miércoles, 1 de abril de 2020

Volvió una noche

por Marcelo Calvente 

marcelocalvente@gmail.com

   Suelo decir que la agitada y cambiante historia del club Lanús es, por lejos, la más apasionante del fútbol argentino, y extrañamente, son los hinchas Granates los que más se sorprenden cuando lo digo. Cada entidad tiene publicado al menos un libro sobre su vida institucional. Las narraciones existentes sobre los clubes grandes hablan de estrellas y campañas, de títulos y de grandes victorias, en cambio las historias de los clubes chicos no pasan de un anecdotario de nostalgias y pesares, algún ascenso,  una buena campaña en Primera en cien años de vida, y poco más. La historia de Lanús está repleta de alegrías y tristezas, de curiosidades, de absurdos, varias situaciones realmente increíbles. Perjuicios, derrotas inesperadas, grandes equipos y un estilo futbolístico  ofensivo y vistoso que casi nunca fue traicionado. La existencia de la entidad ocurrió en un marco teatral exagerado, a veces grotesco, a veces fantástico, un muestrario de circunstancias que fueron sucediendo desde la fundación hasta hoy, algunas insólitas y graciosas, otras dramáticas y de tragedia griega. Son tantas, que enumerarlas en el contexto de una nota se hace imposible.
  Hay que haber estado ahí, en el barrio de Lanús sumido en el silencio, embargado por las emotivas imágenes que llegaban desde el legendario Campin de Bogotá, aquel inolvidable 4 de diciembre de 1996. Por primera vez un representativo del club Lanús entona el himno nacional en la final de una Copa continental, y La Urraca González, el capitán, iza la enseña patria en ese infierno situado a 2.650 metros de altura, colmado por más de 50.000 enfervorizados hinchas de Independiente Santa Fe. Con Roa, Loza, Falaschi, Siviero y Armando González; Juan Fernández Di Alessio, Cravero, Huguito Morales y el Caño Ibagaza; Belloso y Ariel López en el ataque, esa noche Lanús ganó la Copa Conmebol, su primera estrella.
   Días atrás, un amigo hincha de Independiente, al teléfono, me pregunta: “Vi por ahí que se cumplió un aniversario de la vuelta de Huguito Morales. ¿De qué vuelta hablan? ¿De cuando
estuvo en el Rojo? Pasaban una y otra vez un gol que le hizo a San Lorenzo, un gol del montón, pero que todos lo festejaron como locos, la gente lloraba en las tribunas. Lo vi sin volumen. ¿De qué vuelta hablaban?”
   El equipo de Cuper fue uno de los grandes animadores de la segunda mitad de los 90, además de la Copa logró tres terceros puestos consecutivos en el torneo local. La magia la ponía Ibagaza, pero Huguito Morales interpretaba a la perfección el ida y vuelta por izquierda. Se había convertido en un gran quitador de pelotas, conservaba su gambeta profunda en ataque y sus goles espectaculares, y a un año del Mundial de Francia se había ganado un lugar en la Selección de Passarella. Pero el viernes 10 de octubre de 1997, en la concentración del equipo nacional que debía enfrentar a Uruguay en Buenos Aires por eliminatorias, el volante de Lanús fue internado de urgencia y operado tres días después. La noticia sacudió al país y luego pasó a un segundo plano. Menos en Lanús, donde crecía la preocupación por un diagnóstico reservado y una intervención quirúrgica rodeada de suspicacias, un pesado manto de escepticismo que sobrevoló la ciudad durante meses. “Che, entre nosotros, ¿qué se sabe de Huguito?” y la mirada baja, el silencio y la congoja como única respuesta. 
