sábado, 23 de mayo de 2020

Tiempos violentos

por Marcelo Calvente

marcelocalvente@gmail.com

Aquella tarde gris del 12 de septiembre de 1981 está guardada en la memoria de los Granates más fervorosos como una jornada histórica, y por varios motivos. Por primera vez desde la creación de la categoría, dos equipos grandes, fundadores ambos del profesionalismo, se enfrentaron en la Primera C; Lanús jugaba su tercer año consecutivo en esa divisional y era dirigido por Juan Manuel Guerra, un DT destacado del fútbol de ascenso, que había llegado a mediados del 80 con una premisa: entre armar un equipo con futbolistas experimentados de la categoría o recurrir a la cantera del club, después de muchas discusiones, Lanús había optado por los pibes, y esos pibes resultaron grandes proyectos de cracks: Perassi; Egidio Acuña, Lito Beltrán y Sicher, con una gran versión del central Norberto D’Angelo, el hijo del presidente, autor de 14 goles en el que fue su torneo consagratorio. En el medio de la cancha el gran capitán, José Luis Lodico, dirigiendo un afinadísimo quinteto de atacantes, una orquesta de esas que se forman muy de vez en cuando: Juan Crespín, Héctor Enrique, Claudio Nigretti, autor de 23 goles, Ramón Enrique y Horacio Attadía, todos formados en la institución. Enfrente tenía a Chacarita, que acababa de descender de la B y que para obtener alguno de los dos ascensos apostaba a lo mismo: contaba con Ingrao, Abramovich, Ezequiel Borrelli y el Potro Echaniz, cuatro grandes promesas. Chacarita y Lanús, que habían empatado en cero en San Martín por la séptima fecha, volvían a enfrentarse a diez jornadas del final para definir cuál de los dos clubes grandes del profesionalismo en la Argentina, sería el campeón.
    En la semana previa al relevante encuentro, gente amiga de AFA le avisó a Néstor Díaz Pérez que iba a recibir una inspección para observar el estadio de Lanús, ya que se esperaba mucha asistencia de público. La importancia del choque se empezaba a jugar fuera de la cancha. Díaz Pérez sabía que los tablones estaban en muy mal estado y que los inspectores no le iban a habilitar la cancha. Y los dirigentes de Chacarita también lo sabían, porque en su cancha padecían el mismo deterioro, por eso algunos allegados recurrieron a
la AFA para tratar de sacar a Lanús de su reducto. No era casualidad, todos los estadios de madera del país al cumplir 50 o 60 años de vida ya no se sostienen en pie. Después de evaluar la situación, Díaz Pérez tuvo otra de sus raras ocurrencias: llamó a su amigo Jorge Costilla, el dueño del aserradero Sol Maderas, y le solicitó un gran favor: Que le envíe dos camiones cargados de tablones, que ingresaron al sector de tribuna, con los operarios del club listos para empezar a descargar, cosa que hicieron cuando llegó la anunciada inspección. Al ver semejante movimiento, la gente de AFA creyó que se estaban cambiando los tablones rotos y sin dudar dio el visto bueno para que se dispute el partido en Arias y Guidi. Una vez que los inspectores se retiraron, los operarios volvieron a subir los tablones a los camiones y la carga completa retornó al depósito de Sol Maderas, tal como Néstor le había prometido a su propietario.
