miércoles, 25 de marzo de 2020

La seguridad de saber que pertenezco a un sitio: Lanús

por Omar Dalponte*

   El siguiente texto estará incluido, como palabras previas, en mi próximo libro. En él trataré de explicar el significado de algunas calles de Lanús.
    En este tiempo de encierro obligatorio decidí publicarlo en mi habitual columna con el deseo de ayudar, desde lo cultural, a pintar un poco nuestra aldea de tiempos pasados, consciente de que el relato, en lo que personalmente a mí se refiere, tiene muy poca importancia.  Ruego pues a mis queridos lectores disculpar lo autoreferencial y compartir conmigo algún recuerdo de antaño.  
Mis recuerdos vienen de lejos. Nací en 1938 y algunos sucesos lejanos  los conservo en mi memoria con total nitidez. Elijo citar un par de ellos  por la impresión que me causaron teniendo apenas  cinco años de vida. El primero  fue el revuelo familiar que causó en mi casa paterna la Revolución del 4 de Junio de 1943 que, en aquella fecha derrocó al presidente Ramón S. Castillo y designó presidente de la Nación al general Pedro Pablo Ramirez. La gran preocupación de mis padres, hermanos y hermanas -estos bastante mayorcitos que yo- era que un hermano de mi madre se hallaba cumpliendo con el servicio militar en el Regimiento 10 de Caballería de Palermo. Afortunadamente mi tío Mariano Falconi salió de la experiencia vivito y coleando y a Dios gracias vivió hasta pasados los noventa años. Pero el susto de todos fue mayúsculo, y naturalmente hizo su efecto en un pibe de muy corta edad como era yo en aquel momento. Puede ser que aquel episodio, el clima que se había instalado en mi hogar y las largas y nerviosas conversaciones de mis padres con los vecinos, hayan despertado tempranamente mi interés por los hechos políticos, percibidos, claro está, con ojos y oídos infantiles.  
   El otro suceso, para mi inolvidable, fue cuando ingresé a la educación primaria en la Escuela  Nº 22 el mes de marzo de 1944. Esta escuela, que antes de la Autonomía era la Nº 64, se hallaba ubicada en la calle Córdoba entre Ayacucho y Pichincha en Lanús Este. Funcionaba en una vieja casona de dos cuerpos en planta baja con un patio grande al
fondo. Hoy, dicho establecimiento se encuentra en la esquina de Córdoba y Raúl Alfonsín (antes General Rodriguez). Mi maestra de primer grado (primero inferior se le decía en aquel tiempo) fue la señorita, o señora, Graciana. El primer día de clase, para los pibes de aquella época -téngase presente que no existían los jardines de infantes tal como son actualmente- significaba un gran acontecimiento: ingresar a un mundo nuevo, compartir horas con chicos desconocidos y el comienzo de una experiencia durante la cual sería posible ganar amigos, comenzar a soñar con amores imposibles y aprender a hacerse respetar. De manera que ingresar a ese pequeño universo de guardapolvos blancos, intercambio de piñas en los recreos o a la salida, maestras de voz potente, atuendo impecable y magníficas piernas enfundadas en medias París o 60/15, fue toda una novedad, un desafío y mi primera conexión con el mundo real en el cual uno no podía hacer lo que se le antojara. También, además de aprender respecto a los “descubrimientos” de Colón, las “virtudes” del “padre del aula”, y a calcular raíz cuadrada y raíz cúbica, comprobé que el trato que se daba a los alumnos en la escuela estatal era igual para todos y todas. Probablemente algunas, o todas estas cosas,  hayan influido para que gran parte de mi existencia haya estado vinculada a la cooperación escolar, al gremio docente y por lo tanto a las trabajadoras y trabajadores de la educación de todos los niveles.       
       En ese barrio de Villa Sarmiento nací y crecí en tiempos de sencillez pueblerina y atardeceres con ruedas de mate en las veredas. Charlas en noches de verano con los vecinos de la casa de al lado o con los de enfrente. Reuniones de todos los días… iguales… felices. Ramilletes de vecinos en tertulias sincronizadas a las que cada quien acudía arrimando su silla  o la banqueta de junco que, de tanto en tanto, reparaba -en nuestro caso-  mi abuela del corazón: doña Adelina.
