viernes, 11 de mayo de 2018

Volvió una noche

por Marcelo Calvente

marcelocalvente@gmail.com

Suelo decir que la agitada y cambiante historia del club Lanús es, por lejos, la más apasionante del fútbol argentino, y son ciertamente los hinchas granates los que más se sorprenden cuando lo digo. Cada entidad tiene más de un libro publicado sobre su vida institucional. Las narraciones existentes sobre los clubes grandes sólo hablan de estrellas y campañas, de títulos y de grandes victorias, en cambio las historias de los chicos no pasan de un anecdotario de nostalgias, una buena campaña en Primera, algún ascenso, varias amarguras y poco más, en cien años de vida. La vida de Lanús está repleta de alegrías y tristezas, de curiosidades, de absurdos, vivencias varias realmente increíbles. La existencia de la entidad ocurrió en un marco teatral exagerado, a veces grotesco, a veces fantástico, un muestrario de circunstancias que fueron sucediendo desde la fundación hasta hoy, algunas pintorescas y graciosas, otras dramáticas y de tragedia griega. Son tantas, que enumerarlas en el contexto de una nota se hace imposible.
Un amigo hincha de Independiente al teléfono, antes de terminar una breve charla sobre otro tema, me dijo: “Vi por ahí que se cumplió un aniversario de la vuelta de Huguito Morales. Ayudame: ¿De qué vuelta hablan? ¿De cuando estuvo en el Rojo? Pasaban una y otra vez un gol que le hizo a San Lorenzo, un gol del montón, pero que todos lo festejaron como locos, la gente lloraba en las tribunas. Lo ví sin volumen. ¿De qué vuelta hablaban?”
Hay que haber estado ahí, en el barrio de Lanús sumido en el silencio, embargado por las emotivas imágenes que llegaban desde el legendario Campin de Bogotá, aquel inolvidable 4 de diciembre de 1996. Por primera vez un representativo del club Lanús entona el himno
nacional en la final de una copa continental, y La Urraca González, el capitán, iza la enseña patria en ese infierno situado a 2.650 metros de altura. Con Roa, Loza, Falaschi, Siviero y Armando González; Juan Fernández Di Alessio, Cravero, Huguito Morales y el Caño Ibagaza; Belloso y Ariel López en el ataque, esa noche Lanús ganó la Copa Conmebol, su primera estrella. 
El equipo de Cuper fue uno de los grandes animadores de la segunda mitad de los 90, además de la Copa logró tres terceros puestos consecutivos en el torneo local. La magia la ponía Ibagaza, pero Huguito Morales interpretaba a la perfección el ida y vuelta por izquierda. Se había convertido en un gran quitador de pelotas, conservaba su gambeta profunda en ataque y sus goles espectaculares, ya un año del Mundial de Francia se había ganado un lugar en la Selección de Passarella. Pero el viernes 10 octubre de 1997,en la concentración del equipo nacional en Buenos Aires que debía enfrentar por eliminatorias a Uruguay, el volante de Lanús fue internado de urgencia y operado tres días después. La noticia sacudió al país, y luego pasó a un segundo plano. Menos en Lanús, donde crecía la preocupación por un diagnóstico reservado y una intervención quirúrgica rodeada de suspicacias, un pesado manto de escepticismo sobrevoló la ciudad durante meses. “Che, entre nosotros, ¿qué se sabe de Huguito?” y la mirada baja, el silencio y la congoja como única respuesta.  
Así fue, hasta que un buen día volvió la ilusión: “Me comentaron que salió muy bien de la operación, parece que zafa, parece que vuelve a entrenar”, “dicen que ya está para jugar”.Y así fue que el 6 de mayo de 1998, seis meses después de aquella internación, La Fortaleza se llenó de granates, familias enteras que quisieron presenciar el milagro de que Moralito luzca recuperado y vuelva a jugar al fútbol. Y el esperado retorno se produjo a 16 minutos del final, cuando Lanús ganaba 1 - 0, y Mario Gómez, presionado por la parcialidad, lo mandó a la cancha en lugar de Belloso. El público Granate se puso de pie para recibir al ídolo con una ovación. Tres minutos después, un balde de agua fría: San Lorenzo alcanzó un empate fuera de contexto. Hugo Alberto Morales se puso el equipo al hombro, pidiendo la pelota y ofreciendo cuatro o cinco  intervenciones muy destacadas. San Lorenzo se llevaba el empate y nuestras ilusiones de campeón. En tiempo de descuento llegó el último córner, que peinó Cravero y que Moralito empalmó para la agónica victoria. Con el gol del pibe que se había curado y había vuelto, el milagro se cristalizó y el estadio se convirtió en un templo a la esperanza. Hay que haber estado ahí para poder contarlo.
En la butaca de al lado se había sentado el padre del Chupa López. Apenas nos conocíamos, y habíamos cambiado unas pocas palabras respecto del drama que vivieron el jugador y sus compañeros durante su convalecencia. Al festejar el gol nos abrazamos como dos chicos que se habían criado juntos. Miré a mí alrededor. Varios miles de hombres, mujeres y niños de todas las edades vestidos de Granate, gritando un gol hasta la afonía y llorando de emoción.
Huguito Morales se había formado en Huracán, debutó en primera en 1991 a los 17 años, y con Víctor Hugo Delgado, fue una gran figura del Huracán de Cuper que salió subcampeón de Independiente en el Clausura 1994. Seis meses después, Lanús lo compró por una cifra impensada: 1.000.000 de dólares, la más alta suma pagada hasta ahí por el club. Llegó y pronto se convirtió en figura de un elenco inolvidable. Los días más felices de Moralito fueron en Lanús, y de aquí se fue transferido a España a mediados del 99. Durante tres años fue titular en el Tenerife, club con el que ascendió a Primera. Volvió a Lanús por seis meses, para jugar el Clausura 2003 e integrar un equipo de recambio escaso de figuras, dirigido por Chiche Sosa, en el que jugó apenas ocho partidos. Pasó un año en Independiente donde volvió a jugar poco. Parecía que su estrella se había apagado. 
Entonces se fue a Colombia, adonde llegó a mediados de 2004, y volvió a ser campeón e ídolo absoluto de Nacional de Medellín, uno de los más grandes de ese país, ahora jugando en la posición de enganche. En Millonarios, en 2006, padeció algunas lesiones y jugó poco, lo mismo los últimos seis meses que pasó en la Universidad Católica, donde finalmente dejó el fútbol a los 33 años. Además de las grandes actuaciones que entregó en su paso por Lanús, dejó para el recuerdo una de las jornadas más emotivas de la historia del profesionalismo, la noche que La Fortaleza lloró por él y por su vuelta, una noche mágica y de alto voltaje emocional. Los que estuvimos allí no lo vamos a olvidar jamás.