   En aquella inolvidable jornada 28ª del torneo de Primera C de 1981, disputada el 12 de septiembre, la vieja cancha volvió a mostrar el colorido de los buenos tiempos. No sólo porque Lanús se iba de la “C”, sobre todo porque había certeza de que un gran equipo capaz de volver a Primera se estaba gestando. Seguramente haya sido el partido con mayor asistencia de la historia de la divisional y dejó en boleterías una recaudación diez veces mayor a las habituales de la categoría: casi 70.000.000 de pesos, suma superior a la mayoría de las recaudaciones de Primera de aquel fin de semana. Era un dinero muy importante que ambas entidades necesitaban como el agua para afrontar las deudas que los habían llevado hasta allí. Las dos hinchadas expresaban su antigua amistad, las cosas parecían ir de la mejor manera. Todos felices menos Néstor Díaz Pérez, el dirigente granate, figura clave de aquellos años, que miraba las tribunas y rogaba que ninguna se viniera abajo. En eso estaba, cuando alguien le comunica la inoportuna llegada de un Oficial de Justicia que venía a embargar la recaudación por una deuda previsional que la AFA no había asumido como era usual. El funcionario anunciaba que permanecería en las boleterías desde su apertura hasta la finalización de la jornada para controlar que todo se hiciera a derecho.
    No menos de cuatro veces, Díaz Pérez intentó interceder ante el hombre. Le rogó que no proceda de esa manera, que tenía cheques dados en base a esa recaudación muy esperada, que se quedara tranquilo que en la próxima semana el club iba a pagar lo adeudado a la Caja de Previsión. No había caso. El desprestigio de haber caído tan bajo había minado la credibilidad de la entidad. Néstor Díaz Pérez iba y venía, hablaba con uno y con otro, se agarraba la cabeza pensando en las cuentas corrientes que iban a cerrarle al club. A poco del final del partido se presentó, abatido, al lugar donde el implacable funcionario cumplía con su deber. Poco después, también llegó el presidente de Chacarita, Mario Dalmiro Espósito, que al ingresar al recinto donde ya terminaban de contar el dinero -las viejas boleterías sobre la calle Arias- se anotició de la medida tomada contra la parte que le tocaba a Lanús. Las cinco personas presentes observaban en silencio, los cajeros apilaban el dinero ante la mirada de águila del funcionario judicial. Todo parecía estar bajo su control.
    De pronto, una patada violenta y certera ejecutada desde afuera hacia dentro arrancó la precaria puerta de chapa. Dos hombres de gran porte, con la cara cubierta con pañuelos y gorras metidas hasta las orejas, actuando con profesionalismo se adueñan de la situación. “¡Esto es un asalto!”, gritó el que entró primero, y apartando violentamente dos sillas que estaban a su paso, ocupó el rincón más lejano a los presentes para dominarlos a distancia, sin perder de vista los billetes. “¡Todos al piso, cabeza abajo!”, ordenó el otro mastodonte con voz autoritaria. Ambos tienen una de sus manos dentro del saco y parecen a punto de sacar un arma de la sobaquera. En un acto heroico que sorprende a todos, Daniel Ganza da un paso adelante y levanta la voz para llamarles la atención: “¡Tengan mucho cuidado con lo que hacen que el señor viene en nombre de la Justicia, eh!”, y por respuesta recibe un furibundo cachetazo. “¡Todos al piso, carajo, si no quieren que los caguemos a tiros!” Asustado y sorprendido, Díaz Pérez cae encima del diminuto Oficial de Justicia y lo cubre con su cuerpo. “¡No tiren, no tiren, está todo asegurado!”, grita, mientras empuja al sorprendido inspector bajo la mesa. El resto lo imita. Todos escuchan a los intrusos poniendo la totalidad del dinero en los bolsos que habían traído consigo y se hacen humo en menos de un minuto. Flota en el aire un silencio tenso y prolongado, hasta que la empleada de la boletería del club sufre un ataque de nervios y sale corriendo. De a poco, un llanto dolido y silencioso empieza a surgir desde abajo de la mesa. Es Mario Espósito, considerado el mejor dirigente de la historia del Funebrero: “Los de la barra me matan, ésta misma noche me matan… ¿Cómo les explico…? ¡No me van a creer! Me matan esta noche…”.  Alguien lo ayuda a ponerse de pie.
