jueves, 5 de noviembre de 2020

Chamuyo en tiempos de pandemia. Recuerdos cachuzos…

por Omar Dalponte


omardalponte@gmail.com


  No hay vueltas que darle Gerardín. Seamos sinceros. Senza pretensiones. No queremos vendernos como que la sabemos lunga, pero después de tantos porrazos y de haber sido testigos directos de los embrollos que sufrimos en esta dolorida Argentina, algo hemos aprendido. Y la vida, nuestra vocación y las ganas de no ser indiferentes, nos llevaron a contar, capítulo por capítulo, una parte de como fueron las cosas en el mundo de la política que, como todos conocemos es un mundo apasionante... y sucio. Vos sabés que nuestro laburo, jugando con las palabras, en mi caso lleva ya un poco más de sesenta inviernos, por lo que te quedará más o menos claro que tengo sobre el lomo varios kilos de escarcha.    
    Fijate, desde que comencé a comprender ciertas cosas me fumé a unos cuantos que la fueron de presidentes. Algunos los hicimos nosotros. Otros se metieron de guapo. Te cuento a quienes vi, escuché y por los cuales viví, a veces un poco bien, y otras veces pasé, como muchos, las de Caín. Mirá, te los nombro, y si la entendedera no me falla son todos estos: Perón, Lonardi, Aramburu, Frondizi, Guido, Illia, Onganía, Levigston, Lanusse, Cámpora, Lastiri, otra vez Perón, Isabel Martinez, Videla, Viola, Galtieri, Saint Jean, Bignone, Alfonsín, Menem, De la Rúa, (tres o cuatro nabos que ni vale la pena mencionarlos porque entre todos no alcanzaron a estar una semana) Duhalde, Kirchner, Cristina Fernández, Macri (¡Uy Dió!) y ahora el otro Fernández, pero Alberto. Total 26. 15 civiles y once milicos. Los militares, salvo uno -Perón- entraron todos por la ventana. Con cada uno... o una... en esto de contarla tenés como para hacerte una panzada. Si a fondo los rasqueteás y cepillás a pelo, contrapelo, lomo, costillar y vientre, vas a dejar en el cepillo un poquito de todo. Algún pelo perfumado... y buena cantidad de

