martes, 8 de marzo de 2022

Memoria Granate. 1987: La segunda vuelta de Ramón


por Marcelo Calvente

marcelocalvente@gmail.com.ar

“Yo ya tenía decidido volverme. Extrañaba mucho a mi familia, a mis amigos del barrio, a los muchachos del club”, dijo Ramón en una entrevista de 2014. Después de aquella gran campaña del ‘84, la poca paciencia de la gente y los dirigentes habían propiciado su salida, y lo mismo le había sucedido en el Deportivo Italiano: después de la epopeya de subirlo a Primera en 1986, el agradecimiento y el respaldo para con él no duró mucho. Una vez más, su destino estaba en Mendoza, donde había triunfado como jugador de dos de los equipos más grandes. Se hizo cargo del Deportivo Maipú que participaba en la edición inaugural del torneo de Primera B Nacional, clasificación obtenida por otro ex Granate, el Negro Ramos Delgado. Ese equipo terminaría redondeando una de las mejores actuaciones de la historia del club y clasificando para el octogonal por el segundo ascenso.

   Aunque esta etapa de su carrera no figura en los resúmenes, Ramón asumió la dirección técnica de Deportivo Maipú en la 15ª fecha del primer Nacional B, el de 1986/87, en lugar de José Manuel Ramos Delgado, que había sido contratado por Estudiantes de La Plata. Cabrero estuvo al frente de Maipú, claramente uno de los principales animadores de aquel torneo, hasta la fecha 33ª fecha, con una campaña de 18 presentaciones, con nueve

victorias, seis derrotas y tres empates. Un conflicto con los haberes de su preparador físico, Eduardo González, precipitó el alejamiento del cuerpo técnico. Pero no había caso: a Ramón le costaba cada vez más vivir lejos de sus hijos y ésa fue la razón más valedera que lo llevó a volver a su casa de Lanús.

  Cerca de sus afectos, Cabrero seguía con ganas de dirigir. Sin apremios de ningún tipo, esperó su oportunidad y volvió a hacerse cargo del Granate a fines del 87, tras la salida de la dupla Roberto Ávalos - Fernando Parenti y un breve interinato de Juan José De Mario, justamente tres ex compañeros suyos en aquel inolvidable equipo de Los Albañiles. Lanús había finalizado noveno en la temporada anterior y había quedado fuera del Octogonal tras igualar sin tantos contra Banfield en el Florencio Sola y caer 3 a 2 como local en la revancha. Al regresar, Ramón encontró un club en pleno proceso de reconstrucción deportiva, financiera e institucional, con una nueva camada de dirigentes honestos y dedicados, muchos de ellos vecinos del barrio, profesionales, comerciantes, tipos que se desvivían por Lanús, pero cuyo desconocimiento futbolístico los llevaba a incurrir en los mismos errores año tras año: dinero derrochado en contrataciones equivocadas, contratos altísimos imposibles de pagar, planteles desmantelados después de cada torneo y técnicos despedidos tras un puñado de malos resultados. Cabrero sabía muy bien dónde se metía, ya había sufrido todas esas circunstancias en su último paso por la institución, pero Lanús era su club y aceptó el desafío de intentar llevarlo a la Primera División luego de toda una década en el fútbol del ascenso, la peor de su historia, con tres temporadas en la C, seis en la B y la más reciente en el Nacional B, la nueva categoría a la que había ingresado por la ventana.

    De aquel equipo que había llevado a semifinales del Reducido de 1984, al que Emilio Misic le puso freno durante la llave ante Racing, sólo quedaban Perassi, Demagistris, Ramírez, Váttimos y Gilmar Villagrán; y de los 24 profesionales que habían integrado el plantel en la Temporada 86/87, más de la mitad había quedado con el pase libre en junio de 1987. Cabrero exigió la misma cantidad de refuerzos para ir en busca del ascenso y comenzó por convencer a dos de sus ex dirigidos en el Italiano campeón: Héctor Rivoira y Juan Carlos Cabrera, y a Ariel Gómez, a quien había tenido en Deportivo Maipú, que encabezaron una larga lista de refuerzos que se sumaron al plantel. Llegaron a préstamo, entre otros, el ex delantero de Newell’s y San Lorenzo, Gustavo Echaniz, proveniente del Querétaro de México; el zaguero Jorge Pellegrini, que venía de Argentinos Juniors, el delantero Héctor Monroig, de poca continuidad en Boca; el arquero Horacio Yonadi, ex Atlanta y Los Andes; y el volante ofensivo de Central Córdoba de Santiago del Estero, Mario Rivero, que para Ramón era un valor indispensable, quien sufriría una importante lesión que lo marginó durante casi toda la temporada.

