lunes, 10 de enero de 2022

Memoria Granate: 1983, el año en que vivimos en peligro


por Marcelo Calvente

marcelocalvente@gmail.com

   Pese a los arribos del volante creativo Antonio Labonia, surgido de la cantera de River y proveniente desde Tigre; el delantero Jorge Díaz, del Deportivo Español; el puntero derecho Claudio Marasco, llegado a préstamo desde el Ciclón como parte de pago por Crespín; Luis Alberto Ovide, Hugo Promanzio y Alfredo Márquez, el primer equipo de Lanús arrancó de la peor manera el campeonato de Primera B de 1983. Pedro Dellacha, que había asumido como director técnico a mitad de la temporada anterior en reemplazo de Juan Manuel Guerra, pegó el portazo antes del debut en disconformidad con las ventas de Héctor Enrique a River y de Juan Antonio Crespín a San Lorenzo. Héctor Alfredo D’Angelo, el hermano del ex presidente Lorenzo D’Angelo, siempre dispuesto, asumió de manera interina pero sin obtener ningún triunfo en las primeras cuatro jornadas y después de una goleada sufrida ante Italiano volvió rápidamente a su lugar en la cantera.

Aún con margen para recuperarse en el campeonato y con la presión latente de pelear arriba, el elegido para intentar sacar a flote al equipo fue Jorge Ginarte, un técnico con mucha experiencia en la divisional. El Gordo encontró un plantel golpeado por el bajo rendimiento, aunque con varios jugadores de categoría dispuestos a revertir la situación. Pero Ginarte tampoco fue la solución. La Comisión Directiva encabezada por Carlos González volvió a

tomarse un tiempo para definir al nuevo entrenador y en tanto nombró como interino a Ramón Cabrero, el ex volante Granate que poco tiempo antes había dejado de jugar al fútbol en Mendoza y a mediados de 1982 sido convocado por Néstor Díaz Pérez de manera casi fortuita para trabajar en las categorías inferiores del club, según contaba el propio Ramón años después: “Estaba cortando el pasto del jardín de mi casa y se me aparece Néstor Díaz Pérez, que todavía no era presidente pero manejaba todo el tema del fútbol. ‘Gallego, ¿estás al pedo?, ¿no querés dirigir las Inferiores?’, me dijo. Creo que no me dio tiempo ni a levantar la cabeza. ‘Eso sí, mirá que en el club no hay un mango’. Andaba desesperado, pobre Néstor. En esa época Lanús no era lo que es hoy, todo se hacía a pulmón porque el momento de la institución era muy bravo: si bien el equipo había ascendido de la C a la B, no había plata para pagarles a los jugadores y se necesitaba de la ayuda de todos. Y la verdad es que yo nunca había sido de quedarme sentado mirando la tele, y sentía que era el momento de dar una mano. No  pasaron ni dos días que ya estaba entrenando a los pibes en la canchita  del fondo”.

Cabrero encontró una institución mucho más deteriorada que la que había conocido en sus inicios, pero de todas formas logró sacar muy buenos resultados en la primera de sus tres etapas en las Inferiores de Lanús: primero como técnico de la octava y luego al mando de la exitosa y recordada categoría 66. A los 35 años, Ramón mantenía una relación casi de padre a hijo con sus dirigidos. Los trataba de usted, como acostumbraban la mayoría de sus ex entrenadores, pero su vínculo con el grupo era mucho más estrecho. Compartía charlas, picados, bromas y estaba siempre pendiente de cómo le iba a cada chico en la escuela. “No me enojo si perdemos; pero me voy triste si no nos divertimos”, les recalcaba Cabrero antes del comienzo de cada partido. Esa división, durante la primera parte del certamen de Primera B de 1983, en 16 partidos obtuvo ocho triunfos, cuatro empates y cuatro derrotas (24 goles a favor, 12 en contra) y quedó a una sola unidad de clasificarse al Torneo Final. Ramón estaba feliz, pero Lanús estaba en serio peligro de perder la categoría, y mientras la dirigencia encontraba un entrenador especializado en evitar descensos, recurrió a él. Cabrero asumió la difícil tarea de poner de pie a un plantel golpeado, que había sumado sólo seis puntos en diez partidos y ocupaba la última posición en su zona. Y su primera meta fue convencer a Pino Lodico, desde hacía algunos meses alejado del fútbol por una dolencia en un oído agravada por una mala praxis médica, para que intentara volver a jugar.

Al asumir Ramón, el Grana perdió 2 a 0 ante Estudiantes de Buenos Aires en Arias y Guidi, quedando a sólo 93 centésimas de los puestos de descenso. El interinato fue breve y los resultados no lo acompañaron. El plantel estaba entre la espada y la pared: por un lado, cada sábado recibía la reprobación de una hinchada muy angustiada con la posibilidad de volver a la C; por el otro, los jugadores no cobraban los sueldos pactados con el club. Tras caer en Campana ante Villa Dálmine por 3 a 0 y ante All Boys en Lanús por 2 a 1, el Grana se metió en zona de descenso, Ramón fue apartado y la subcomisión de Fútbol se hizo cargo del equipo que logra empatar ante el Deportivo Español, que era dirigido por el Vasco Iturrieta, quien ya había arreglado su arribo a Lanús. El propio Iturrieta, cabulero, esotérico y tramposo pero reconocido por lograr salvar a varios clubes de un descenso anunciado, a quién Lanús contrató traicionando su historia, se hizo cargo ante El Porvenir, y de ahí hasta el final, Lanús apeló a los métodos más insólitos y cuestionables, tanto dentro de la cancha como afuera de ella. Urgido a punto tal que finalmente logró mantener la categoría con 40 puntos de promedio, dos más que el Deportivo Español y Central Córdoba de Rosario, que sumaron 38 y debieron definir la permanencia, siendo el equipo rosarino el que bajó a la “C” junto a Villa Dálmine.

En el recuerdo de los Granates más añosos, la campaña de 1982 fue la del retorno del infierno y tuvo como premio la victoria contra San Lorenzo en Arias y Guidi y el buen juego y el poder ofensivo de una delantera excepcional: Nigretti, Héctor Enrique, Crespín, Ramón Enrique y Attadía. En cambio la de 1983 estuvo marcada por las indispensables ventas del Negro Enrique, Crespín y Nigretti, tres grandes jugadores con destino de Primera División, y fue un largo sufrimiento de los socios y simpatizantes angustiados por el posible retorno a la “C” y la urgencia de los dirigentes por los muy graves problemas económicos que seguían aquejando a la tesorería del club, mientras los arbitrajes reflejaban el descontento de la AFA por aquella demanda de 1978 que aún seguía vigente.