lunes, 4 de mayo de 2020

La verdadera historia de la noche de los penales

por Marcelo Calvente

marcelocalvente@gmail.com

El 16 de noviembre de 1977 Lanús y Platense protagonizaron un encuentro dramático y con pocas situaciones de gol, que empataron en cero. Con el mismo resultado culminó el alargue de 30 minutos, por lo que debieron decidir la cuestión por tiros desde el punto del penal. La definición fue interminable, muy conversada y confusa, ejecutaron once penales cada uno, primero una serie de cinco y luego tres series de dos penales por equipo hasta desempatar. Los cinco primeros que patearon por Lanús fueron Cárdenas, Pachamé, Ribeca, los tres marcaron, igual que Moralejo al ejecutar el 5º. El 4º penal lo desperdició Abel Coria, que dejó su remate en las manos de Osmar Miguelucci. Platense también convirtió cuatro: el “Loco” Sánchez le atajó el 4º penal a Gianetti, y pasaron a la primera serie de dos ejecuciones por equipo, seguramente por error de interpretación del árbitro, ya que debió ser uno por lado. Las definiciones por penales no abundaban en el fútbol argentino, es por eso que en el 77 se volvió a improvisar. Al hacer ejecutar dos penales por serie todo se complicó. La paridad se mantuvo en las dos series siguientes: Miguel Ángel Juárez de Platense marcó, Guillermo Zárate para Lanús también. Niro la tiró afuera, y si Benejú convertía, Lanús se quedaba en primera. Pero no pudo ser, atajó Miguelucci y  Platense respiró.
   Como en la tercera serie los cuatro penales fueron convertidos, entramos en la definitiva. Casi todos habían pateado. Evidentemente mal herido, Jorge Peremateu es llevado al área en una camilla, de la que se baja trabajosamente para patear el décimo penal para Platense, mientras  arrecian las discusiones y el nerviosismo. Su remate da en el palo. La hinchada de Lanús celebra. El defensor se desploma en el área, 

