jueves, 4 de febrero de 2021

Memoria Granate: Tiempos violentos

por Marcelo Calvente

Aquella tarde gris del 12 de septiembre de 1981 está guardada en la memoria de los granates más fervorosos como una jornada histórica por varios motivos. El viejo y respetado Lanús, uno de los fundadores, estaba en caída libre, y los ánimos en el entorno del club estaban encendidos. El Grana había perdido la definición con Platense por penales, la definición más dramática de la historia del fútbol argentino y había descendido en diciembre de 1977.  Y al cabo del campeonato de Primera B de 1978, también en el Gasómetro, Flandria le ganaba la final por la permanencia en la B y el Grana volvía a descender, y por primera vez en la historia jugará en la divisional C. Había estado cerca del ascenso en 1979, pero fue del Deportivo Español, en el 80 se lo peleó a Morón, y el Gallo cantó primero.  Nunca antes, desde la creación de la Primera C, dos equipos grandes del


profesionalismo se enfrentaron en el campeonato de 1981; Lanús afrontaba su tercer intento en esa divisional y era dirigido por Juan Manuel Guerra, un DT consagrado del fútbol de ascenso, que había llegado a mediados del 80 con una premisa: entre armar un equipo con futbolistas experimentados de la categoría, cosa que Lanús había hecho los dos torneos anteriores, o recurrir a la cantera del club, Lanús había optado por los pibes, y esos pibes eran Rubén Darío Gómez, Juan José Sánchez, Lito Beltrán, Néstor Sicher, Humberto Vattimos, Horacio Attadía, Juan Crespín, Claudio Nigretti, Ramón Enrique y el mejor de todos, el Negro Héctor Enrique, capitaneados por el experimentado José Luís Lodico, un centrojás de enorme categoría y pertenencia. Enfrente tenía a Chacarita, que acababa de descender de la B y que para obtener alguno de los dos ascensos apostaba a lo mismo: contaba con mucha experiencia, y la categoría de Ingrao, Abramovich, Ezequiel Borrelli y el Potro Echaniz, cuatro jóvenes promesas. Chacarita y Lanús, con dos hinchadas pioneras en amistad, habían empatado en cero en San Martín por la séptima fecha y volvían a enfrentarse a diez jornadas del final, ya perfilados los dos para ascender, definían cuál de los dos clubes sería el campeón de 1ª C y cuál se conformaría con el segundo ascenso.


