lunes, 19 de febrero de 2018

¿La concentración de la riqueza es democrática?

por Juan Carlos Vaccareza*

Tal como lo desarrollara Martin Wolf en el suplemento de Financial Times, la democracia y el capitalismo descansan sobre un ideal de igualdad: “todos pueden participar en las decisiones políticas y hacer lo que puedan en el mercado, sin embargo, también existen conflictos profundos: la política democrática depende de la solidaridad, ya que a los capitalistas no les importa la nacionalidad. La democracia es local, mientras que el capitalismo es fundamentalmente global.
  La política democrática se basa en la igualdad de los ciudadanos y el capitalismo se preocupa poco por la distribución de la riqueza.
   La democracia estipula que todos los ciudadanos tienen voz y voto, pero en el capitalismo prevalece el voto de los ricos. El electorado quiere tener seguridad económica mientras que el capitalismo es propenso a los altibajos”.
   “El objetivo debe centrarse ahora en gestionar el capitalismo de manera que apoye a la democracia y administrar la democracia para lograr que el capitalismo global funcione mejor para todos. Actualmente, la gestión de esta relación esta resultando desastrosa. Debemos mejorarla”.
  Es tan cierto lo sostenido por Wolf que el informe de la ONG OXFAM, titulado Premiar el trabajo, no la riqueza (enero 2018) determinó que en el 2017 el 82% de la riqueza global fue absorbida por el 1% de la población.
   Hacia el año 2010, 388 personas tenían la misma riqueza que la mitad de la humanidad. Hoy esa elite de los máximos ricos del mundo disminuyó a 42 personas.
   El 1% más rico de la población mundial equivale a 74 millones de personas, mientras que
la mitad más pobre de la población mundial es de alrededor de 3.700 millones de personas y no recibió beneficio económico alguno.
    Según los datos de esta ONG, en el año 2017 hubo 2043 personas con un patrimonio superior a los 1.000 millones de dólares, resaltando que 9 de cada 10 personas son de sexo masculino.
   En el transcurso del año 2017 la riqueza de este grupo mínimo de personas aumentó en 762 mil millones de dólares, una cantidad con la cual se puede terminar 7 veces con la pobreza extrema del mundo. Para poner un solo ejemplo de todos los informados, podemos decir que en Brasil un trabajador con el salario mínimo tendría que trabajar 19 años para ganar lo mismo que un integrante de esa elite percibe en un mes.
   En nuestro país, según datos del INDEC, durante el tercer trimestre del año pasado, el 10 % más pobre accedió al 1,3% del ingreso nacional -según la escala de ingreso individual-, mientras que, por el contrario, el 10% más rico se apropió del 30,4%, una diferencia equivalente a 23,4 veces.
   El informe de Oxfam da a conocer que entre los años 1990 y 2010 las personas que viven en situación de extrema pobreza, con menos de 1,9 dólares al día, se redujo a la mitad.
   A pesar de lo descripto, hubo un crecimiento de la desigualdad en el mundo, porque la mejora en los estratos de más bajos ingresos fue muy inferior a la que accedieron las escalas de los mayores ingresos. Esto repercute forma integral en la expectativa de vida, la calidad de los empleos, el acceso a mejor educación y salud y la posibilidad de contar con tecnología moderna.
   Pero contar con la posibilidad de tener una mejor vivienda y un desarrollo cultural mejor no se condice con el hecho que los resultados nos muestran cada vez más desigualdades
   Oxfam se pregunta por qué sucede esto y se contesta que hay un quiebre a favor de los poderosos en la negociación con los sectores más desfavorecidos. Es indudable que a partir de mediados de los ‘70 se ha erosionado en forma profunda el poder de los sindicatos y la creación de empleo en los sectores pymes, razón por la cual se perdieron derechos y capacidad de negociación, tanto para los trabajadores como para el empresariado nacional de la pequeña y mediana empresa.
   La internalización del gran capital permite elusión y evasión de grandes proporciones, y el movimiento de sus inversiones, de acuerdo con la facilidad de instalación y la baja de costos fiscales y laborales, generan cadenas de valor a través de un incremento de la tercerización laboral, sobre la cual está asentada la tan meneada productividad y la alta tasa de ganancia especialmente financiera de las grandes corporaciones.
   Oxfam expresa que para reducir semejante desigualdad se debe acrecentar la intervención estatal regulando las relaciones entre los trabajadores y las corporaciones, terminar con los paraísos fiscales [en realidad, islas piratas], propender al desarrollo y apoyo al sector cooperativista y, obviamente, facilitar el acceso a la salud, a la educación, a la protección de los más débiles y a las posibilidades de empleo para todos.
   Esto ha demostrado que el crecimiento de la riqueza del imperialismo mundial del dinero no se derrama sobre los sectores medios y los estratos más humildes, como sostienen falsamente aquellos que no trabajan para la “economía del bien común”.
   Concluye el informe diciendo que el objetivo de que las empresas obtengan grandes rentabilidades o dividendos impulsa la desigualdad.

Señor Martin Wolf, le preguntamos: ¿Cómo podemos mejorar la administracion de la democracia para que el capitalismo global funcione para todos?

    (*)  Presidente ejecutivo de la Fundación Buenos Aires XXI.