lunes, 21 de febrero de 2022

Memoria Granate. 1986: el fin de la persecución


por Marcelo Calvente

marcelocalvente@gmail.com

Cuando el 15 de junio de 1985, Racing y Lanús volvieron a enfrentarse en Avellaneda, ambos seguían en Primera B y la buena onda entre ambas instituciones se había terminado. Después de esperar seis meses el pago prometido por los pases de Attadía y Sicher, justo para esa fecha se produjo la primera convocatoria de acreedores de Racing Club, e incluía lo adeudado por ambos futbolistas, algo que Racing había prometido no hacer. Se trató de una agachada imperdonable que los dirigentes de la Academia le hicieron hacer a Enrique Taddeo, que era un caballero. A raíz de eso, Julio Grondona lo llamó a Néstor Díaz Pérez, y a partir del encuentro entre ambos, Grondona comprendió que el juicio era asunto terminado y dejó de ser el enemigo número uno del club para pasar a ser casi un aliado, y la nueva relación se hizo viable en la figura de Néstor, quien le prometió que iba a asumir como presidente únicamente si la comisión directiva aceptaba la idea de apoyar la convocatoria del Racing Club.

En diciembre de ese año finalizó el segundo mandato consecutivo de González, y Díaz Pérez asumió como nuevo presidente. A mediados de 1986 fue convocado a una reunión con Osvaldo Otero, socio de Racing y viceministro de Deportes de Alfonsín, y el presidente del club de Avellaneda, Enrique Taddeo. Si Díaz Pérez cumplía su palabra y Lanús acompañaba la convocatoria de Racing, Taddeo se comprometía a pagarle de su bolsillo los pases de Attadía y Sicher, pago que efectivizó puntualmente como había prometido, en cuotas de

5.000 dólares por mes hasta cubrir la cifra adeudada. Por su parte, ante la solicitud del dirigente Granate, Otero se comprometió a que a través de la secretaría de Deportes, el gobierno nacional de Raúl Alfonsín se haría cargo del costo de la construcción de un nuevo microestadio.

   A Néstor no le gustaba la vida pública ni la exposición y sabía que las deudas había que pagarlas. La exigencia de presidir una entidad social como Lanús, con muchas actividades y protocolos para cumplir, le quitaban energías. En una oportunidad, un vendedor le devolvió con algo de demora una rifa que no había podido colocar, a Néstor se le traspapeló y al final se olvidó de incluirla en lista de las no vendidas. El día del sorteo, uno de los dirigentes encargados de controlar la rifa lo llamó para decirle que el número ganador del auto estaba entre las que él tenía a su cargo. Como era de esperar, la rifa favorecida era la que Díaz Pérez había olvidado en un saco y no había devuelto. Cualquier otra persona en su lugar, la abona y se queda con el auto. Sin embargo, y sin escuchar consejos de nadie, ese mismo día Néstor devolvió la rifa no vendida y el auto quedó en el club hasta que otro comprador lo ganara. En el club no había lugar para personalismos ni ventajeros, los que no estaban dispuestos a darlo todo sin pedir nada a cambio no tenían lugar. Por esos años de escasez económica, Lanús se empezó a destacar por la muy buena atención al periodismo por parte del departamento de Prensa y Difusión que encabezaba el recordado Leandro Álvarez, que cada año recibía el reconocimiento del CEPA, la asociación de periodistas de AFA que premiaba la hospitalidad y el buen trato del club para con sus afiliados.

Díaz Pérez se acercó a José Santiago, un ex futbolista de Quilmes, Gimnasia y Esgrima La Plata y el fútbol mexicano, que había logrado reconocimiento como técnico de divisiones inferiores y también como buscador de jóvenes talentos, cargo para el cual lo contrató Lanús. Néstor confiaba en el ojo experto y la picardía del veterano entrenador, a quien consideraba un hombre íntegro, apasionado y un verdadero sabio del fútbol. Santiago lo llevó a recorrer las ciudades del interior del país, sobre todo las del sur de Córdoba, Santa Fe y el noroeste de la provincia de Buenos Aires, donde según sostenía, y el tiempo le iba a dar la razón, los jóvenes crecían mucho mejor alimentados, más atléticos y fuertes, y gracias a eso, en esa región se formaban los mejores futbolistas del planeta. Estaba obsesionado con ese tipo de jugadores, y en busca de ellos se adentraba en zonas rurales bastante alejadas de las ciudades más importantes.

   Una tarde “Pirula”, como todos le decían a Santiago, lo llevó a la ciudad de Rafaela, y le dijo que iban a quedarse varios días. Lo primero que hizo al llegar fue alquilar una canchita de fútbol, y luego contrató un camión parlante con el que recorrió decenas de pueblos de la zona invitando a los jóvenes futbolistas del lugar a someterse a una prueba para acceder al fútbol grande. Una multitud de pibes de diferentes edades se anotó, y las pruebas duraron varios días. En una de esas tardes, a Néstor le llamó la atención un joven rubio, un defensor zurdo que enseguida se destacó de los demás. A los pocos minutos observa que Santiago lo saca, lo manda a sentar y pone a otro pibe en su lugar. Extrañado, el dirigente Granate se acerca al entrenador y le pregunta: “¿José, porque lo sacaste al grandote, si es el mejor de todos?” La respuesta de Santiago le quedó grabada: “Shhh, no levantes la perdiz, a ver si los gauchos se avivan y nos lo afanan. Ese va a ser el 6 de la Selección…”. El pibe era Gabriel Schurrer.

     Esa noche ambos fueron a la casa del jugador. “José, déjate de joder, no podemos venir a molestar a esta gente…” le dijo Néstor mientras ambos se dirigían hacia la vivienda. “Vos déjame a mí. Tengo que ver al padre. Quiero conocer al resto de la familia, pero sobre todo al padre. Y no digas nada porque nos vamos a quedar a comer acá. Quiero ver qué le dan de comer…”. Cuando se presentó el progenitor de Schurrer, un alemán de casi dos metros, Santiago le sonrió a su acompañante: “Si el padre medía 1,60 yo no pierdo tiempo y al hijo se lo formo como marcador de punta izquierdo. Ahora que vi al padre, ya sé que el pibe en la Selección va a jugar de 6…“

  Dos décadas antes, cuando Santiago trabajaba en Quilmes, con ese mismo método había descubierto al Pato Fillol en Monte, y también a Julio Ricardo Villa, que lo encontró arriba de un tractor en Roque Pérez. A los dos los llevó a Quilmes. En una visita anterior a Rafaela, cuando trabajaba para Racing, Pirula había visto a Juan Domingo Rocchia; en San Nicolás, al Chino Jorge José Benítez y a Osvaldo Batocletti, que jugó de defensor central de  Racing, luego pasó por Lanús y Unión para finalmente emigrar a México. José Pirula Santiago nació en Barracas en 1922 y falleció en Quilmes en 2007 a los 85 años. Había sido discípulo de una verdadera leyenda del fútbol argentino: el Gordo Aníbal Díaz, amo y señor de Arsenal de Llavallol, quien fue el formador de Angelillo, Maschio, Vladislao Cap, Eduardo Sivo, Fernando Parenti y Rubén Magdalena, entre muchos otros.