viernes, 23 de septiembre de 2022

Ganar o ganar


por Marcelo Calvente

marecelocalvente@gmail.com

Un clásico siempre es un clásico, aunque casi nunca las circunstancias en las que se juega son las mismas. A veces llegas confiado, solvente y victorioso, en otras vas de punto, con dificultades para encontrar el equipo y necesitado de victorias. Y no siempre importa lo bien que viene uno y lo mal que juega el otro. El sueño de todos es mandar al clásico adversario al descenso para después extrañarlo. Para los hinchas de Lanús, hay que decirlo, el rival desde la fundación hasta los años 80, Talleres de Remedios de Escalada, fue perdiendo presencia hasta hacerse invisible. Un clásico necesita que exista competencia. Banfield y Lanús, que incluso en algunos tiempos supieron confraternizar, se fueron perfilando como enemigos por pura necesidad: no hay grandeza posible sin un clásico adversario y es más grande la rivalidad mientras ambos transiten por caminos similares. Cuando aún no eran  acérrimos adversarios, el Taladro llegó a contabilizar más de 20 victorias sobre Lanús. En las últimas décadas redujo la diferencia a 10 partidos, mientras que en títulos y años en Primera durante el profesionalismo, el Grana lo supera claramente: 70 participaciones en la A, con 20 en el ascenso, tres de ellas en la C. Banfield jugó 53 temporadas en Primera y 36 en la B. El crecimiento de ambos lo transformó en uno de los clásicos más atractivos del fútbol argentino.

Por primera vez en muchos años Lanús empieza a mirar de reojo la tabla de la permanencia. Una crisis futbolística que se inició el día después de la derrota ante el Gremio

de Porto Alegre y que está por cumplir cinco años, demasiado tiempo lejos de la gloria.
Ezequiel Carboni, Luis Zubeldía, Jorge Almirón, dos interinatos de Rodrigo Acosta y Frank Kudelka no han podido sostener el nivel del equipo, tanto en el plano nacional como en el internacional. El punto crítico es la presente campaña, de lo peor en muchos años, que coincide con la asunción de una nueva generación de dirigentes pertenecientes a la unidad política que hace más de 40 años salvó a Lanús de la desaparición y con el tiempo lo llevó a la gloria. Hoy los malos resultados, la amenaza del descenso y la falta de apertura política llevan a  cuestionar su legitimidad.

En un club formador y habitual campeón de inferiores y tercera división como Lanús, productor de futbolistas al por mayor y de economía saneada y prolija, luego de los tres títulos nacionales obtenidos en 2016 y de  protagonizar la final de la Copa Libertadores 2017, cinco años de retroceso resultan demasiado. Algo no está dando resultado puertas adentro del plantel, es innegable y evidente. La cuestión es que los ánimos se venían caldeando derrota tras derrota y el panorama se complicaba cada día más. La visita a los vecinos, que venían de empatar en Tucumán, de derrotar con justicia a Colón y a River -en el Monumental- nos puso en la cornisa. Y como resulta frecuente en este viejo duelo, el que viene mejor suele perder. Lanús pudo cristalizar su mejor andar en la última jugada del primer tiempo, Cabral cabeceó increíblemente solo pisando el área chica y a cobrar.  

Con la ayuda de Merlos, el Grana mantuvo a los once en cancha: Troyansky fue amonestado a los 3’ del complemento y a los 10’ debió ser expulsado por 2ª amarilla pero sólo recibió un reto. Un minuto después, el árbitro no tuvo piedad para con Quirós: 2ª amarilla y el local se quedó con uno menos. De ahí hasta el final, la visita acentuó la superioridad y los merecimientos. El 2 a 0 llegó por intermedio de Orozco a los 85’. Ahora la bronca y los insultos eran para el local. Pero el fútbol tiene estas cosas. Del banco había llegado el experimentado Andrés Chávez e hizo un gol bien de centro delantero a dos minutos del final. En el adicionado de 7’, la visita tuvo que sufrir. Monetti, uno de los más cuestionados, metió una atajada monumental desviando un tiro libre frontal que se le metía, entre muchas piernas, contra el palo derecho. Al final, el festejo fue Granate y fue merecido. Todos felices, al menos por una semana.

Esa misma noche de alegría, mientras veía las imágenes de la multitud festejando en La Fortaleza, un amigo granate me hizo desvelar: “¿Pensaste lo que hubiera sucedido si ellos, con uno menos, nos empataban en la última jugada, después de haber estado ganando dos a cero a pocos minutos del final?”