   En la semana previa al relevante encuentro, gente amiga de AFA le avisó a Néstor Díaz Pérez que iba a recibir una inspección para observar el estadio de Lanús, ya que se esperaba mucha asistencia de público. La importancia del choque se empezaba a jugar fuera de la cancha. Néstor Díaz Pérez sabía que los tablones estaban en muy mal estado y que los inspectores no le iban a habilitar la cancha. Y los dirigentes de Chacarita también lo sabían, porque en su cancha padecían el mismo deterioro, por eso algunos allegados recurrieron a la AFA para tratar de sacar a Lanús de su reducto. Después de evaluar la situación, Díaz Pérez tuvo otra de sus raras ocurrencias: llamó a su amigo Jorge Costilla, el dueño del aserradero Sol Maderas, y le solicitó un gran favor: Que le envíe dos camiones cargados de tablones, que ingresaron al sector de tribuna, con los operarios del club listos para empezar a descargar, cosa que hicieron cuando llegó la anunciada inspección. Al ver semejante movimiento, la gente de AFA creyó que en verdad se estaban cambiando los tablones que estaban rotos y sin dudarlo dio el visto bueno para que se dispute el partido en Arias y Guidi. Una vez que se retiraron los inspectores, los operarios volvieron a subir los tablones a los camiones y la carga completa retornó al depósito de Sol Maderas, tal como Néstor le había prometido a su propietario.
   En aquella inolvidable jornada 28ª del torneo de Primera C de 1981, disputada el 12 de septiembre, la vieja cancha volvió a mostrar el colorido de otros tiempos. Seguramente haya sido el partido con mayor asistencia de la historia de la divisional, que dejó en boleterías una recaudación diez veces mayor a las habituales de la C: casi 70.000.000 de pesos, suma superior a la mayoría de las recaudaciones de Primera de aquel fin de semana. Era un dinero muy importante que ambas entidades necesitaban como el agua para afrontar las deudas que los habían llevado hasta allí. Las dos hinchadas expresaban su antigua amistad, las cosas parecían ir de la mejor manera. Todos felices menos Néstor Díaz Pérez, el dirigente granate, figura clave de aquellos años, a quien le acababan de comunicar la llegada de un Oficial de Justicia por una deuda previsional que la AFA no había asumido como era usual. El funcionario venía a embargar la recaudación y anunciaba que permanecería en las boleterías desde su apertura hasta la finalización de la jornada para controlar que todo se hiciera a derecho.
   No menos de cuatro veces, Díaz Pérez intentó interceder ante el hombre. Le rogó que no proceda de esa manera, que tenía cheques dados en base a esa recaudación muy esperada, que se quedara tranquilo que en la próxima semana el club iba a pagar lo adeudado a la Caja de Previsión. No había caso. Néstor Díaz Pérez iba y venía, hablaba con uno y con otro, se agarraba la cabeza pensando en las cuentas corrientes que iban a cerrarle al club. A poco del final del partido se presentó, abatido, al lugar donde el implacable funcionario cumplía con su deber. Poco después, también llegó el presidente de Chacarita, Mario Dalmiro Espósito, que al ingresar al recinto donde ya terminaban de contar el dinero -las viejas boleterías sobre la calle Arias- se anotició de la medida tomada contra Lanús, que no incluía el porcentaje que le tocaba a Chaca. Las cinco personas presentes observaban en silencio, los cajeros apilaban el dinero ante la mirada de águila del funcionario judicial. Todo parecía estar bajo su control.
   De pronto, una patada violenta y certera ejecutada desde afuera hacia dentro arrancó la precaria puerta de chapa. Dos jóvenes de gran porte, con la cara cubierta con pañuelos y gorras metidas hasta las orejas, actuando con profesionalismo se adueñan de la situación. “¡Esto es un asalto!”, gritó el que entró primero, y apartando violentamente dos sillas que estaban a su paso ocupó el rincón más lejano a los presentes para dominarlos a distancia, sin perder de vista los billetes. “¡Todos al piso, cabeza abajo!”, ordenó el otro mastodonte con voz autoritaria. Ambos tienen una de sus manos dentro del saco y parecen a punto de sacar un arma de la sobaquera. En un acto heroico que sorprende a todos, Néstor Díaz Pérez da un paso adelante y levanta la voz para llamarles la atención: “¡Tengan mucho cuidado con lo que hacen que el señor viene en nombre de la Justicia, eh!”, y por respuesta recibe un furibundo cachetazo. “¡Todos al piso, carajo, si no quieren que los caguemos a tiros!”