   Así fue, hasta que un buen día volvió la ilusión: “Me comentaron que salió muy bien de la operación, parece que zafa…”. “Huguito está entrenando a la par de los compañeros”.  “Che, un amigo que está en el club me dijo que ya está para jugar”. Y así fue que el 6 de mayo de 1998, seis meses después de aquella internación, La Fortaleza se llenó de Granates, familias enteras que quisieron presenciar el milagro de que Moralito luzca recuperado y vuelva a jugar al fútbol en la primera de Lanús. Como estaba anunciado, iba a integrar el banco de suplentes. Y el esperado retorno se produjo a 16 minutos del final, cuando Lanús ganaba 1 - 0 y el nuevo técnico Mario Gómez, presionado por la parcialidad, lo mandó a la cancha en lugar de Belloso. Los ojos del fútbol argentino se posaron junto a la línea de cal para verlo volver. El público Granate se puso de pie para recibirlo con una ovación. Huguito volvió a pisar el césped de La Fortaleza, y en Lanús este se festejaba su retorno y la victoria parcial. Como suele suceder en estos casos, la enorme emoción que generó su vuelta desconcentró a los jugadores locales.
   Tres minutos después, el balde de agua fría: San Lorenzo alcanzó un empate fuera de contexto, y se dedicó a defenderlo. Hugo Alberto Morales se puso el equipo al hombro, pidiendo la pelota y generando varias apiladas y cuatro o cinco jugadas muy destacadas que bien pudieron terminar en gol. Parecía que no había caso, San Lorenzo se llevaba el empate y nuestras ilusiones de campeón. En tiempo de descuento llegó el último córner, que peinó Cravero y que Moralito empalmó de manera algo defectuosa para conseguir la agónica victoria. Con el gol del pibe que se había curado y estaba de vuelta, el milagro se cristalizó y el estadio se convirtió en un templo a la esperanza. Huguito lo festejó como loco, se sacó la camiseta, sus compañeros se abalanzaron sobre él. Hasta el árbitro Madorrán lo felicitó, y le mostró la amarilla correspondiente. Hay que haber estado ahí para poder contarlo.
   En la butaca de mi derecha se había sentado el padre del Chupa López. Apenas nos conocíamos y habíamos cambiado unas pocas palabras respecto del drama que vivieron el jugador y sus compañeros durante su convalecencia. Al festejar el gol nos abrazamos como dos chicos que se habían criado juntos. Miré a mí alrededor y vi algo que nunca había imaginado: Varios miles de hombres, mujeres y niños de todas las edades vestidos de Granate, gritando un gol hasta la afonía y llorando de emoción ante el alto voltaje dramático del momento.
   Huguito Morales se había formado en Huracán, debutó en primera en 1991 a los 17 años y fue una gran figura del Huracán de Cuper que salió subcampeón de Independiente en el Clausura 1994. A mediados del 95 llegó a Lanús Héctor Cuper, que recomendó su compra cueste lo que cueste. Lanús lo pagó una cifra impensada: 1.000.000 de dólares. Llegó y pronto se convirtió en figura de un elenco que soñaba con hacer historia, Huguito fue el socio ideal de Ibagaza, el Chupa López y Enría del equipo que ganó el primer título de la historia del club: la Copa Conmebol 1996. Los días más felices de Moralito fueron en Lanús, y de aquí se fue transferido a España a mediados del 99. Durante tres años fue titular en el Tenerife, club con el que ascendió a Primera. Volvió a Lanús por seis meses, para jugar el Clausura 2003 e integrar un equipo de recambio muy escaso de figuras dirigido por Chiche Sosa, en el que jugó apenas ocho partidos. Pasó un año en Independiente donde volvió a jugar poco. Parecía que su estrella se había apagado.
  Entonces se fue a Colombia, adonde llegó a mediados de 2004 y logró ser campeón e ídolo absoluto de Nacional de Medellín, uno de los más grandes de ese país, ahora jugando en la posición de enganche. En Millonarios, en 2006, padeció algunas lesiones y jugó poco, lo mismo los últimos seis meses que pasó en la Universidad Católica, donde finalmente dejó el fútbol a los 33 años. Además de las grandes actuaciones que entregó en su paso por Lanús, dejó para el recuerdo una de las jornadas más emotivas de la historia del profesionalismo, la noche que La Fortaleza lloró de alegría por él y por su vuelta, una noche mágica y milagrosa que los que estuvimos allí no vamos a olvidar jamás.