   Tiempos de amores familiares que creíamos eternos, de voces queridas que ya no escuchamos. Voces que desde la nostalgia trato de acercar y  a veces consigo que lleguen acompañadas con música de recuerdos. Los barrios, policromías suburbanas, lugares de costumbres simples y aromas a yuyos verdes.
 Época de oro de humor inocente, cuando las radios acompañaban la cena con Tomás Simari el hombre de las mil voces y su inolvidable personaje Jaime Rampullet; Niní Marshall metida en la piel de Catita; Pepe Iglesias el Zorro”,  los Pérez García y una lista casi interminable de artistas de calidad.
   Después de la breve sobremesa, todas las noches, antes del sueño reparador, se cumplía con el rito de las sillas y las banquetas en las veredas. Así, plácidamente, vivíamos  en aquel Lanús.
La posibilidad de alcanzar nuestra autonomía para ser una ciudad emancipada, el terremoto de San Juan, un coronel que ocupaba la escena nacional para no abandonarla jamás: Juan Perón; una actriz de radio teatro: Eva Duarte; quien sería la figura femenina más importante de la política y de la justicia social en la argentina del siglo veinte, los mitos y realidades relacionados con la personalidad y trayectoria del caudillo de Avellaneda, Alberto Barceló, la fama no santa de Juan Ruggero “Ruggerito”, en esos pagos vecinos y la muerte aún cercana de Carlos Gardel, eran temas y personajes infaltables en las pláticas diarias entre vecinos. Las hazañas de Guillermo Larregui, el  “vasco de la carretilla” y las anécdotas en torno a otro personaje del mismo origen, Juan Baigorri Velar, un ingeniero que -según se decía- hacía llover, también formaban parte de aquellas conversaciones.
   Pasó el tiempo. Las cosas cambiaron. Algunas para bien y otras para mal. La paz y el relativo bienestar de otros tiempos desaparecieron. Dictaduras militares y algunos horribles gobiernos constitucionales crearon diversas situaciones políticas, económicas, sociales y culturales que hicieron que llegáramos a la actualidad siendo un país lleno de necesidades e invadido por los desencuentros. Pero aún estamos en pie. Y estando de pie siempre hay esperanzas. Quedamos las personas. Pocas de las viejas generaciones. Muchas de las nuevas, nacidas y criadas en medio de las costumbres de los tiempos modernos, de progresos tecnológicos, teléfono celular, computadoras, internet y menos diálogo en el ámbito familiar. Las ciudades de nuestro Partido de Lanús crecieron, el asfalto fue cubriendo las calles de este pedazo de sur  que durante mi  larga existencia recorrí de Norte a Sur y de Este a Oeste.
Nuestras calles lanusenses, del Este y del Oeste. Las más transitadas de las zonas céntricas, las menos concurridas de los barrios. Calles de Monte Chingolo, Gerli, Remedios de Escalada y Valentín Alsina. Calles de cada uno de los barrios. Cada una con sus particularidades. En varias de ellas he tenido mis paradas de ilusiones, muchas alegrías, algunas tristezas, encuentros y desencuentros. Siempre sentí debajo de mis pies la solidez de nuestra tierra, la seguridad  de saber que pertenezco a un sitio. A un espacio del planeta  donde habitan mis vivos y mis muertos. Donde los aromas, colores, voces, pasiones, dichas y sufrimientos se dan cita y nos invitan a que cada día amemos más al pago chico, en definitiva nuestro lugar en el mundo.
Pensando y sintiendo de este modo es que ofrezco este modesto trabajo que habla de un puñado de calles de Lanús.
Otros autores han producido entregas muy valiosas y por ello anhelo que, alguna vez, podamos reunir en una sola obra todas estas realizaciones a fin de legar a las generaciones venideras testimonios del tiempo que nos tocó vivir.
  Lanús en tiempo de coronavirus. Marzo de 2020. 

    (*) Ex director del museo municipal  Juan Piñeiro