restos de toxinas. Como pasa con los tungos de carrera o con algún mestizo bien cuidado. Así que, para entretenerte tenés de sobra. Lo que no te garantizo es que vayas a quedar contento.
    Por eso, para no sumarle malhumor a estos días de cana domiciliaria en que, de tanto lavarte las manos te quedan los deditos lisos y suaves como para que no te identifiquen ni con las mejores técnicas creadas por el antropólogo Juan Vucetich, prefiero rajar por la tangente y mudarme del chimenterío político para el barrio de los recuerdos. Es para respirar un poco de aire puro compartiendo cosas que, por lo que uno percibe, interesan a un sector de la sociedad venida de tiempo atrás y gustosa de hacer memoria respecto a imágenes del pasado que, hoy, podrá ver en fotografías, pero ayer formaron parte de su realidad cotidiana tal como fueron: lugares concretos. A Lanús la tenemos recorrida de ida y vuelta por sus cuatro costados. Naturalmente, siempre descubrimos algo nuevo. La geografía lanusense fue cambiando por obra de la piqueta y porque, a pesar de todo lo que nos pasó, las ganas de progresar de la gente pudieron más que la incapacidad de muchos de nuestros gobernantes. Eso permitió construir sobre lo demolido y levantar, donde y como fue posible, nuevas construcciones que fueron cambiando la fisonomía de los barrios desde el centro hacia las orillas y viceversa. ¿Y los viejos lugares que alguna vez brillaron? ¿Aquellos cines, aquellos boliches, aquellos refugios con su “mezcla milagrosa de sabihondos y suicidas”? El tiempo se los llevó. Algunos serán recordados porque quienes tuvimos oportunidad y ganas de dar testimonio dejamos data como para que los que vienen sepan un poco del Lanús de ayer. Que no fue mejor ni peor que el actual. Fue diferente. Necesidades hubo siempre y siempre quienes tuvieron que matear “con yerba de ayer secándose al sol” y “rajar los tamangos buscando ese mango que te haga morfar”.
   En estas crónicas dedicadas a los recuerdos quiero que sepas que mi intención es pintar un tiempo pasado, sin hacer la rutina de los sepultureros, que se la pasan entre la gente enterrada. Así que te invito a dar una vueltita para mirar juntos, condimentando el paseo con una buena dosis de imaginación, algunos reductos lanusenses que tuve la suerte de conocer allá lejos, por la mitad del siglo veinte, “cambalache problemático y febril”. Vida bastante argentinizada por entonces, antes que la gringada moderna con los Elvis Presley y los The Beatles a la cabeza tiraran al tango, a nuestro folclore y a muchas de nuestras costumbres a la banquina.
   De los cines te pasé alguna figurita en notas pasadas. Te recuerdo, nada más, que en la zona céntrica y cercana al centro, en el lado Este, hubo cinco: Gran Lanús, National, Unión (luego llamado Rex) Sarmiento y Splendid. También, de ese lado, un poco más alejados, funcionaron el Amado Nervo en Gerli y el Inter Cine, fundado en 1925 cuando la avenida Eva Perón era Caá Guazú y todavía no había llegado el asfalto más allá de la calle Luján. En el Oeste, sobre H. Yrigoyen (ex Pavón) tuvimos salas cinematográficas de gran nivel para aquella época. Hablamos de poco antes y poco después de 1950, Año del Libertador General San Martin. Esas salas fueron El Palacio del Cine, El Súper Cine y El Cine Teatro Opera. De los cines más retirados de la zona próxima a la estación ferroviaria, y de los de Remedios de Escalada, hizo mención el doctor José Levitán en su muy documentado libro Nueva Historia de Lanús. Pero ya que estamos en el Oeste sigamos el recorrido para hacer parada en sitios de encuentros y desencuentros, de copas y milongas, muchos de ellos amarraderos de barcos sin timón que anclaron allí para que almas de ácratas, adocenados, repúblicos, perversos y santos vuelquen deseos, ambiciones, verdades, mentiras y compartan horas de escabio o de escolazo.
Los que conocemos Lanús sabemos que calles pertenecen al Este y al Oeste. De manera que cuando haya que nombrarlas le metemos derecho viejo, con su nombre actual, sin especificar, en algunos casos, a que lado corresponden. Para no repetir tanto ¿viste?. Y se va la primera. En la esquina de 25 de Mayo y San Martín hubo durante mucho tiempo un boliche con pinta de pulpería que conservó por años su palenque entre la vereda y la calle de tierra. Lugar con cancha de bochas donde corrían tupido la caña y el vino. Los laburantes, la mayoría con atuendo de paisanos, se tiraban unos mangos en el juego de sapo, infaltable en las largas tardes domingueras. Hubo oportunidades en que por cosas del momento voló alguna silla o salió a relucir algún cuchillo. Cosas que pasan nomás. Los café -bar -confitería de cerca de la Pavón eran más finolis. No vayas a creer, Gerardín, que te los voy a mencionar a todos. Me ajusto a los que conocí porque estoy jovato, y sabés que no la voy con los viejos fabuladores. Aquí tuvimos unos cuantos. Uno de ellos llegó a ser intendente y la vendía como quería, así que... mirá vos!. Arranquemos con el Bar Oriente, que estuvo ubicado en la vereda del Palacio del Cine. Lindo salón con reservado para familias cerca de la entrada. En la parte de atrás, billar y mesas para el codillo y el chamelo. En el reservado no frecuentaban familias. Se trataba de un sitio donde él y ella podían encontrarse, compartir un trago o un café, iniciar algo o sepultar una relación que cierta vez pudieron jurar que sería eterna. En una mesa cercana a la ventana del frente, tal como lo relaté