. Asustado y sorprendido, Díaz Pérez cae encima del diminuto Oficial de Justicia y aparatosamente lo cubre con su cuerpo. “¡No tiren, no tiren, está todo asegurado!”, grita, mientras empuja al sorprendido inspector bajo la mesa. El resto lo imita. El funcionario no alcanza a ver lo que sucede, pero intuye que los intrusos están poniendo la totalidad del dinero en los bolsos que habían traído para tal efecto, y se hacen humo en menos de un minuto. Después de un silencio tenso y prolongado, la empleada de la boletería del club sufre un ataque de nervios y sale corriendo. De a poco, mientras todos se van reincorporando, un lamento silencioso y dolido  empieza a surgir desde abajo de la mesa. Es Mario Espósito, considerado el mejor dirigente de la historia del Funebrero: “Los de la barra me matan, ésta misma noche me matan… ¿Cómo les explico? ¡No me van a creer! Me matan esta noche…”.
   De a poco, las cosas se fueron calmando. A nadie le faltaba dinero ni ningún efecto personal, el objetivo de los malhechores había sido exclusivamente la recaudación, que se llevaron completa. Al momento del asalto, el operativo policial -que no había contemplado la posibilidad del golpe comando- estaba abocado a la salida de las dos hinchadas. El Oficial de Justicia no dijo ni una palabra; labró un acta sobre lo sucedido, tomó su maletín y se retiró ofuscado, sin saludar a nadie. Enseguida el presidente de Chaca sufrió una descompensación, y alguien salió en busca de la ambulancia. El hombre parecía a punto de sufrir un infarto. “Vos así no podes ir a hacer la denuncia, estás muy nervioso. Vamos a la sede, tomemos un vaso de agua, y cuando te sientas mejor yo mismo lo llamo al comisario para que nos venga a tomar la declaración en el club”, le dijo el dirigente de Lanús a su par del Funebrero cuando ya todo había terminado, y era hora de volver a casa con los bolsillos vacíos.
   Una hora y media después, en la sala de reuniones de la sede de 9 de Julio, inquietando a Espósito y a varios de los presentes, irrumpieron los asaltantes. Esta vez actuando con gesto amigable, depositaron cuidadosamente los bolsos con el dinero sobre la mesa, y luego salieron de escena dando un paso atrás. Néstor Díaz Pérez se puso de pie, hasta quedar frente a frente con el atribulado titular de Chacarita. “Mario. fuimos nosotros”, le dijo, guiñándole un ojo, y con una sonrisa agregó: “Te presento a José Villamil, el mejor productor de seguros de Lanús y un gran dirigente del Club, y este otro es el Negro Bouzas, un amigazo, en su familia son todos granates de alma. Éste es el hijo de puta que me pegó el sopapo”. Bouzas ensayó un gesto ambiguo, Néstor insistió, tocándose la mandíbula: “Te dije, animal, te dije que pegaras despacio”. Después de un silencio breve, se volvió a dirigir a Espósito, a quien conocía de la AFA: “Disculpame que no te dije nada, Mario, pero tuvimos que hacerlo así. Para contártelo tenía que esperar que todo terminara bien y los muchachos aparezcan sanos y salvos. Por un momento pensé que te me quedabas. ¿Vos te imaginas las tapas de los diarios de mañana? ¡Otra que Robledo Puch! Quedate tranquilo que ya mismo te damos la parte de ustedes”. Mario Espósito, que de a poco fue recuperando el color, después de cobrar hasta el último peso que le correspondía se despidió de todos con un abrazo, y feliz y contento, bajó las escaleras de la sede diciendo: “No lo puedo creer, ¡cómo no me di cuenta que el asalto lo habían hecho ustedes!” y ya desde su automóvil, el presidente de Chacarita -que fallecería de un ataque al corazón dos años después, mientras seguía al frente de la institución- saludó a viva voz a sus pares granates: “¡Qué hijos de puta! ¡Qué buena idea! ¿Cómo nunca se me ocurrió a mí?”.
   Dos meses y medio después de aquella victoria ante Chaca, el 28 de noviembre de 1981 el equipo Granate se despidió para siempre de la Primera C venciendo a Comunicaciones por 1 a 0 en Arias y Guidi ante una multitud vestida de fiesta. La consagración del Grana puso punto final a una cadena de pesares que había comenzado cuatro años antes en el viejo Gasómetro de Av. La Plata, en la dramática noche del miércoles 16 de noviembre del 77, aquella interminable definición por penales entre Lanús y Platense que motivó la peor decisión tomada por el club en toda su historia.
En la foto: Néstor Díaz Pérez, dirigente todo terreno, el principal hacedor de La Fortaleza de cemento, un héroe de los tiempos difíciles