del 71. Dolor por el inmediato retorno a la “B” en el 72. En el 73 no estuvimos ni cerca de volver, en el 74 nos eliminó Estudiantes de Buenos Aires en cancha de Atlanta...
    Corría el año 1975. Aquella tarde, en cancha de Huracán, cuando todo estaba dado para ascender a primera, fui uno de los quince mil granates perplejos que vieron festejar a los quinientos hinchas de San Telmo presentes. Pero eso no fue lo peor. Lo que me partió el corazón fue ver desde cerca los despiadados insultos de muchos granates a Manolo Silva, mi ídolo de la infancia, aquel al que invariablemente solía jugar a ser. Manolo se había perdido varios goles cantados. Recuerdo su cara de dolor y de humillación, lo vi de cerca, pegado al
alambrado, detrás del arco que da a la avenida Vélez Sarsfield. Lo vi sufrir ante cada situación desperdiciada y ante cada insulto recibido. Llorando lo vi llorar al finalizar el encuentro que ganó San Telmo por 1 a 0. Ángel Manuel Silva, que ese día jugó su último partido, se encaminaba a los vestuarios despedido de la peor manera, mientras aquel pibe que fui jugando a ser él dejaba atrás la niñez viéndolo retirarse vencido y reprobado por sus propios hinchas.
     Sin embargo, la aparición en 2012 del primer libro de Néstor Daniel Bova “96 años de Fútbol Granate” -indispensable, necesario, hay que tenerlo siempre a mano- me entregó algunas precisiones reveladores sobre aquel suceso. En mi memoria no había dudas que de Los Albañiles, Silva era el que jugaba y Acosta el que la metía. Reforzaba esa idea el hecho que el paraguayo se había consagrado goleador del Campeonato Metropolitano de Primera División de 1967, por entonces toda una hazaña para un jugador de cuadro chico. Antes de partir rumbo al Sevilla, el Baby Acosta jugó 177 partidos y convirtió 90 goles, ocupando la segunda posición hasta esa fecha en la tabla histórica de artilleros Granates.  Para mi sorpresa, Manolo Silva se retiró ocupando el tercer lugar, con 87 conquistas aunque con 252 partidos. Gracias al trabajo de Bova pude revivir aquellas jornadas doradas de “Los Albañiles” que se habían perdido en mi memoria; el ascenso a Primera del 64, el 7 a 2 en Quilmes del Metro 67, el 7 a 1 a Chacarita que a la postre sería campeón del Metro 69 y aquel 4 a 1 con baile al Racing de José del Metro 70, con Manolo jugando uno de los mejores partidos de su vida. En siete oportunidades vistió la camiseta de la Selección Argentina, marcando un gol en la histórica victoria obtenida en Belo Horizonte ante Brasil por 3 a 2.
    Ángel Manuel Silva, después de triunfar en Newell`s entre el 71 y el 73,  luego de un paso sin brillo por Banfield en el 74, volvía a Lanús en el 75, aunque demasiado golpeado. Durante el extenuante torneo de ascenso fue el más respetado por todos los rivales, figura y referente de un equipo que tenía como destino ser campeón, y en la derrota cargó sobre sus hombros con toda la bronca de sus hinchas. Y otra vez el libro de Bova y el dato revelador: En aquel torneo, Silva fue el máximo anotador del equipo con 18 goles, y estuvo en cancha en 35 de los 43 partidos que jugó Lanús, que terminó recibiendo una de las más inesperadas derrotas de su historia ante San Telmo. Y otra sorpresa: El Ángel que en mi memoria se retiraba viejo y vencido, apenas tenía la edad de Cristo: 33 años. ¿Tan mal había jugado ese partido? ¿Tanto como para gritarle "¡Vendido!" como para putearlo con odio, como para chiflarlo sin compasión?
    Caminar por el Polideportivo un día de semana es tropezarse con nuestra historia. Es comparar aquellos terrenos imperfectos donde la hacíamos rodar como podíamos con el césped sintético de las canchas construidas en ese mismo lugar. Es quitar de la vista lo mucho construido para encontrarse con aquella inmensidad regada de tuercas y tornillos que fuera tan nuestra y que tanto se parecía a la felicidad. Y en estas canchas donde hoy miles de pibes se prueban con la misma ilusión que alguna vez todos tuvimos, se puede ver a recordados futbolistas granates de distintas épocas, como Ramón Cabrero,  Gilmar Villagrán, Julián Kmet, y el Turco Salomón, entre varios otros,  entregados a la tarea de formar a esos privilegiados que logran el honor de vestir la casaca más bella.
    Me encuentro de manera casual con José Luís Lodico, técnico del Fútbol Infantil y arquetipo del vecino-jugador-hincha, algo que ya casi no existe, un extracto perfecto de nuestra identidad futbolera y protagonista de aquel partido que marcó mi existencia hasta generar esta nota. Lodico sabe el fin de la historia: “Manolo llegó al vestuario llorando, decía que había sido su culpa. Todos sabíamos que no podía correr, lo infiltraron y lo mandaron a la cancha  por lo que significaba su figura, sobre todo para los jugadores de los rivales más humildes. Pero no debió haber jugado, accedió porque todos, el técnico, los dirigentes y nosotros, sus compañeros, se lo pedimos por la importancia que tenía tanto para el equipo como para los rivales, que antes de los partidos le pedían sacarse una foto con él, y no se pudo negar. Fue terrible, se perdió goles hechos ¡Ni patear podía, pobre Manolo! Le quedó el sabor amargo de una despedida que no merecía, y como estaba convencido que había sido su culpa, estoy seguro que lo lamentó hasta su muerte”, me dice un nostálgico Pino Lodico aferrando la mano de su nieto, que pugna por escaparse.
    Ángel Manuel Silva murió a los 61 años jugando al fútbol en el potrero. No tuvo perdón ni revancha ni homenaje, pero su talento, la estampa de crack desgarbado, el jopo rebelde y los números de su trayectoria, que sumados al paso del tiempo y a sufrimientos peores que vendrían, finalmente le devolvieron el merecido reconocimiento y hasta los mismos hinchas que entonces lo putearon, luego le otorgaron el sitial destacado que siempre debió ocupar en el podio de los que forjaron parte de la historia del club Lanús, y con su entrega y su talento le sacaron brillo hasta volverse inmortales.