vuelven a subirlo a la camilla y se lo llevan. Un rayo se dibuja en el cielo, un trueno mueve el piso del estadio. Nadie de Lanús va a la pelota, nadie cuenta los ejecutantes, nadie dice nada. Un viento huracanado atraviesa la cancha. El clima sugiere salir corriendo y ponerse a resguardo, la realidad era que se estaban jugando a todo o nada el futuro personal y el de la institución que cada uno representaba. Los hinchas de ambos equipos atornillados en las tribunas, sufriendo las inclemencias del tiempo y los avatares del fútbol.
   “Me toca a mí”, grita el arquero granate Rubén Sánchez, muy decidido. Era conocida la precisión de su remate y lo bien que ejecutaba los penales, al menos en los entrenamientos. En sus pies Lanús tenía otra ventaja, pero no otro match point. Si Sánchez convertía, faltaba ejecutar otro penal por bando. Enorme suspenso en el estadio, en el cielo explotan nuevos nubarrones y centellas, se escuchan redoblantes… y el “Loco” Sánchez que saca una masita inexplicable a las manos de su colega, una de esas pifias que remuerden de por vida. Ni él, ni sus compañeros, ni nadie lo puede creer. Llegó el turno del arquero de Platense, los diez futbolistas de campo habían ejecutado su penal respectivo, pero vaya uno a saber por qué, Miguelucci no lo hace, y el árbitro permite que en su lugar ejecute -por segunda vez- Miguel Arturo Juárez, quien había iniciado la ronda para Platense. Aquí se viola la regla: Era el penal vigesimoprimero y Juárez vuelve a convertir. ¿Cómo pudo ser posible? Nadie mira, nadie habla, ¿Nadie se aviva? ¿O ya algunos se dieron cuenta de que en Lanús también hay una anomalía?
   Va Orlando Cárdenas, si convierte, vamos a otra serie de dos. El viento se arremolina, hay olor a tierra mojada, las gotas empiezan a caer como piedras. Miguelucci debe atajar para que Platense se quede en primera. En la semana previa, el mundo Calamar había cuestionado duramente su mala actuación ante Chacarita por la última fecha del torneo. El viejo Juan Manuel Guerra, DT de Platense, recibió anónimos de parte de la barra que le recomendaban dejarlo afuera porque el arquero iba a ir para atrás, e igual decidió ponerlo. Y ahora el cuestionado guardameta que había atajado los penales de Coria, Benejú y Rubén Sánchez se prepara para tratar de aventar habladurías y salvar su buen nombre y honor atajando un penal histórico. El mismo Miguelucci que no quiso patear el penal que le correspondía, pensando que si erraba cargaría con toda la ira de los hinchas del Marrón hasta su muerte, ahora se encamina decidido a la meta para enfrentar por segunda vez a Cárdenas y convertirse en el único héroe de la histórica jornada. ¿De qué manera justificó el juez su grave omisión? ¿Cómo fue que los jugadores de Lanús lo permitieron? Lo cierto es que el árbitro Jorge Barreiro dio la orden. Cárdenas, en medio de la tormenta de viento previa al vendaval, ejecuta su segundo penal, Miguelucci le adivina el palo y se mete definitivamente en la historia del fútbol argentino. Y aquí se vuelve a infligir la ley pero en el otro bando. Barreiro, luego de haber burlado el reglamento, dio por terminada la cuestión con victoria del Calamar por 8 penales a 7 de Lanús. Por ahora en las tribunas solo hay alegría o tristeza según el color de la divisa, pero el periodismo inmediatamente reflejó la grave irregularidad de un sólo lado, y hasta hoy es cosa juzgada que a Lanús lo perjudicaron, porque así como el arquero granate ejecutó su penal, también Osmar Miguelucci debió haber pateado el suyo y no lo hizo.
   Revisando las noticias de la época, observando la síntesis de ese encuentro y siguiendo la secuencia de la dramática definición, está más que claro que un jugador de Lanús no pateó. Fue Julio Adrián Crespo, que había ingresado en el complemento en lugar de Barú, y que con la serie en marcha se descompuso y debió abandonar el campo de juego rumbo a los vestuarios. Casi nadie lo notó, ninguna crónica lo reflejó, nadie se preguntó por qué si los penales ejecutados fueron once, Orlando Cárdenas se hizo cargo del primero y también del último de su equipo. Para todos, la AFA convalidó otra estafa en contra del Granate y -una vez más- injustamente lo mandó a la “B”. Hace 37 años que se viene diciendo lo mismo, omitiendo la otra parte de la verdad, que está bien a la vista: los dos clubes infligieron por igual el reglamento. Y es por eso que en el campo de juego nadie se quejó de que el arquero Calamar no pateó; porque Crespo no estaba en condiciones de patear.
   El tiro final de Cárdenas que contuvo Miguelucci desató la tormenta y el júbilo de los 10.000 hinchas del Marrón que se fueron del estadio empapados y llorando de alegría, contrastando con el doloroso silencio de los 20.000 granates que al cabo de un año en Primera, una vez más volvían a casa con el pesar a cuestas de un sentimiento conocido: bajar otra vez a la B, mojados hasta los huesos y muertos de tristeza, con la intuición de que se avecinaban tiempos peores aún. Para los de Platense, después de once penales por equipo, con ventajas parciales cambiantes, se trató del primero de varios milagros que lo iban a mantener en Primera durante 19 años más. Pero nada es para siempre. Lanús seguirá cuesta abajo, y luego comenzará una increíble reconstrucción gracias al sacrificio de muchos de sus socios, preámbulo de un presente institucional jamás soñado, definitivamente establecido en la elite futbolística de América. Por su parte Platense sigue vivo y lleva más de 20 años consecutivos buscando su destino en los torneos del ascenso.
   Sin embargo el rencor de la AFA contra el Grana existía desde aquella definición del '49, y ahora se sumaban también otros odios más perversos. El golpe de estado estaba fresco, la matanza estaba en su apogeo y el gobierno de facto había desplazado a David Bracutto de la presidencia de la casa madre y había colocado en su lugar al oligarca Alfredo Cantilo, hombre que estaba para cumplir sus órdenes. Para la dictadura, Lanús era el club de los odiados peronistas. Del diputado-gremialista Lorenzo D’Angelo, el por ellos destituido presidente. Y el de su sucesor, Francisco Leiras, directivo de Sasetru, enemiga declarada del gobierno genocida. El final de Sasetru y del Banco Internacional -perteneciente al grupo- estaba cantado: Martínez de Hoz y sus secuaces fraguaron la quiebra, y sus propietarios y directivos fueron amenazados y perseguidos por las patotas que operaban en las sombras.
   En tiempos en que un simple habeas corpus podía costar la vida, la conducción de Lanús inició acciones legales contra la AFA de la dictadura debido a las irregularidades en la definición por penales con la intención de presionar por una solución rápida que le permitiera comenzar el año 78 en primera división. Es moneda corriente escuchar que el club fue resarcido económicamente y que con ese dinero empezó su reconstrucción. Nada más alejado de la realidad: Lanús desistió de seguir con la demanda tiempo después de haber ganado en primera instancia por dos razones: por un lado, porque habiendo ocultado que un jugador propio tampoco ejecutó su penal, el club recibió la presión insostenible de sus socios, que exigían el reclamo, y por el otro porque estaba claro que la AFA iba a apelar y que la justicia se iba a declarar incompetente, como siempre ocurre ante diferendos reglamentarios en el deporte. Así, aún a sabiendas que nunca iba a prosperar, Lanús inició las acciones legales, según admitió años después Emilio Chebel -ex presidente del club y socio del estudio jurídico que llevó a cabo la demanda en representación de la entidad y sin percibir honorarios- ante el reconocido periodista partidario Jorge Farsa y el autor de esta nota.  Y por el otro, según contó el doctor Carlos González, hijo del ex presidente del club y más tarde también socio del mismo estudio, porque el almirante Lacoste, que pretendía alcanzar la vicepresidencia de la FIFA, a principio de 1980 visitó al juez de la causa y a partir de entonces la misma dejó de activarse.