en uno de mis cuentos, paraban la Yoli y la Porota. De tardecita en adelante, claro. Hermosas muchachas dispuestas a cooperativizar sus humanidades. Chicas de carácter, sin duda, a las que la vida las llevó a repartir placer por unos pesos. En Piñeiro e Hirigoyen la confitería El Clavel fue la referencia presentable para un buen aperitivo entre señorones y buena parada para veteranas con ansias de levante. Cuando algunos buscas de la política local lo frecuentaron para para ponerse de acuerdo sobre como podrían morder un cachito de la torta municipal, el tufo que invadió el ambiente le restó jerarquía a esa posta tradicional en cuyas mesas habrán quedado algunas lágrimas y el eco dormido de promesas incumplidas. Frente a Plaza Belgrano, a pocos metros de 25 de Mayo, en el piso de arriba de la confitería Gran Sud, habitualmente se hacían reuniones bailables en las cuales lucía sus pilchas la muchachada. Los varones, más interesados en lograr una conquista que en demostrar sus dotes milongueras, tiraban la caña para el lado de las chicas que no eran demasiado tiernitas, pues en general orillaban los treinta. Tampoco faltaba alguna tía o madre acompañante que se prendiera en la milonga y no despreciaba la posibilidad del enganche. Añitos más adelante, unas cuadras hacia Remedios de Escalada, en un local vecino a la entrada al paso bajo nivel de Castro Barros e H. Yrigoyen, funcionó por un tiempo otra linda milonga: La Fusta. Ese sí fue un local en el cual milongueros habilidosos le sacaron “viruta al piso”. Hubo una mujer, apodada “Cumparsita”, que parecía tener alas en los pies y fue dueña de una anatomía sobre la que era una delicia recorrer la mirada. No descarto que algún veterano que por por casualidad lea estas líneas, aún tenga en su memoria la figura y la elegancia de aquella hermosa mujer de piernas torneadas que remataban en los clásicos zapatos con pulsera, calzado imprescindible de las buenas milongueras.Ya que estamos cerca -los lanusenses sabrán bien donde nos hallamos a esta altura del relato- con sólo cruzar el bajo nivel que nos une con el Este, es bueno acordarse que en la esquina de O”Higgins y Margarita Weild durante largo tiempo tuvo una presencia importante el club Santa Paula. Entidad prestigiosa que contó con un muy buen plantel de basquet y desarrolló una actividad social, deportiva y cultural sumamente valiosa. Dios quiera que si algún memorioso nos honra con la lectura de estas líneas, aporte su recuerdo del Santa Paula que, tengo muy presente, pero ignoro las causas de su desaparición. Pena grande.
     Seguramente quedará buena cantidad de boliches, bailongos, despachos de bebidas, bodegones, bares y confiterías sin nombrar. Habrá también muchos lectores que sabrán de algunos que no conocí. Con más historias unos que otros, lo cierto es que en cada uno de ellos, hubo retazos de vida, coloratura de barrio y no pocos de esos reductos sirvieron para encuentros que, tal vez alguna vez, nos animemos a comentar por las cosas que allí se trataron en tiempos políticos nada fáciles y por determinados personajes protagonistas de un momento complicado. Pero retomemos por hoy la línea recordatoria que venimos trazando. Todavía debe haber alguien que recuerde el café El Mariscal, de la esquina de Oncativo y 9 de Julio, que además vendía helados por una de sus ventanas. Los cucuruchos de crema eran tan ricos como los de La Veneciana, y eso es mucho decir. ¿Quien no pasó o se sentó a tomar un café, alguna vez, por El Cañón, de 9 de Julio y Pergamino? ¿Quien no visitó o vió a la pasada, en la esquina de Pichincha y Oncativo aquel café bien de barrio que, aunque nunca tuvo su nombre pintado en el frente le decíamos El Monumento? Asi se lo llamaba porque en la esquina de enfrente una comisión popular había erigido un pedestal importante con un busto de Eva Perón poco tiempo después de su fallecimiento. Comisión popular de cuyos integrantes me acuerdo sus nombres, no se si el de todos. Nombres que llevo guardados en mi cuore y recuerdo con cariño del bueno. Don Victorio Agrotti, Ever “Tarzán” Salvati, los hermanos Lapetina, los hermanos Abeledo, Manuel Bavio, Alberto Zurlo, Ramón Baloira, un tal Walter, de quien no sé el apellido pero como data te puedo decir que estaba casado con la hermana de Oscar Arrieta, aquel cantorazo del barrio conocido como el “Negrito Pairoux”. Esa zona del Este, como casi todos los barrios de aquel tiempo fue un pedazo de Lanús con varios refugios para quienes gustaban de los naipes y de las copas. El despacho de bebidas del gallego Ramón, en Pichincha casi esquina O”Higgins, donde Pascualito Miozzi y Cartolano se trenzaban en largas sesiones de Escoba de 15. El Guaraní, en Ayacucho y Tres Sargentos, El Eucaliptus, en Córdoba y Alfonsín (ex General Rodríguez) templo del Chin Chón, la toma de apuestas carrera por carrera, y la levantada de quiniela. Allí tallaban fuerte el “Nene Cuchillo” y un tal Pantoca; creo que fueron los dueños de aquel café. Mirá, Gerardín, es hora de ir finalizando la caminata. Ya no estamos para platos fuertes como dice el tango. Pero no podemos cerrar este paseo sin nombrar al despacho de bebidas que por décadas estuvo en Guidi y Eva Perón. O el bar y pizzería El Negrito, de Pergamino y Eva Perón, frente a la Plaza Güemes del barrio de Villa Obrera. ¿Quedan muchos en el tintero? Y...si...pero que la sigan los que saben. Me planto aquí porque el hormigueo de la política me invita a cocinar una monserga. Salute.