jueves, 12 de noviembre de 2020

Pino Solanas/Octavio Getino: “La hora de los Hornos”



por Lisandro Martínez*

“Es la hora de los hornos y a partir de ahora no se verá más que luz” (Che).

    La trascendencia de Fernando Solanas merece entenderse en el cuadro de una juventud que en los ‘60 dijo: ¡Basta! La democracia formal -como ahora- estaba agotada.
     La acción de masas inauguró un proceso de revueltas y revoluciones. Octavio y Fernando decidieron hacer un documental de retazos de la brutalidad económica, social y política de Argentina y Latinoamérica sometida, que conmovió al mundo cinéfilo que multipremió la obra. Estos dos jóvenes menores de 30, se impusieron hacer “cine para militantes” y debates sobre  dictaduras militares que impedían tener futuro a la juventud.
  La hora de los hornos es un hito de la cinematografía latinoamericana, más allá de las despolitizadas conclusiones de sus autores por las que entregaron la conducción a un líder reaccionario del nacionalismo burgués que impuso el statu quo para destruir el ascenso revolucionario de las masas obreras en Argentina.
    Fernando Solanas, contaba que él era parte de una familia pudiente. Trabajó con éxito filmando en una agencia de publicidad de su familia cuando la publicidad tuvo su boom creativo en los ‘60.
   En 1963 se conoce con un obrero inquieto, Octavio Getino, dirigente fabril quien durante la resistencia peronista trabajó en Siam en Monte Chingolo, Lanús, donde fue delegado y candidato a secretario adjunto para unas elecciones de la UOM. Getino participó de la Resistencia como sobreviviente de la Guerra civil española desde una posición de izquierda, vinculado al peronismo. En una entrevista señaló: “Entonces había muchos grupos trotskistas
llegados de La Cuarta Internacional, eso generaba un debate de ideas que creo no se dio más en el país”.
       Getino rompió con Rucci, se dedicó a la literatura y luego esforzadamente estudió cine y se encontró con Solanas en 1962 cuando Pino se fue del centro cultural del PC. Se propusieron hacer un documental sobre el golpe militar que derrocó a Frondizi y en 1965 filmaron una entrevista a Rodolfo Ortega Peña, el que juró como diputado del PJ en 1973, diciendo: “La sangre derramada no será negociada” y fuera asesinado por la triple A. En esa entrevista es donde Ortega Peña y Luis Duhalde se enteraron que las imágenes eran para un film sobre “la liberación de argentina” y les dijeron “que eso era el peronismo”. Desde 1963 Getino y Solanas recopilaban noticieros y documentales sobre Argentina y ahora iban a filmar, clandestinamente, escenas propias a lo largo y ancho del país, porque se habia instalado el golpe de Onganía en 1966.
        A La hora de los Hornos sus realizadores -que no militaban en el PJ, ni tampoco fueron subvencionados por éste- no la pensaron para regodeo de los espectadores sino como un cine militante para cada una de sus tres partes - 1.Neocolonilismo. 2. Acto por la liberación 3. Violencia y liberación- fueran debatidas, ya que estaba filmada en 16 mm y las bobinas duraban entre 40 y 50 minutos.
        Los jóvenes realizadores estaban muy influenciados por dos sucesos sociales: 1. el film de Gilo Pontecorvo La Batalla de Argel y el rol protagónico del Ejército de Liberacion Nacional que derrotó a Francia y 2. la irrupción de masas del Mayo francés que derramó revueltas y revoluciones por todos lados. La Hora seguía al pie de la letra las conclusiones del libro de Franz Fanon Los condenados de la tierra, mostrando en imágenes la teoría de la liberación y la dependencia pero no estableciendo que al proceso lo debía conducir la clase obrera y no la pequeña burguesía o lo que luego resultó más trágico dejar todo en manos del estado opresor, sus generales y sus cuerpos parapoliciales que debutaron en Ezeiza el 20 de Junio de 1973.
        Las proyecciones eran clandestinas en fábricas, universidades, escuelas, iglesias, etc. En 1970 se calculó que había en Argentina bajo la dictadura, unas 70 copias en manos del PJ y sus organizaciones de base.
       Asistimos en 1972 a una de las proyecciones que hacía el centro de estudiantes en la facultad de Medicina. Allí nos conmovió la voz grave de Edgardo Suarez en off y mucho más la música del aria Aurora cantada por un tenor que contaba versos que hacian al “destino glorioso del pueblo argentino” –el cuento de Eduardo Duhalde donde los argentinos “estamos condenados al éxito”- Alta en el cielo un águila guerrera/ audaz se eleva con vuelo triunfal/ azul un ala del color del cielo….mientras la cámara recorría lentamente y en detalles la vida miserable que vivía una parte sustancial de la población que habitaba la Villa Sapito de Lanús, eso fue en esencia La hora de los hornos.  
         Ignoramos si Solanas y Getino (foto) supieron de entrada la calidad del artefacto explosivo que armaron.  Sí en cambio sabemos cómo cayeron como dos chorlitos, lavándole la cara al general Perón, con un capitulo armado para su lucimiento: “La actualización política y doctrinaria para la toma del poder y Perón, la revolución justicialista”. Este agregado ya no era parte de la obra, era una burla donde el viejo general se ponía a disposición de “la guerra revolucionaria”, cuestión que pocos años después de engrupir a Octavio y a Fernando se convirtió en una de las represiones más feroces sobre “sus muchachos”.
        Cuando Perón volvió en el ‘73, firmó la repatriación de las copias originales de La Hora de los hornos. Pero en 1974 las bandas parapoliciales habían matado a Julio Troxler, uno de los sobrevivientes de los fusilamientos en los basurales de José L. Suarez y el protagonista de Los hijos de Fierro, y a los pocos meses Solanas tuvo que partir al exilio.
       Solanas fue un artista que lo mejor que hizo políticamente fue imitar como nadie los fraseos y el tono de la voz de Perón. Su vida política fue un desastre:  Acordó con Menen y la Unión Ferroviaria en hacer en Galerías Pacifico un Centro Cultural y sus socios le respondieron con un atentado. Su devenir desde lo “progre” hasta la derecha con Carrió, completó su ocaso que salvó al debatirse parlamentariamente la ley del aborto. Allí hizo la mejor intervención de todas, con una emotiva anécdota de su juventud cuando protagonizó un aborto y por haber padecido esa tragedia en carne propia apoyaba la ley.
      La muerte de Solanas, y antes la de Getino, dejó un vacio artístico que no ha vuelto a ser ocupado con aquella calidad, mediante la denuncia didáctica de nuestra agobiante sociedad para que la juventud tenga elementos que le ayuden a entender la realidad.

    (*) Del Partido Obrero tendencia