lunes, 23 de enero de 2017

Los mitos del sueño

por Alejandro Chitrangulo

Nos pasamos un tercio de la vida durmiendo, pero sabemos muy poco de lo que nos sucede en ese tiempo decisivo para nuestra salud física y mental. La cultura popular está llena de falsedades y malas interpretaciones sobre el acto de dormir. Aquí van unas cuantas.
El alcohol facilita el descanso
La idea de que el alcohol facilita el descanso está muy arraigada, pero no tiene base cientíûca. Sí es cierto que cuando hemos ingerido alcohol experimentamos somnolencia, sin embargo, una vez hemos conciliado el sueño, su calidad empeora. La profundidad y el efecto reparador que se produce en el descanso normal se ven alterados porque la bebida reduce la fase REM. En este periodo se registra una relajación muscular total y se presentan los sueños, indispensables para reorganizar nuestro cerebro.
El alcohol también aumenta la probabilidad de que ronquemos y, por tanto, de que suframos apneas. Son algunas de las conclusiones de un estudio realizado por Christian Nicholas y sus
colegas de la Universidad de Melbourne, en Australia, publicado en la revista Alcoholism: Clinical & Experimental Research.
Mientras duermo puedo aprender cosas
  Con el sueño perdemos nuestra autoconciencia, pero eso no signiûca que el encéfalo permanezca inactivo. En realidad, está trabajando en tareas fundamentales para procurarnos bienestar. Por ejemplo, en el descanso se fijan los conocimientos que hemos adquirido durante la vigilia. Por eso se afirma que lo más adecuado antes de presentarse a un examen, además de estudiar, es dormir el número de horas adecuado.
Sin embargo, eso no significa que la mente pueda asimilar nuevos conocimientos mientras se está durmiendo. Por ejemplo una lección de inglés reproducida con MP3. En 1956 se llevó a cabo un experimento en la Universidad de Illinois (EE. UU.) en el que se monitoreaban las ondas cerebrales de los participantes con un electroencefalograma y solo se daban las órdenes cuando los integrantes del estudio descansaban. Se reprodujeron listas de palabras, pero ninguno fue capaz de recordar ni una cuando despertó. Y es que mientras dormimos el cerebro ya está ocupado procesando lo que hemos aprendido durante el día como para añadir nueva información
La cama, el deporte de los vagos
Dedicar tiempo a descansar lo suficiente es la mejor forma de ser productivo. No hacerlo influye negativamente en la manera de razonar y sentir, y también se incrementa la probabilidad de sufrir problemas metabólicos y endocrinos. Rachael Taylor, investigadora de la Universidad de Otago, en Nueva Zelanda, ha descubierto que los niños de edades comprendidas entre tres y cinco años que duermen menos de once horas por noche son más propensos a tener sobrepeso u obesidad cuando cumplen los siete.
El  déficit de sueño también aumenta la posibilidad de padecer demencia, diabetes o enfermedades cardiovasculares. Sobre todo, puede verse afectado el sistema inmune. Según una investigación, a primera hora del día somos más vulnerables a virus y bacterias, como si nuestras defensas estuvieran desperezándose: dependen del reloj biológico y de los ciclos de luz y oscuridad de la Tierra, y cuando amanece están todavía dormidas. Asimismo, quienes descansan menos de seis horas al día son un 12% más propensos a fallecer de muerte prematura que aquellos que lo hacen entre seis y ocho horas.
El fin de semana recupero el sueño perdido
Dormir mucho el fin de semana para compensar la dinámica de trasnochar y madrugar los días laborales puede tener sus ventajas, como reducir el riesgo de diabetes, tal y como sugiere una investigación realizada en la Universidad de Chicago. Sin embargo, no es una buena forma de equilibrar todo el sueño que hemos perdido, lo que puede acarrear numerosos problemas de salud. Dormir seis horas diarias durante doce días consecutivos produce unos efectos físicos y psicológicos similares a permanecer una noche entera sin dormir. Entre otras cosas, disminuye un 10% la precisión motora.
Roncar es molesto pero no perjudicial
Los ronquidos pueden convertirse en una pesadilla. Cuando se dan de forma reiterada representan un indicador fiable de los achaques que nos esperan a medio plazo. Por tanto, debe valorarlos un médico. Roncar es un signo, por ejemplo, de la apnea del sueño. A veces, quienes las padecen se despiertan con sensación de ahogo, pero lo más relevante desde el punto de vista médico es que esas interrupciones reducen los niveles de oxígeno en sangre – el ritmo del corazón se altera y esta llega con más dificultad a los tejidos del cuerpo– lo que tiene a largo plazo efectos cardiovasculares.  
No existe una solución mágica para dejar de roncar, pero sí hay un factor que parece ser determinante: la obesidad, ya que la acumulación de grasa en la zona del cuello y la laxitud de los músculos del abdomen diûcultan la respiración.