    De a poco, las cosas se fueron calmando. A nadie le faltaba dinero ni ningún efecto personal, el objetivo de los malhechores había sido exclusivamente la recaudación, que se llevaron completa. Al momento del asalto, el operativo policial estaba abocado a la salida de las dos hinchadas. El Oficial de Justicia no dijo ni una palabra; labró un acta sobre lo sucedido, tomó su maletín y se retiró ofuscado, sin saludar a nadie. Enseguida el presidente de Chaca sufrió una descompensación, y alguien salió en busca de la ambulancia. El hombre parecía a punto de sufrir un infarto. “Vos así no podes ir a hacer la denuncia, estás muy nervioso. Vamos a la sede, tomemos un cafecito, y cuando te sientas mejor yo mismo lo llamo al comisario para que nos venga a tomar la declaración en el club”, le dijo Néstor a su par del Funebrero cuando ya todo había terminado y era hora de volver a casa con los bolsillos vacíos.
   Una hora y media más tarde, en la sala de reuniones de la sede de 9 de Julio, inquietando a Espósito y a varios de los presentes, irrumpieron los asaltantes. Esta vez actuando sin violencia, depositaron cuidadosamente los bolsos con el dinero sobre la mesa y luego salieron de escena dando un paso atrás. Néstor Díaz Pérez se puso de pie y caminó lentamente hasta quedar frente a frente con el atribulado titular de Chacarita. “Fuimos nosotros”, le dijo guiñándole un ojo, y con una sonrisa agregó: “Te presento a José Villamil, el mejor productor de seguros de Lanús y un gran dirigente del club, y este otro es el Negro Bouzas, un amigazo. En su familia son todos Granates de alma. Éste es el hijo de puta que le pegó el sopapo a Daniel”. Bouzas ensayó un gesto ambiguo; Daniel Ganza, tocándose la mandíbula, lo reta exagerando un enojo que no tiene: “Te dije, animal, te dije que pegaras despacio”. Varios contienen la risa, el presidente de Chacarita mira sin comprender. Después de un silencio breve, Néstor se dirigió a él: “Disculpame que no te dije nada, Mario, pero tuvimos que hacerlo así. Para contártelo tenía que esperar que todo terminara bien y los muchachos aparezcan sanos y salvos. Por un momento pensé que te me quedabas. ¿Vos te imaginas las tapas de los diarios de mañana? ¡Otra que Robledo Puch! Quedate tranquilo que ya mismo te damos la parte de ustedes”. Mario Espósito, que de a poco fue recuperando el color, después de cobrar hasta el último peso que le correspondía se despidió de todos con un abrazo, feliz y contento, y bajó las escaleras de la sede diciendo: “No lo puedo creer, ¡cómo no me di cuenta que el asalto lo habían hecho ustedes!” y ya desde su automóvil, el presidente de Chacarita -que fallecería de un ataque al corazón dos años después, mientras seguía al frente de la institución- saludó a viva voz a sus pares granates: “¡Qué hijos de puta! ¡Qué buena idea! ¿Cómo nunca se me ocurrió a mí?”.
   Dos meses y medio después de aquella victoria ante Chaca, el 28 de noviembre de 1981 el equipo Granate se despidió para siempre de la Primera C venciendo a Comunicaciones por 1 a 0 en Arias y Guidi ante una multitud vestida de fiesta. La consagración deportiva puso punto final a una cadena de pesares que había comenzado cuatro años antes en el viejo Gasómetro de Av. La Plata, en la dramática noche del miércoles 16 de noviembre del 77, aquella interminable definición por penales entre Lanús y Platense que motivó la peor decisión tomada por el club en toda su historia. Debió pasar tres temporadas en la “C”, pero volvió con la contundencia de un campeón indiscutible: 31 victorias en 38 partidos disputados, con cuatro empates y apenas tres derrotas. Había terminado una sucesión de frustraciones y quebranto, y aquellos heroicos dirigentes capaces de todo por los colores y la multitud de hinchas fieles y seguidores volvían a sonreír después la noche más oscura.