lunes, 10 de octubre de 2022

Memorias granates: Ahí viene Ramón


por Marcelo Calvente

marcelocalvente@gmail.com

En 2003 Ramón Cabrero llevaba una vida tranquila y sin apremios de ningún tipo. Tras el almuerzo en casa, sus tardes transcurrían en la mesa 4 de Las Palmas 2000, una confitería ubicada sobre la 9 de Julio, la calle principal del lado este de la ciudad. Allí compartía varias rondas de café junto con sus amigos de siempre, entre los que estaban sus ex compañeros Melchor Sabella y el Panadero Díaz, también Orlando “Chipola” Virro, Daniel Alonso y Luis Rinaldo, quien integró varias subcomisiones dentro del club y tenía estrecha relación con varios dirigentes, entre ellos Nicolás Russo, quien ya era la cara visible del Fútbol Profesional. “Un día Luisito me preguntó si no tenía ganas de volver a trabajar en las Inferiores de Lanús y se ofreció para hacerme una reunión con Nicola. Y la verdad es que yo no estaba muy entusiasmado, aunque venía con ganas de volver a estar en actividad. Yo a Nicola sólo lo conocía de vista, jamás había hablado con él. Me presenté en el almacén mayorista que tenía en frente de la Plaza Sarmiento, y le aclaré que no quería sacarle el laburo a nadie, pero sí quería que los directivos me tuvieran en cuenta. Russo me fue sincero: ‘Mirá, Ramón, acá no hay un peso partido a la mitad y tenemos todo cubierto’. Pero a mí no me interesaba la plata. Le dije: ‘lo que gana el que menos cobra a mí me alcanza’, y él quedó en responderme”, le contó en 2011 Ramón Cabrero al periodista Leandro Contento, del programa “Corazón Granate”, que se emitía de lunes a viernes de 11:00 a 12:00 por AM 1160 Radio Independencia, conducido por Hernán Carnero y el autor de esta nota.

Mientras el calendario se deshojaba sin novedades, Ramonín rememoraba viejas campañas, pasaba horas frente al televisor observando partidos de todas las categorías y se sentía

dispuesto a adaptarse al fútbol moderno, pese a notar que los entrenadores más jóvenes
iban ganando lugar. Así pasó casi un año, hasta que finalmente recibió el llamado de Russo, quien le ofreció hacerse cargo de la cuarta, una división en la que suelen jugar los jóvenes que no lograron pegar el salto y están próximos a quedar en libertad de acción, aunque en este caso la idea era conformarla con una selección de los mejores valores del resto de las divisiones. A Ramón le sedujo la chance de dirigir a un grupo de muchachos ya casi formados, y el apretón de manos tardó pocos minutos en llegar. “El club atravesaba una situación muy complicada. Recuerdo que en mi contrato figuraba un sueldo muy bajo, pero era lo que había. Es difícil de explicar lo mucho que cambió la institución en estos últimos diez años. Ni se me ocurre compararlo con lo que era en mis tiempos de jugador, ese era otro mundo. En el 2004, cuando yo regresé, Lanús ya llevaba doce años consecutivos en Primera, había peleado varios campeonatos y había ganado la Copa Conmebol. Pero a finales de la década del ’90, la tesorería se desmoronó a la par de la economía nacional y el uno a uno. En el Polideportivo ya se habían hecho varias canchas, pero no estaban en buenas condiciones para entrenar. Se afrontaban deudas importantes y los malos resultados obligaban a cambiar de técnico, con suerte, una vez por año. Yo me sentía capaz y afronté mi trabajo con seriedad porque veía que tenía un montón de futuros grandes jugadores bajo mi responsabilidad. Y tan errado no estaba: porque esos mismos chicos me terminaron dando la alegría más importante de mi vida”, explicó Cabrero.

Por su parte, esos juveniles valoraron la llegada del nuevo técnico, un entrenador de renombre y muy identificado con el club que los trataba como si fuesen profesionales y se dirigía a ellos con sencillez pero con absoluta seriedad. Además de Valeri, Fritzler, Archubi, Leto, Lagos y Biglieri, quienes un año antes se habían consagrado campeones con la famosa categoría 86 dirigida por Ariel Paolorrosi, Cabrero también comenzó a seguir de cerca a la Séptima División, en la que brillaban Sebastián Blanco, Lautaro Acosta, Diego González, Germán Cano, Carlos Quintana y Nicolás Ramírez.

Mientras tanto Carlos Ramaciotti, con su hijo como ayudante de campo, hacía todo lo posible por sacar al primer equipo adelante. Lanús llegó al final del Clausura zafando sin demasiados inconvenientes de la Promoción, y continuó durante el segundo semestre sin lograr mejorar el rendimiento de sus dirigidos. Al cabo de un año de trabajo, tal como era de esperar, su vínculo no fue renovado. Para reemplazarlo había dos candidatos: El Tata Martino, que al final de su carrera, en la temporada 94/95 había jugado en Lanús y que como DT venía de consagrarse campeón de los Torneos Apertura y Clausura 2004 de Paraguay con Cerro Porteño, o Néstor Gorosito, al que le había ido bastante bien en Chicago y San Lorenzo, quien finalmente resultó el elegido.

En el club seguía abierta la vieja grieta. En una acalorada Asamblea Extraordinaria llevada a cabo el 28 de noviembre del 2004 en la que se profundizaron las diferencias preexistentes en el seno de la unidad política, un nutrido grupo de socios presentó una moción para que el estadio de Lanús pase a llamarse Néstor Díaz Pérez, en reconocimiento a los esfuerzos del citado dirigente para hacer realidad el viejo sueño de la cancha de cemento. La reticencia del grupo encabezado por el ex presidente Emilio Chebel, quien sostenía que gran parte de la obra del estadio había sido solventada por el club, y que esa era la razón que había generado la crisis económica de 2002 y no la crítica situación económica del país, ni la mala administración de las enormes sumas de dinero ingresadas por las transferencias de las grandes figuras del equipo de Héctor Cúper, como sostenían otros dirigentes. Finalmente en esa Asamblea quedó demostrado que la mano de obra para la construcción de la cancha se pagó con el dinero del Bingo y los ingresos generados por el programa Lanús 2000, y por amplia mayoría, los socios decidieron que el nombre definitivo de la cancha sea Estadio Ciudad de Lanús - Néstor Díaz Pérez.