A quien madruga, Dios lo ayuda
El ciclo circadiano es el nombre del reloj biológico interno que controla nuestros ritmos de sueño y vigilia, y está sincronizado con las fases de luz y oscuridad de la Tierra. Salvo por motivos laborales, la mayor parte de la gente funciona con ese ciclo trabaja de día y duerme de noche. Pero eso no quiere decir que el ritmo biológico de todas las personas sea el mismo: las hay que funcionan mejor por la mañana y otras que lo hacen a última hora del día. En función de esta característica, los individuos se dividen en búhos, que trasnochan y se levantan más tarde; y alondras, que se acuestan pronto y madrugan. Ojo: también hay gente que es neutra. Por otra parte, esta clasificación cambia mucho con la edad. Así, los ancianos tienden a ser más alondras, y los adolescentes, rapaces nocturnas. 
  En principio, ser una cosa u otra no reporta ventajas significativas, tampoco en la salud. Pero, según explica una investigación de la Universidad Libre de Bruselas, los trasnochadores pueden permanecer despiertos durante más tiempo que los madrugadores antes de rendirse frente a la fatiga mental. ¿Por qué? Una posible respuesta es que el área cerebral que regula el reloj biológico coincide con la que gobierna la atención, de manera que si el ciclo circadiano pide dormir, el área se adormece. Es decir, al típico: “A quien madruga, Dios le ayuda” deberíamos replicar que “no por mucho madrugar, amanece más temprano”.
Dormir con la tele encendida no me afecta
Hay personas que planchan la oreja plácidamente mientras la televisión funciona o incluso con la luz del dormitorio encendida. Sin embargo, con independencia de nuestras preferencias, es más saludable hacerlo a oscuras. Si no observamos esta medida básica de higiene del sueño, nuestro descanso no será tan profundo como el cuerpo requiere. El reloj biológico está sincronizado con los ciclos de luz y oscuridad, y la iluminación artificial rompe ese ritmo, lo que causa a la larga numerosos trastornos, algunos graves. Por ejemplo, puede afectar al estado de ánimo y se encuentra detrás de numerosos brotes de depresión.
  Según un estudio de la Universidad de Aberdeen, en el Reino Unido, incluso una fuente lumínica tan insigniûcante como el piloto que indica el stand by de un televisor, puede alterar el sueño. Cathy Wyse, autora de la investigación, sostiene que la luz nocturna, común en las grandes ciudades, podría ser clave en la creciente epidemia de obesidad. La razón es que la alteración que produce en el reloj biológico afecta a las áreas del cerebro que regulan el metabolismo. Para dormir bien es preciso dejar a oscuras el dormitorio, y evitar el uso de computadoras, móviles y libros electrónicos provistos de retroiluminación unas horas antes de dormir.
La siesta es una pérdida de tiempo
Dormir una siesta después de comer se vincula con ser un vago. Sin embargo, es perfecto para estar más alerta en el trabajo. Por eso, empresas como Google ya disponen de espacios donde sus empleados pueden disfrutar de un sueñecito a mitad de jornada. En función de lo que dure la siesta obtendremos unos beneficios u otros. Una de menos de cinco minutos nos ayudará a combatir la somnolencia, pero si optamos por descansar diez o veinte mejorará significativamente la concentración y la presión sanguínea.
  La mejor hora para practicarla es entre las dos y las tres de la tarde, el momento del día en que solemos sufrir un bajón en la productividad. Tu salud lo notará. El investigador Dimitrios Trichopoulos, de la Universidad de Harvard, estudió durante seis años la vida de 20.000 personas de entre veinte y ochenta años para concluir que quienes dormían treinta minutos tras la comida al menos tres veces a la semana corrían un riesgo un 37 % menor de muerte por enfermedad cardiaca.

El niño que se duerme en clase es un vago
A partir de los doce años, los niños se vuelven más remolones a la hora de dejar la cama. Pero eso no significa que sean vagos. Tienden a trasnochar más y prolongar el sueño porque sufren un retraso de unas tres horas en sus ritmos circadianos. Además, tampoco se les debe reprochar: según los médicos, hasta los veinte años se necesita dormir de promedio entre nueve y diez horas porque el cerebro, en pleno desarrollo, precisa mucho tiempo de descanso. 
  Los institutos y universidades que han retrasado la hora de inicio de las clases para ajustarse al reloj biológico de los adolescentes, como un centro de Minnesota y otro de Kentucky, han visto mejoradas signifcativamente las notas en diversas asignaturas. Dormir lo suficiente resulta tan fundamental para un alumno que, según la psicóloga Amy Wolfson, quienes obtienen una caliûcación de notable o sobresaliente se acuestan unos cuarenta minutos antes y duermen unos veinticinco minutos más en comparación con los alumnos que obtienen un rendimiento menor.