   Cabrero arrancó su tercer ciclo en el club el domingo 2 de agosto de 1987. Lo acompañaron amigos y familiares, y poco más de 4.000 hinchas que presenciaron el 2 a 2 como local ante Atlético Tucumán, con goles de Ricardo Demagistris -a quien Ramón había elegido como capitán- y de Juan Antonio Crespín. El Granate formó con Perassi; Váttimos, Pellegrini, Demagistris, Ramírez; Bertolini, Cabrera, Ariel Gómez; Crespín, Echaniz (luego ingresó Monroig) y Villagrán (Rivoira). Batallador, efectivo y con una dosis de fortuna, el conjunto de Cabrero se mantuvo invicto hasta la sexta fecha del campeonato, con un extraordinario arranque de temporada de Villagrán. Lanús ganaba de local y de visitante, no gustaba ni goleaba, pero peleaba la punta, el público respondía en las tribunas y comenzaba a ilusionarse con el equipo. Para Cabrero era la posibilidad de repetir la hazaña de Italiano del 86, quería subir a Primera con el club donde se había formado y terminar de conquistar a una hinchada que no lo tenía entre sus preferidos. "Se había generado una gran expectativa en la gente porque teníamos muy buenos jugadores. Los equipos grandes siempre tienen una presión extra, y para la categoría Lanús era un grande. Yo confiaba en que nos iba a ir bien, pero terminamos empatando muchos partidos mientras el resto de los de arriba ganaba y eso nos relegó en la tabla", recordaba Cabrero, quien llegó a la 15ª fecha del torneo con un récord de cinco victorias, seis empates y tres derrotas. El equipo demostró una gran actitud y se trajo dos puntos de oro de La Pampa, superando a Ferro de Gral. Pico gracias a un gol del Roly Bertolini, pero tres días después empató sin tantos ante Belgrano de Córdoba en la Fortaleza y Ramón fue nuevamente despedido.

    "La gente de Lanús tiene un paladar especial. Quiere que ganes, pero también quiere que juegues bien. Zubeldía hizo 75 puntos en un año y lo querían matar. Y la realidad es que nosotros no estábamos logrando ni una cosa ni la otra. Siempre había un par de muchachos que te esperaban a la salida del vestuario y te puteaban un poco. Uno era el carnicero del barrio, que lo conocía de toda la vida, y había otro que te insultaba y se escondía detrás de un árbol. Yo ya estaba acostumbrado, no les daba bola. Ni siquiera eran barras, eran tipos que se ve que les iba mal y venían a ver a Lanús para descargarse. Pero el día que empatamos con Belgrano por la 6ª fecha me tocó vivir una situación que no iba a tolerar. Estábamos en el vestuario y se escuchaba que afuera había un poco de barullo, algunos gritos, nada fuera de lo normal. Los jugadores ya se habían ido en sus autos y de repente me golpea la puerta Alfredo Passeri, uno de los principales dirigentes, que me dice en voz baja: ‘Ramonín, mirá que vamos a tener que salir con la Policía. Esto es un lío de gente’. Pretendía que yo me fuera de la cancha como un delincuente, y yo no iba a aceptarlo. ‘Ni loco, Alfredo, yo no maté a nadie, tengo dos hijos chiquitos en mi casa que miran la tele todo el día. ¿Vos querés que vean que al padre se lo llevan en un patrullero? Yo de acá me voy caminando como me fui siempre’. Después se dijo que me habían sacado escondido en el baúl de un auto, pero era mentira. Me fui caminando y me putearon los mismos dos o tres que me esperaban siempre, nada fuera de lo habitual, pero igual me terminaron echando. No por la campaña, que no era la mejor, sino por ese cruce con Passeri. Me dio bronca que no me dejaran seguir en el club, pero llegué a mi casa y pude mirar a los ojos a mi mujer y a mis hijos. Y esa tranquilidad no me la quitaba nadie", dijo Ramón Cabrero sobre su salida en una de aquellas últimas entrevistas.

El equipo fue dirigido de manera interina por José Santiago y luego asumió Roberto Marcos Saporiti. No hubo caso; el Grana quedó muy lejos del octogonal y terminó entre los cuatro últimos de la tabla. Fue la peor campaña de la historia de Lanús en el Nacional B. Por entonces nadie podía imaginar lo que iba a ser Ramón Cabrero en la historia del club, cuya vieja cancha de madera quedaba desde 1928 en la intersección de José Inocencio Arias y Héctor Guidi, en Lanús Este.

En la foto, Lanús 1987 en Jujuy: Bertolini, Ramírez, Pellegrini, Demagistris,Perassi, J. C. Cabrera

Crespín, Váttimos, Echaniz, Ariel Gómez, Villagrán.